Desde los tejados / Manuel Maza, SJ. manuelmaza@pucmm.edu.do
No somos siervos, sino amigos
Padres,
educadores y sacerdotes fallamos al usar a Dios como pieza clave de un aparato
represivo.
No
es raro todavÃa escuchar a una madre o un educador conminar a un joven
inquieto: -- Cumple esto que te digo, porque si no, Dios te va a castigar--. Es
propio de hombres y mujeres celosos de su autoridad justificar y sacralizar sus
normas disciplinares “en nombre de Dios”. Pero, ¿acaso es asà el Dios que nos reveló
Jesús?
Nos
toca cantar un canto nuevo, como nos exhorta el Salmo 97. Juan, el evangelista,
en el pasaje Juan 15, 9 – 17 presenta a Jesús aleccionando asà a sus
discÃpulos: “Ya no los llamo siervos,
porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a ustedes les llamo amigos,
porque todo lo que he oÃdo a mi Padre se los he dado a conocer”.
Jesús
introdujo a sus discÃpulos en su relación de amor con el Padre. Jesús no formó
una comunidad de siervos, en el sentido esclavista de la palabra, sino de amigos.
Él mismo comenzó esa amistad: ellos no eligieron a Jesús; Jesús los eligió a
ellos.
No
los eligió para instalarse en un lugar, sino para enviarlos en misión y dieran un
fruto duradero.
Los
invitó a orar al Padre con la certeza de ser escuchados.
¿Quién
está delante de una exigencia mayor, el siervo o el amigo? El siervo con
cumplir externamente tiene. El amigo vive la exigencia del amor. Jesús mismo
exhorta asà a sus discÃpulos: “ámense como yo los he amado”. Incluso, los
coloca delante del amor mayor existe: “nadie tiene mayor amor que quien da la
vida por sus amigos”.
Jesús
nos invita a todos los discÃpulos, especialmente a los que mandamos y
dirigimos, a dar la vida por los amigos.
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