Fe y Vida | Ron
Rolheiser/CiudadRedonda
El poder envolvente del odio
Cualquier cosa
que atéis en la tierra será atada en el cielo, y cualquier cosa que desatéis en
la tierra será desatada en el cielo. Sabemos que esto funciona para el amor. ¿Funciona también para el
odio? ¿Puede seguirnos el odio de alguien, aun en la eternidad?
En su reciente novela Payback, Mary Gordon platea esa cuestión. Su historia se centra en dos mujeres, una de las cuales, Agnes, ha hecho daño a la otra, Heidi. El daño habÃa sido involuntario y accidental; pero habÃa sido profundo, tanto que para ambas mujeres quedó como veneno en sus almas durante los siguientes cuarenta años. La historia traza sus vidas durante esos cuarenta años, en los que nunca se ven; ni siquiera conocen sus paraderos, pero permanecen obsesionadas una con otra: una alimentando un daño, y la otra una culpa por ese daño. La historia culmina finalmente con Heidi buscando ansiosamente a Agnes con el fin de hacerle frente para pagar con la misma moneda. Y esa paga es el odio, un odio real y perverso, una maldición, con promesa de durar hasta la muerte, asegurando que Agnes nunca estará libre de ella durante el resto de su vida.
Agnes no sabe
qué hacer con ese odio, que domina su mundo y envenena su felicidad. Se
pregunta si también dará otro color a su eternidad: “Su último
encuentro con Heidi habÃa turbado su creencia en la duración de los lazos del
amor. Porque si el amor iba a alguna parte después de la muerte, ¿dónde,
entonces, estaba el odio? Ella habÃa entendido, en el caso de Heidi, que era la
otra cara de la moneda del amor. Aun después de la muerte, ¿la seguirÃa el odio
de Heidi, echando a perder su eternidad, la quebrantada nota en la armonÃa, el
oscuro borrón en el resplandor? Desde que Heidi habÃa vuelto a entrar en su
vida, Agnes, por primera vez, habÃa estado ciertamente temerosa de morir. TenÃa
que hacerse creer que el amor de los que la amaban la envolverÃa siempre…
custodiándola del odio y la fealdad que Heidi le habÃa mostrado. DebÃa creerlo;
de lo contrario… si no, era demasiado intolerable incluso de nombrar”.
Gabriel Marcel
afirma correctamente que amar a alguien es asegurar que esta persona nunca
pueda perderse, que (mientras el amor continúe) nunca pueda ir al infierno. Por
ese amor, el otro siempre está conectado (“ligado”) a la familia del amor y
finalmente al ciclo del amor en Dios. No obstante, ¿es, por tanto, esto también
cierto para el odio? Si alguien os odia, ¿puede eso tocaros eternamente y
contaminar algo del gozo del cielo? Si el amor de alguien puede manteneros por
toda la eternidad, ¿puede el odio de alguien hacer lo mismo?
Esta no es una
cuestión fácil. Atar y desatar, según expresó Jesús, funcionan de ambas
maneras, con amor y con odio. Nos liberamos unos a otros por medio del amor, y
nos atamos unos a otros por medio del odio. Sabemos eso por experiencia, y en
un lugar profundo dentro de nosotros intuimos su gravedad. Por eso tanta gente
busca la reconciliación en sus lechos de muerte, queriendo como su último deseo
no dejar este mundo sin hacer las paces. Pero, triste hecho, a veces dejamos
esta vida sin reconciliarnos, con el odio que nos sigue hasta el interior de la
tumba. ¿También esto nos sigue hasta la eternidad?
La elección es
nuestra. Si respondemos al odio con el odio, este nos seguirá hasta la
eternidad. Al contrario, si por nuestra parte buscamos la reconciliación (tanto
cuanto sea posible práctica y existencialmente), entonces ese odio ya no puede
atarnos; la cuerda será rota, rota desde nuestro extremo.
León Tolstoi
dijo una vez: Sólo hay una manera de poner fin al mal, y es hacer el
bien en vez del mal. Vemos eso en Jesús. Algunos los odiaban, y él
murió asÃ. Sin embargo, ese odio perdió su poder sobre él porque él rehusó
responder del mismo modo. Mejor dicho, devolvió amor en vez de odio,
comprensión en vez de desavenencia, bendición en vez de maldición, amabilidad
en vez de resentimiento, fidelidad en vez de rechazo, perdón en vez de
asesinato. Pero… eso supone una rara e increÃble fuerza.
En la
afirmación de Gabriel Marcel (si amamos a alguien, esa persona nunca se puede
perder) hay una advertencia implicada, a saber, que el otro no rechace
voluntariamente nuestro amor ni elija abandonarlo. Lo mismo resulta cierto para
el odio. El odio de otra persona nos atrapa, pero sólo si nos encontramos con
él en sus propios términos, odio por odio.
No podemos
hacer que alguien deje de odiarnos, pero podemos rehusar odiarlo y, en ese
momento, el odio pierde su poder de atarnos y castigarnos. Por supuesto, esto
no es fácil, ciertamente no a nivel emocional. El odio tiende a disponer de un
dominio enfermizo y diabólico sobre nosotros, paralizándonos la verdadera
fuerza que necesitamos para dejarlo marchar. En ese caso, aún queda otro
detalle salvÃfico: Dios puede hacer por nosotros cosas que nosotros no podemos
hacer por nosotros mismos.
AsÃ, al fin,
como Juliana de Norwich enseña (y como nuestra fe en la compasión y comprensión
de Dios nos permite saber) todo sin excepción estará bien, a pesar del odio.
Publicado
por Ciudad Redonda:
https://www.ciudadredonda.org/articulo/el-poder-envolvente-del-odio
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