Vocacionales | P. Osiris Núñez, MSC
Tiempos de pandemia, pero ¡Cristo ha resucitado!
La experiencia de la resurrección de Jesús en la
primera comunidad cristiana fue fundamental para continuar con la misión que ya
había iniciado el maestro. Esa experiencia fue la victoria del bien sobre el
mal, sobre la injusticia, sobre la muerte. El Dios que había guardado silencio
cuando su Hijo era martirizado en la cruz, se manifiesta con toda su grandeza
resucitándolo y dando a conocer esta experiencia a los que le seguían.
Esta experiencia es fundamental para la comunidad,
porque es el punto de partida de su misión, es el motor de arranque que les
lleva a vencer el miedo y salir a la calle a continuar el trabajo del Maestro.
Es esta experiencia que les impulsa a tomar una decisión de vida, que les
cambiará totalmente para ser personas renacidas, personas nuevas que proponen y
promueven un mundo nuevo, tal como lo proponía el mismo Jesús.
La experiencia de la resurrección debe ser la
experiencia de cada cristiano, del encuentro íntimo con Jesús, que ha vencido
el mal y la muerte y nos invita a una vida nueva. Es una experiencia
transformadora, hay un cambio en la persona. Miremos los ejemplos de los
discípulos, también Pablo y muchos otros, que en la medida que iban teniendo la
experiencia del resucitado, sus vidas eran moldeadas por dicha experiencia.
Cada año, luego de la semana santa, tenemos un tiempo
litúrgico para reflexionar, meditar, profundizar sobre la resurrección de
Jesús. Pero no es una resurrección pasada, es Jesús que resucita en cada
persona, y que nos invita a dejarnos transformar por el encuentro con él. Por
lo tanto, debemos cuestionarnos, preguntarnos qué significa la resurrección
para cada uno de nosotros. ¿Cómo vivo y experimento la resurrección de Jesús en
mi vida? ¿Qué suscita en mí esta experiencia?
Cada experiencia es personal, pero se manifiesta y
comparte en comunidad. Por eso hay características, podríamos decir, de esta
experiencia que pueden ser comunes o que se expresan en cierto sentido, de una
manera general. La primera podría ser la invitación a ser personas llenas de
vida, vida nueva para un mundo que valora cada día menos la vida. Que podamos transmitir
vida a lo demás, que seamos esperanza de un futuro mejor.
En este año 2021, en el que venimos arrastrando una
situación delicada de salud, podríamos tener razones más que suficientes para
no albergar en nuestros corazones tanta esperanza y alegría. Sin embargo,
nuestra fe cristiana y nuestro compromiso cristiano, en momentos como estos, es
que nos pide que con más firmeza demos testimonio de lo que creemos. Creemos en
Dios que es todopoderoso y que desea siempre el bien para sus hijos, que creemos
en Jesús que resucitó del sepulcro, venciendo la muerte, el mal y el pecado y
nos invita a nosotros a ser partícipes activos de su reino.
En estos tiempos tan difíciles que hemos enfrentado,
debemos ver nuestras posibilidades de poder realizar algo a favor del otro o de
los demás, especialmente de los más necesitados. Los discípulos sanaban los
enfermos y muchas otras cosas más. Entonces nosotros ¿Qué podemos hacer? El
mundo está lleno de males. ¿Qué hago yo para contrarrestarlos? En la
cotidianidad de mi vida, ¿qué acciones voy realizando para manifestar y dar a
conocer que Jesús está vivo entre nosotros y nos invita a vivir en un mundo más
humano? ¿Cuál ha sido mi granito de arena como cristiano para enfrentar estos
tiempos de pandemia?
De eso se trata la experiencia de la resurrección. Que
encontremos esa motivación de querer cambiar las cosas, para bien de todos. Que
nos impulse a vivir más comunitariamente, teniendo un mayor sentido común y
venciendo el egoísmo e individualismo que cada día nos arropa más y que en
estos tiempos se ha afianzado profundamente en la sociedad. ADH 855
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