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    domingo, 4 de abril de 2021

    Pero ¡Cristo ha resucitado!


    Vocacionales | P. Osiris Núñez, MSC





    Tiempos de pandemia, pero ¡Cristo ha resucitado!

     

    La experiencia de la resurrección de Jesús en la primera comunidad cristiana fue fundamental para continuar con la misión que ya había iniciado el maestro. Esa experiencia fue la victoria del bien sobre el mal, sobre la injusticia, sobre la muerte. El Dios que había guardado silencio cuando su Hijo era martirizado en la cruz, se manifiesta con toda su grandeza resucitándolo y dando a conocer esta experiencia a los que le seguían.

     

    Esta experiencia es fundamental para la comunidad, porque es el punto de partida de su misión, es el motor de arranque que les lleva a vencer el miedo y salir a la calle a continuar el trabajo del Maestro. Es esta experiencia que les impulsa a tomar una decisión de vida, que les cambiará totalmente para ser personas renacidas, personas nuevas que proponen y promueven un mundo nuevo, tal como lo proponía el mismo Jesús.

     

    La experiencia de la resurrección debe ser la experiencia de cada cristiano, del encuentro íntimo con Jesús, que ha vencido el mal y la muerte y nos invita a una vida nueva. Es una experiencia transformadora, hay un cambio en la persona. Miremos los ejemplos de los discípulos, también Pablo y muchos otros, que en la medida que iban teniendo la experiencia del resucitado, sus vidas eran moldeadas por dicha experiencia.

     

    Cada año, luego de la semana santa, tenemos un tiempo litúrgico para reflexionar, meditar, profundizar sobre la resurrección de Jesús. Pero no es una resurrección pasada, es Jesús que resucita en cada persona, y que nos invita a dejarnos transformar por el encuentro con él. Por lo tanto, debemos cuestionarnos, preguntarnos qué significa la resurrección para cada uno de nosotros. ¿Cómo vivo y experimento la resurrección de Jesús en mi vida? ¿Qué suscita en mí esta experiencia?

     

    Cada experiencia es personal, pero se manifiesta y comparte en comunidad. Por eso hay características, podríamos decir, de esta experiencia que pueden ser comunes o que se expresan en cierto sentido, de una manera general. La primera podría ser la invitación a ser personas llenas de vida, vida nueva para un mundo que valora cada día menos la vida. Que podamos transmitir vida a lo demás, que seamos esperanza de un futuro mejor.

     

    En este año 2021, en el que venimos arrastrando una situación delicada de salud, podríamos tener razones más que suficientes para no albergar en nuestros corazones tanta esperanza y alegría. Sin embargo, nuestra fe cristiana y nuestro compromiso cristiano, en momentos como estos, es que nos pide que con más firmeza demos testimonio de lo que creemos. Creemos en Dios que es todopoderoso y que desea siempre el bien para sus hijos, que creemos en Jesús que resucitó del sepulcro, venciendo la muerte, el mal y el pecado y nos invita a nosotros a ser partícipes activos de su reino.

     

    En estos tiempos tan difíciles que hemos enfrentado, debemos ver nuestras posibilidades de poder realizar algo a favor del otro o de los demás, especialmente de los más necesitados. Los discípulos sanaban los enfermos y muchas otras cosas más. Entonces nosotros ¿Qué podemos hacer? El mundo está lleno de males. ¿Qué hago yo para contrarrestarlos? En la cotidianidad de mi vida, ¿qué acciones voy realizando para manifestar y dar a conocer que Jesús está vivo entre nosotros y nos invita a vivir en un mundo más humano? ¿Cuál ha sido mi granito de arena como cristiano para enfrentar estos tiempos de pandemia?

     

    De eso se trata la experiencia de la resurrección. Que encontremos esa motivación de querer cambiar las cosas, para bien de todos. Que nos impulse a vivir más comunitariamente, teniendo un mayor sentido común y venciendo el egoísmo e individualismo que cada día nos arropa más y que en estos tiempos se ha afianzado profundamente en la sociedad. ADH 855



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