Vida Consagrada | Adolfo Nicolás, SJ
El Ego como distracción número uno
Por supuesto, la distracción más grande y central
de todas es el yo. Nuestro ego nunca descansa y siempre atraerá nuestra
atención hacia sí mismo. Sin necesidad de quitar importancia al papel de los
“agentes espirituales” –buenos o malos-, podemos decir con seguridad que el ego
es la mayor fuente de distracciones a lo largo de nuestro viaje por la vida.
La distracción ocurre cuando el enfoque de
nuestras mentes y corazones está fuera de lugar. Experimentar contradicciones o
dificultades –a veces incluso serias- forma parte de vivir y comunicar el
Evangelio. La persona verdaderamente espiritual vive esta experiencia con una
enorme libertad interior que la lleva a una intimidad más cercana con Dios, con
la verdad y con los pequeños que son los verdaderos expertos en sufrimiento.
Aquellos que son menos espirituales sufren dificultades y las ven todas como un
complot contra el yo. Se sienten perseguidos y, naturalmente, pierden su paz
interior y alegría. Centrarse en el yo incomprendido o herido termina siendo
una distracción gigantesca.
Un proceso similar ocurre cuando nuestro enfoque
en la toma de decisiones no está en la voluntad de Dios, que nunca puedo
controlar o dirigir, sino en la opinión de otros, ya sea alguna opinión
mantenida popularmente o la opinión de aquellos que nos gustan, amamos, o
admiramos. Esto es lo que yo llamaría la “distracción de popularidad”, y
proviene de cambiar el lugar y el proceso de nuestra toma de decisiones del
largo y nunca controlado proceso de discernimiento, a la dinámica más fácil de
los sentimientos y acciones grupales, incluso de personas santas y honorables.
También ocurre cuando nuestros horizontes humanos
y espirituales se reducen. La forma más común en que esto sucede es,
obviamente, cuando nos enamoramos de nuestras propias opiniones, especialmente
si pensamos que esas opiniones son inteligentes, las mejores de todas. Podemos
estar tan distraídos por nuestras propias opiniones que, si las enumeráramos,
nunca terminaríamos. Cuando San Ignacio ofrece a las personas que terminan los
Ejercicios Espirituales algunas reglas para tener los sentimientos y actitudes
correctas en la Iglesia, está tratando de ayudarlas a liberarse de esta distracción
de horizontes estrechos. Las palabras suenan duras y difíciles de aceptar, pero
lo que el santo quería era libertad, apertura a algo más grande que unas pocas
ideas, aunque resulten ser las mías.
La importancia de esta libertad se hace evidente
si, en lugar de opiniones personales, hablamos de ideologías y opciones
ideológicas. ¿Cuántas decisiones personales o incluso grupales, descritas como
el resultado del discernimiento individual o comunitario, son en realidad sólo
elecciones ideológicas, disfrazadas con el lenguaje del discernimiento, pero
que provienen de un proceso que sólo en la forma se asemeja al verdadero
discernimiento? En tales casos, incluso la teología funciona como una
herramienta para los intereses ideológicos y se convierte en una distracción.
La distracción del ego es más poderosa cuando la
comunidad, o la relación espiritual con la comunidad, se desvanece o
desaparece. Nosotros, personas consagradas, nos hemos comprometido a encontrar
la voluntad de Dios juntos, como un cuerpo, una comunidad de fe, misión y amor.
Aquí encontramos el verdadero significado de la obediencia, ese voto de los
religiosos a menudo mal entendido. La mala noticia es que esto es muy difícil,
particularmente para los más visionarios, los más inteligentes, los más
dedicados a una u otra causa importante. Siempre es mucho más fácil ir solo,
con inspiración personal (principalmente mental o emocional). Por extraño que
parezca, es más fácil llamarse profeta que discernir con los demás y tener que
lidiar humildemente con las debilidades de nuestro pensamiento o nuestras
sugerencias. Podemos convertirnos en profetas fuera de la comunidad, hasta que
las personas con autoridad quieran silenciarnos, y luego corremos a la
comunidad buscando protección, incluso a veces culpando a la comunidad o a sus
líderes por falta de comprensión, coraje, visión y apoyo. No hay mala voluntad
deliberada. Hay muy buenos deseos, mucha visión, gran determinación para marcar
la diferencia… ¡pero, no obstante, estamos distraídos!
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