Actualidad | Reynaldo R. Espinal*
¡Jesús ha resucitado! ¡el amor vence
la muerte y la
desesperanza!
Muchas
losas han caído sobre nuestro mundo, sobre nuestras familias y nuestras vidas
en estos tiempos difíciles. ¡Tiempos de pandemia! Crisis económica,
fallecimiento de personas cercanas, aumento del desempleo, incremento del
desequilibrio emocional, manifiesto en el predominio del estrés, la ansiedad,
la depresión.
Desde aquella hora feliz del sepulcro vacío, nacía la esperanza verdadera; esa, que, aunque por momentos parezca vacilar, no se extingue ante la maldad ni ante el avance indetenible de la noche
En
fin, un momento singular de la historia en que se ha puesto a prueba nuestra fe
y parecería como si en todo el orbe estuviéramos experimentando, tanto más que
una crisis económica, sanitaria y social, un profundo déficit de esperanza ante
el desasosiego y la incertidumbre que nos circunda. Si algo necesitamos hoy con
urgencia, por tanto, es renovar nuestra esperanza.
El Domingo de Resurrección, punto culminante
de nuestra fe cristiana, es momento especialísimo para meditar en él a
profundidad. La Iglesia nos propone para esta grandiosa festividad cristiana
meditar en el Capítulo 20 del Evangelio de San Juan (Vers. 1-9). Hundida en la
desolación y la tristeza, María Magdalena se dirigió a la tumba donde dos días
antes había quedado sepultada la esperanza de los seguidores de Jesús. Su
inesperado final; el momentáneo triunfo del poder y la fuerza; la recurrente
ironía de la historia, donde una vez más, el bien era aplastado por el mal y
parecía sobreponerse la arrogancia sobre la humildad, signaban aquellas horas
de un inconfundible sentimiento de fracaso en quienes apostaron con ánimo
decidido en el proyecto de un reino nuevo propuesto por Jesús.
¡Qué
estupor indecible el de María Magdalena cuando en aquel oscuro amanecer
dominical encontró removida la losa del sepulcro! ¡Jesús había resucitado!
Desde aquel entonces, ya todo sería diferente. La vida ... el mundo... la
historia... el mal... el dolor... la muerte. La última palabra no la tendrían
jamás el sinsentido ni la tristeza. Desde aquella hora feliz del sepulcro
vacío, nacía la esperanza verdadera; esa, que, aunque por momentos parezca
vacilar, no se extingue ante la maldad ni ante el avance indetenible de la
noche. La fe en la resurrección no nos exonera del paso necesario por la noche
oscura del Viernes Santo. Como señala Rovira Belloso “…el Crucificado
silencioso, sobrepasado por el dolor y la muerte es el símbolo de la
solidaridad de Dios con el dolor y la muerte de los vencidos”. El crucificado
es el Resucitado triunfante.
Se cuenta de un prisionero de los campos de
concentración nazis, que ante la contemplación impasible de tanto horror como
el que estuvo ante su vista, exclamó: ¿Dónde está Dios, que permite semejante
horror? Es la pregunta que se han hecho no pocos a lo largo de la historia, y
que resurge con inusitada fuerza en momentos como los que vivimos.
Y aunque sabemos que Dios no anula nuestra libertad, lo cual explica la posibilidad del mal, en la resurrección de Jesús se ha iluminado para siempre nuestra vida. Que esta hermosa oración del sacerdote jesuita Mateo Andrés, S.J, nos alcance la luz del Resucitado para continuar caminando con fe y esperanza.
Ilumina mi sombra para llevar tu luz.
Ilumina mi sonrisa para abrazar tus resurrecciones.
Ilumina mi impotencia para fortalecerme en tu amor.
Ilumina mi andar para crecer en la entrega.
Ilumina mis palabras para no tener miedo a tus silencios.
Ilumina mis lágrimas para seguir sembrando.
Ilumina mis errores para aprender de vos.
Ilumina mi oración para no ser sordo a tu llamado.
Ilumina mi latir para no perder el ritmo del Reino.
Ilumina mis necesidades para animarme a vivir más allá de ellas.
Ilumina mi amor para que sea incondicional y hasta el extremo como el tuyo.
Ilumina mi soñar para despertar contigo.
Ilumina mi música para cantar con los demás.
Ilumina mis heridas para regarlas desde el manantial.
Ilumina mi carisma para que sea plenitud de vida.
Ilumina mi cercanía para construir a la vez distancias y puentes.
Ilumina mi Eucaristía para hacerlo en memoria tuya.
Ilumina mi paz para ser tu mensajero.
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