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    sábado, 24 de abril de 2021

    El Ego como distracción


    Vida Consagrada | Adolfo Nicolás, SJ





    El Ego como distracción número uno

     

    Por supuesto, la distracción más grande y central de todas es el yo. Nuestro ego nunca descansa y siempre atraerá nuestra atención hacia sí mismo. Sin necesidad de quitar importancia al papel de los “agentes espirituales” –buenos o malos-, podemos decir con seguridad que el ego es la mayor fuente de distracciones a lo largo de nuestro viaje por la vida.

     

    La distracción ocurre cuando el enfoque de nuestras mentes y corazones está fuera de lugar. Experimentar contradicciones o dificultades –a veces incluso serias- forma parte de vivir y comunicar el Evangelio. La persona verdaderamente espiritual vive esta experiencia con una enorme libertad interior que la lleva a una intimidad más cercana con Dios, con la verdad y con los pequeños que son los verdaderos expertos en sufrimiento. Aquellos que son menos espirituales sufren dificultades y las ven todas como un complot contra el yo. Se sienten perseguidos y, naturalmente, pierden su paz interior y alegría. Centrarse en el yo incomprendido o herido termina siendo una distracción gigantesca.

     

    Un proceso similar ocurre cuando nuestro enfoque en la toma de decisiones no está en la voluntad de Dios, que nunca puedo controlar o dirigir, sino en la opinión de otros, ya sea alguna opinión mantenida popularmente o la opinión de aquellos que nos gustan, amamos, o admiramos. Esto es lo que yo llamaría la “distracción de popularidad”, y proviene de cambiar el lugar y el proceso de nuestra toma de decisiones del largo y nunca controlado proceso de discernimiento, a la dinámica más fácil de los sentimientos y acciones grupales, incluso de personas santas y honorables.

     

    También ocurre cuando nuestros horizontes humanos y espirituales se reducen. La forma más común en que esto sucede es, obviamente, cuando nos enamoramos de nuestras propias opiniones, especialmente si pensamos que esas opiniones son inteligentes, las mejores de todas. Podemos estar tan distraídos por nuestras propias opiniones que, si las enumeráramos, nunca terminaríamos. Cuando San Ignacio ofrece a las personas que terminan los Ejercicios Espirituales algunas reglas para tener los sentimientos y actitudes correctas en la Iglesia, está tratando de ayudarlas a liberarse de esta distracción de horizontes estrechos. Las palabras suenan duras y difíciles de aceptar, pero lo que el santo quería era libertad, apertura a algo más grande que unas pocas ideas, aunque resulten ser las mías.

     

    La importancia de esta libertad se hace evidente si, en lugar de opiniones personales, hablamos de ideologías y opciones ideológicas. ¿Cuántas decisiones personales o incluso grupales, descritas como el resultado del discernimiento individual o comunitario, son en realidad sólo elecciones ideológicas, disfrazadas con el lenguaje del discernimiento, pero que provienen de un proceso que sólo en la forma se asemeja al verdadero discernimiento? En tales casos, incluso la teología funciona como una herramienta para los intereses ideológicos y se convierte en una distracción.

     

    La distracción del ego es más poderosa cuando la comunidad, o la relación espiritual con la comunidad, se desvanece o desaparece. Nosotros, personas consagradas, nos hemos comprometido a encontrar la voluntad de Dios juntos, como un cuerpo, una comunidad de fe, misión y amor. Aquí encontramos el verdadero significado de la obediencia, ese voto de los religiosos a menudo mal entendido. La mala noticia es que esto es muy difícil, particularmente para los más visionarios, los más inteligentes, los más dedicados a una u otra causa importante. Siempre es mucho más fácil ir solo, con inspiración personal (principalmente mental o emocional). Por extraño que parezca, es más fácil llamarse profeta que discernir con los demás y tener que lidiar humildemente con las debilidades de nuestro pensamiento o nuestras sugerencias. Podemos convertirnos en profetas fuera de la comunidad, hasta que las personas con autoridad quieran silenciarnos, y luego corremos a la comunidad buscando protección, incluso a veces culpando a la comunidad o a sus líderes por falta de comprensión, coraje, visión y apoyo. No hay mala voluntad deliberada. Hay muy buenos deseos, mucha visión, gran determinación para marcar la diferencia… ¡pero, no obstante, estamos distraídos!

     

     

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