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    domingo, 2 de mayo de 2021

    Don de Fortaleza


    Rincón de la Palabra | P. José Israel Cruz Escarramán






    Don de Fortaleza

     

    Ven, Espíritu Santo y “reparte tus siete dones según la fe de tus siervos” (Secuencia de Pentecostés)

     

    En esta ocasión reflexionemos sobre el don de la Fortaleza, el Espíritu de Dios que viene a socorrernos en la debilidad. Cuando en el peregrinar por este mundo, poniendo fielmente en práctica la vida cristiana, bien sabemos que las dificultades abundan, cuando queremos y buscamos ser testimonio de fe. En ocasiones constantes faltan las fuerzas y se acerca no en pocos momentos la debilidad, es ahí cuando implorando este preciado don de la Fortaleza que el Espíritu Santo libera nuestro corazón, lo libera del temor, de las incertidumbres y de todos los temores que pueden frenarlo, de manera que la palabra del Señor sea puesta en práctica de manera auténtica y gozosa a pesar y contra todo obstáculo.

     

    La fortaleza mirándola como virtud humana, aquella en la que se apoya todo el edificio de la vida moral, es más habitual y permanente en nosotros, una persona que, en la búsqueda de un desarrollo integral constante, persistente en la conquista de sus metas. La fortaleza como la virtud de quien no se ajusta a componendas en el cumplimiento del propio deber.  

     

    Mas la fortaleza como don de Dios, concretamente la divisamos en esos momentos determinantes de dificultades interiores y existenciales, cuando el Espíritu acrecienta en nosotros esa llama para continuar y si es necesario dar un testimonio más radical como lo constatamos en los mártires que abundan como testimonios concretos en nuestra santa Iglesia. Hoy no faltan cristianos que en tantos lugares del mundo siguen celebrando y dando confirmación de su fe, con profunda convicción y serenidad, y resisten también a pesar de que saben les puede comportar un precio más alto.

     

    El Papa san Juan Pablo II en torno a este don de la Fortaleza, nos decía: “El don de la fortaleza es un impulso sobrenatural que da vigor al alma, no sólo en momentos dramáticos como el del martirio, sino también en las habituales condiciones de dificultad: en la lucha por permanecer coherentes con los propios principios; en el soportar ofensas y ataques injustos; en la perseverancia valiente, incluso entre incomprensiones y hostilidades, en el camino de la verdad y de la honradez”. (L’Osservatore Romano 21/05/89).

     

    Cuando experimentamos, como Jesús en Getsemaní “la debilidad de la carne” (cf. Mt 26,41; Mc 14;28), es decir, de la naturaleza humana sometida a las enfermedades físicas y psíquicas, tenemos que invocar del Espíritu Santo el don de la fortaleza para permanecer firmes y decididos en el camino del bien. Entonces podremos repetir con San Pablo: “Me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Co 12,10).

     

    Sólo Dios es el verdaderamente fuerte, como nos explica San Buenaventura: “La fortaleza dimana, como de principio sólido, sublime y fuerte, de Dios; y Dios eterno es el origen de la fortaleza de todas las cosas, porque nada es poderoso ni fuerte sino en virtud de la fortaleza del primer principio […] esta fortaleza convierte a todo hombre en rico, y seguro, y poderoso, y confiado” (Collationes de septem donis Spiritus Santcti V, 5). 

     

    Con el don de fortaleza, el alma cristiana encuentra los medios que facilitan en ella esa acción realmente poderosa del Espíritu Santo, que por sí misma es incapaz de realizar. ADH 852.



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