Opinión | Fr. Francisco L. de Faragó Palou, OP
La misión ante el ser-negado (III) *
Si como misioneros seguimos a Jesús, prolongando
en el tiempo la vida de aquella comunidad apostólica que inició el Reino de
Dios en aquel mundo tan discriminatorio por razones de nacimiento, de origen,
de profesión, de raza, y tan parcializado; no tenemos otra opción, ante las
discriminaciones y esclavitudes actuales que tomar partido por los pobres; si
queremos vivir en misión deberemos optar de forma clara y prioritaria por
ellos; es la única manera de configurar cristológicamente nuestra vida a la de
Cristo al que seguimos y queremos anunciar.
Es evidente que la misión “ad gentes” requerirá
para los diferentes contextos socio-económicos, diferentes formas de acción
pastoral; así en los lugares donde la injusticia y la pobreza son más
drásticas, se impone una mayor radicalidad profética. Pero en todo tiempo y
lugar, no deberemos olvidar nunca que la riqueza de algunos se construye sobre
la pobreza de la mayoría. Su olvido es lo que nos permite justificaciones
encubridoras de una convivencia de la opulencia con nuestro propio estatus,
alejándonos cada vez más de la configuración cristológica.
El misionero y su testimonio necesita estar
presente ante la sociedad y relacionarse con ella desde los pobres y oprimidos,
desde la periferia. Lo que exige, si se quiere vivir la vida en misión, un
desplazamiento del “centro” a la “periferia”, con los correspondientes cambios
en las prácticas sociales: entender la pobreza como empobrecimiento impuesto
desde fuera y toma conciencia de la necesidad de evaluar la propia práctica
social y política en favor de los grupos de la “periferia” en lugar de los del
“centro”.
Dice el papa Francisco respecto del cambio de
relaciones sociales con los países pobres: “Sí toda persona tiene una dignidad
inalienable, sí todo ser humano es mi hermano o mi hermana, y si en realidad el
mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o si vive fuera de los
límites del propio país. También mi nación es corresponsable de su desarrollo,
aunque pueda cumplir esa responsabilidad de diversas maneras: acogiéndolo de
manera generosa cuando lo necesite imperiosamente, promoviéndolo en su propia
tierra, no usufructuando ni vaciando de recursos naturales a países enteros
propiciando sistemas corruptos que impiden el desarrollo digno de los pueblos.
Esto que vale para las naciones se aplica a las distintas regiones de cada
país, entre las que suele haber graves inequidades. Pero la incapacidad de reconocer
la igual dignidad humana a veces lleva a que las regiones más desarrolladas y
algunos países sueñen con liberarse del lastre de las regiones más pobres para
aumentar todavía más su nivel de consumo” (Fratelli tutti n. 125).
Y también nos enseña respecto del comportamiento
personal con los cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. “Porque
no se trata de dejar caer desde arriba programas de asistencia social, sino de
recorrer juntos un camino a través de esas cuatro acciones, para construir ciudades
y países que, al tiempo que conservan en sus respectivas identidades culturales
y religiosas, estén abiertos a las diferencias y sepan cómo valorarlas al
nombre de la fraternidad humana” (Fratelli tutti n. 129). Ocurre que: si acojo,
les doy nombre y les llamo; cuando protejo, despierto dignidades dormidas; al
promoverles, crecen en humanidad; y al integrarlos, dejan de estar negados,
quedan integrados. Cuatro verbos que si se trata de la misión “ad gentes” deben
saberse también conjugar y vivir en pasiva, porque el sueño de quien va a la
misión es ser recibido en la comunidad; siendo protegido y cuidado por ellos;
que me promuevan dándome a conocer cada día un poco más su cultura; y
finalmente ser integrado como uno más de la comunidad sin ser negado por ellos.
La fraternidad misionera se conjuga siempre por activa y por pasiva y de manera
simultánea; de no ser así, aparecerán negaciones.
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