Otras Voces | Martín Gelabert Ballester
Mayo, mes de María: pretexto y texto
Al
parecer, en Grecia, el mes de mayo estaba dedicado a la diosa Artemisa, diosa
de la fecundidad. Algo parecido sucedía en la antigua Roma: el mes de mayo
estaba dedicado a la diosa Flora, diosa de la vegetación. Mayo es un mes
eminentemente primaveral. En el hemisferio norte empieza la primavera y la
naturaleza se muestra fecunda. Por eso también se habla de mayo como mes de las
flores.
Si las
flores de mayo son ocasión de honrar a la Virgen María, ella nos orienta a otra
realidad mucho mayor
Todas las
ocasiones son buenas para reavivar nuestra fe, a condición de que sepamos
distinguir la ocasión de aquello que la ocasión nos sugiere, y no demos
importancia a la ocasión sino a la sugerencia. Lo importante no es el pretexto,
sino el texto. El pretexto, en nuestro caso, puede ser la primavera. El texto
es María. Y puestos a relacionar la fecundidad con María se puede recordar que
tampoco, en este caso, lo decisivo es María, sino el bendito fruto de su
vientre. No el que María fuera fecunda, sino el resultado de la fecundidad de
María. Si las flores de mayo son ocasión de honrar a la
Virgen María, ella nos orienta a otra realidad mucho mayor. Por eso es
oportuno recordar las palabras que María dijo en Caná a los sirvientes de la
boda, referidas a Jesús: “haced lo que él os diga”. Si mayo es pretexto para
honrar a María, María es camino seguro para encontrar al único Salvador. Si no
terminamos en Jesús no hay cristianismo que valga.
El mejor
elogio que puede hacerse de María es calificarla, como hace su parienta Isabel,
de “la que ha creído”. Feliz ella porque ha creído en la Palabra del Señor. El
Concilio Vaticano II se refirió a ella como “peregrina de la fe”, o sea, como
aquella que encuentra su mejor lugar en el seguimiento de Cristo. Y por eso a
ella se aplica la bienaventuranza de la fe: felices, sí, verdaderamente felices
los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan, como ella lo hacía fielmente.
Todo lo demás, comparado con esto, es secundario. Por este motivo Jesús corrige
el elogio que una mujer quiere hacerle piropeando a su madre, como todavía hacemos
nosotros al decir “viva la madre que te parió”. Jesús replica: no se trata de
los pechos que me amamantaron ni del vientre que me llevó, sino de acoger la
Palabra de Dios. Y ahí, en la acogida de la Palabra, todos tenemos las mismas
oportunidades.
Contemplando
la vida de María, totalmente modelada por la Palabra de Dios, también nosotros
nos sentimos llamados a entrar en el misterio de la fe, misterio por el que
Cristo viene a habitar en nuestra vida. Pues todo cristiano que cree concibe,
engendra al Verbo de Dios en sí mismo. La fe es la cuestión fundamental tanto
en María como en todos los seguidores de Jesús: ¿me fío o no me fío de Dios?
Hasta el punto de que sólo así puede cumplirse la última bienaventuranza de
Jesús: “dichosos los que creen, sin haber visto”.
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