Rincón de la Palabra | P. José Israel
Cruz Escarramán
Don de Fortaleza
Ven, EspÃritu
Santo y “reparte tus siete dones según la fe de tus siervos” (Secuencia de Pentecostés)
En esta ocasión
reflexionemos sobre el don de la Fortaleza, el EspÃritu de Dios que viene a
socorrernos en la debilidad. Cuando en el peregrinar por este mundo, poniendo
fielmente en práctica la vida cristiana, bien sabemos que las dificultades
abundan, cuando queremos y buscamos ser testimonio de fe. En ocasiones
constantes faltan las fuerzas y se acerca no en pocos momentos la debilidad, es
ahà cuando implorando este preciado don de la Fortaleza que el EspÃritu Santo
libera nuestro corazón, lo libera del temor, de las incertidumbres y de todos
los temores que pueden frenarlo, de manera que la palabra del Señor sea puesta
en práctica de manera auténtica y gozosa a pesar y contra todo obstáculo.
La fortaleza
mirándola como virtud humana, aquella en la que se apoya todo el edificio de la
vida moral, es más habitual y permanente en nosotros, una persona que, en la
búsqueda de un desarrollo integral constante, persistente en la conquista de
sus metas. La fortaleza como la virtud de quien no se ajusta a componendas en
el cumplimiento del propio deber.
Mas la fortaleza
como don de Dios, concretamente la divisamos en esos momentos determinantes de
dificultades interiores y existenciales, cuando el EspÃritu acrecienta en
nosotros esa llama para continuar y si es necesario dar un testimonio más
radical como lo constatamos en los mártires que abundan como testimonios
concretos en nuestra santa Iglesia. Hoy no faltan cristianos que en tantos
lugares del mundo siguen celebrando y dando confirmación de su fe, con profunda
convicción y serenidad, y resisten también a pesar de que saben les puede
comportar un precio más alto.
El Papa san Juan
Pablo II en torno a este don de la Fortaleza, nos decÃa: “El don de la
fortaleza es un impulso sobrenatural que da vigor al alma, no sólo en momentos
dramáticos como el del martirio, sino también en las habituales condiciones de
dificultad: en la lucha por permanecer coherentes con los propios principios;
en el soportar ofensas y ataques injustos; en la perseverancia valiente,
incluso entre incomprensiones y hostilidades, en el camino de la verdad y de la
honradez”. (L’Osservatore Romano 21/05/89).
Cuando
experimentamos, como Jesús en Getsemanà “la debilidad de la carne” (cf. Mt
26,41; Mc 14;28), es decir, de la naturaleza humana sometida a las enfermedades
fÃsicas y psÃquicas, tenemos que invocar del EspÃritu Santo el don de la
fortaleza para permanecer firmes y decididos en el camino del bien. Entonces
podremos repetir con San Pablo: “Me complazco en mis flaquezas, en las
injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por
Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Co 12,10).
Sólo Dios es el
verdaderamente fuerte, como nos explica San Buenaventura: “La fortaleza dimana,
como de principio sólido, sublime y fuerte, de Dios; y Dios eterno es el origen
de la fortaleza de todas las cosas, porque nada es poderoso ni fuerte sino en
virtud de la fortaleza del primer principio […] esta fortaleza convierte a todo
hombre en rico, y seguro, y poderoso, y confiado” (Collationes de septem
donis Spiritus Santcti V, 5).
Con el don de
fortaleza, el alma cristiana encuentra los medios que facilitan en ella esa
acción realmente poderosa del EspÃritu Santo, que por sà misma es incapaz de
realizar. ADH 852.
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