Comentario | Fray Miguel de Burgos Núñez
(epd)
Una nueva experiencia con
el Resucitado
1. La lectura del texto lucano quiere
enlazar, a su manera, con el del domingo pasado (el evangelio de Tomás), ya que
todo el capÃtulo lucano es una pedagogÃa de las experiencias decisivas de la
presencia del Viviente, Jesús el crucificado, en la comunidad. El que se
mencione en esta escena el reconocimiento que hicieron los discÃpulos de Emaús
al partir el pan, viene a ser una introducción sugerente para dar a entender
que el resucitado se «presenta» en momentos determinados entre los suyos con
una fuerza irresistible. El relato de hoy es difÃcil, porque en él se trabaja
con elementos dialécticos: Jesús no es un fantasma, enseña sus heridas, come
con ellos... pero no se puede tocar como una imagen; pasa a través de las
puertas cerradas. Hay una apologética de la resurrección de Jesús: el
resucitado es la misma persona, pero no tiene la misma “corporeidad”. La
resurrección no es una “idea” o un invento de los suyos.
2. Esta forma semiótica, simbólica, de
presentar las cosas, pretende afirmar una realidad profunda: el Señor está
vivo; las experiencias que tiene con los discÃpulos (aunque exageradas por la
polémica apologética de que los cristianos habÃan inventado todo esto) les
fascina, pero no para concebirlas en términos de fantasÃa sobre la resurrección,
sino para convencerles que ahora les toca a ellos proseguir su causa, anunciar
la salvación y el perdón de los pecados. Creer en la resurrección de Jesús sin
estas consecuencias serÃa como creer en cosas de espÃritus. Pero no se trata de
eso, sino de creer en la realidad profunda de que el crucificado está vivo, y
ahora les envÃa a salvar a todos los hombres.
3. No podemos olvidar que las apariciones
pertenecen al mundo de lo divino, no al de las realidades terrestres. Por lo
mismo, la presentación de un relato tan “empirista” como este de Lucas requiere
una verdadera interpretación. Lo divino, es verdad, puede acomodarse a las
exigencias de la “corporeidad” histórica, y asà lo experimentan los discÃpulos.
Pero eso no significa que, de nuevo, el resucitado da un salto a esta vida o a
esta historia. Si fuera asà no podÃamos estar hablando de “resurrección”,
porque eso serÃa como traspasar los lÃmites de la “carne y de la sangre”, que
no pueden heredar el reino de Dios (cf 1Cor 15,50). Los hombres podemos
aplicarle a lo divino nuestras preconcepciones antropológicas. Está claro que
tuvieron experiencias reales, pero el resucitado no ha vuelto a la corporeidad
de esta vida para ser visto por los suyos. El texto tiene mucho cuidado de
decir que Jesús es el mismo, pero su vida tiene otra corporeidad; no la de un
fantasma, sino la de quien está por encima de la “carne y la sangre”.
4. Hoy está planteado en el evangelio la
realidad y el sentido de las apariciones del resucitado y debemos ser valientes
para “predicar y proclamar” que las apariciones de Jesús a los suyos no pueden
ser entendidas como una vuelta a esta vida para que los suyos lo reconocieran.
Se hizo presente de otra manera y ellos lo experimentaron tal como eran ellos y
tal como sentÃan. Esto es lo que pasa en estas experiencias extraordinarias en
las que Dios interviene. Jesús no podÃa comer, porque un resucitado, si pudiera
comer, no habrÃa resucitado verdaderamente. Las comidas de las que se quiere
hablar en nuestro texto hacen referencia a las comidas eucarÃsticas en las que
recordando lo que Jesús habÃa hecho con ellos, ahora notan su presencia nueva.
En definitiva: la “corporeidad” de las apariciones de Jesús a sus discÃpulos no
es material o fÃsica, sino que reclama una realidad nueva como expresión de la
persona que tiene una vida nueva y que se relaciona, también, de forma nueva
con los suyos. Esta capacidad nueva de relación de Jesús con los suyos y de
éstos con el resucitado es lo que merece la pena por encima de cualquier otra cosa.
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