Vida Religiosa |
M. Prado Heras/CLAR
El Dios de la Vida se revela como proximidad
La Pascua de Jesús es también la Pascua de la vida consagrada. Él pasó por este mundo entrando en él y haciéndose presente de un modo activo, concreto, real, vivo, revelándonos la compasión amante por el hombre con un amor que sale de sí mostrándonos, paradójicamente, su trascendencia en su condescendencia y su exdescendencia. La condición exódica y exílica que parecía responder únicamente a la condición humana, Él la hace suya. La vida consagrada ha tomado esta dinámica en su modo de vivir la propia consagración, la fraternidad y la misericordia que no expresan otra cosa que esta disponibilidad absoluta a entregar la vida distanciándose de todo autocentralismo y autosatisfacción para ir en busca del hermano.
Una Iglesia pobre para los pobres empieza con ir hacia la carne de Cristo. Si vamos hacia la carne de Cristo, comenzamos a entender algo, a entender qué es esta pobreza
La mayor omnipotencia divina es su condescendencia,
que tiene como principio la proximidad, el acercamiento, el abajamiento (Fil 2,
6- 8) como signo pascual al que la vida consagrada ha querido plegarse, como
modo eucarístico de vivir la propia manifestación del Señor desde lo más íntimo
de ella misma, aproximándose al hombre vertiéndose sobre él, dando vida.
En la Fratelli tutti, el Papa expresa
constantemente esta urgente necesidad de acercamiento entre los hombres a
través de la fraternidad humana universal y de la amistad social, repara en la
bondad de los pueblos, en una voluntad de bien, intercambiando los dones
propios con el deseo de compartirlos, rompiendo con los muros del miedo, la
distancia, la sospecha, la Gesto tras gesto hace de este deseo no solo palabras
sino realidad como acabamos de vivir en su visita a Irak con la finalidad de
superar la distancia a través del diálogo y la mutua acogida.
«Permanecerá siempre en mi corazón. El encuentro
con el gran ayatolá Al-Sistani, la máxima autoridad chiíta, en Nayaf; la
oración contra la guerra en Mosul, antiguo bastión del IS; el abrazo a los
cristianos de la llanura de Nínive...» (Papa Francisco).
La vida consagrada ha dejado los espacios de
bienestar y se ha embarcado hacia todos LOS confines del mundo para sembrar la
Palabra de Vida y asumir LAS VIDAS ESQUIVAS, LAS VIDAS QUE SOBRAN en el mundo
del poder, del éxito, de la riqueza, de la perfección...
«La pobreza es una categoría teologal porque el
Hijo de Dios se abajó, se hizo pobre para caminar con nosotros por el camino
[...] Una Iglesia pobre para los pobres empieza con ir hacia la carne de
Cristo. Si vamos hacia la carne de Cristo, comenzamos a entender algo, a
entender qué es esta pobreza, la pobreza del Señor» (Papa Francisco).
No solo ha sido capaz de querer ver y afrontar lo
que se ve, sino que se ha acercado hasta tocar al hombre en su realidad más
kenótica, principalmente precaria y necesitada, APROXIMÁNDOSE. Ha sido el amor
en acto, sin retorno, concreto, ejerciendo la misericordia sobre el hombre de
un modo integral, cubriéndole en todas sus carencias corporales y físicas,
psicológicas y sociales.
El samaritano habla de la vida consagrada en tres
gestos muy propios: ACERCARSE, SANAR y CARGAR, hasta convertirse en su propio
del que penden, como colgajos humanos, todas las vidas, sobre todo, las
heridas, las vidas sin futuro, las perdidas, las solas, las maltratadas, como
la iconografía nos ha mostrado a Juan de Dios, a Teresa de Calcuta, a Juan
Bosco, a tantos santos a lo largo de la historia y a tanto otros de la puerta
de al lado que han vivido y viven así y han llamado a las Puertas del Cielo
cargados de tanta humanidad y por eso han sido reconocidos por el Padre como
Hijo Único y amado. «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino
preparado para vosotros desde la creación del mundo (Mt 25, 34)».
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