Desde los tejados | Manuel
Maza, SJ.
Sumergirse en la Trinidad
Creemos que “el Señor es
el único Dios” (Deuteronomio 4, 32 – 40) y afirmamos que ése único Dios, es
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En el final del
evangelio de San Mateo, (28,16-20),
Jesús envió a sus
discípulos de esta manera: “Vayan y hagan
discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo”.
Bautizarse es ser sumergido en el agua. El agua es
símbolo de una experiencia. Jesús envió a sus discípulos a sumergir a todo
aquel que quisiera ser cristiano en la experiencia de la Trinidad.
Los cristianos estamos llamados a hacer la experiencia
de Dios como Padre liberador, el mismo que liberó a los hebreos en Egipto (Deuteronomio
4). Es el Padre quien “libra nuestras vidas de la muerte y nos reanima en
tiempo de hambre” (Salmo 32).
Todos los creyentes hemos de sumergirnos en la
experiencia del Hijo como Palabra del Padre, “palabra sincera y leal, amante de
la justicia y el derecho” (Salmo 32). Jesús es tan divino como el Padre, por
eso "se le ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra” (Mateo 28).
Finalmente, al sumergirnos en la experiencia de la
Trinidad, descubriremos, que gracias al Espíritu Santo, podemos dirigirnos al
Padre con la plena confianza de los hijos. Jesús lo llamaba ¡Abba! Y nosotros
también podemos dirigirnos a él de la misma manera.
Al confesar la Trinidad no encerramos a Dios en una
fórmula humana, sino que abrimos nuestras mentes al misterio inalcanzable, al
cual nos acercamos por tres caminos seguros: en Dios, uno es Padre, otro es
Hijo y otro, Espíritu Santo. Pero tan inmenso es su amor y tan estrecha su
comunicación, que adoramos y creemos en un solo Dios. Así ha de ser la Iglesia
sumergida en la Trinidad.
Manuel Maza, S.J., mmaza@pucmm.edu.do
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