Valor del Mes | P. Juan Tomás García MSC
El valor de la Comunión
La palabra “comunión” nos hace recordar en primer
lugar la unión sacramental del cristiano con Cristo mediante la participación
en la Eucaristía. El término griego del Nuevo Testamento más cercano a este
significado es la “Comunión con
la sangre de Cristo”; “Comunión con
el cuerpo de Cristo” (1 Cor 10,16).
La comunión la crea el
Espíritu del resucitado, presente en la Iglesia y en cada uno y cada una de sus
miembros. El mismo Espíritu está actuando en todos nosotros. Él crea a la Iglesia,
le da su fuerza, le infunde su dinamismo, la unifica y la vivifica
permanentemente. El crea la comunión, la comunidad del Espíritu. Su primera
acción es construir la comunión eclesial. Los seguidores de Jesús creemos que
somos creados para vivir en comunión: para ver y ser vistos, para conocer
y ser conocidos, y para amar y ser amados por Dios y los demás. Durante la
pandemia del Covid-19 y el distanciamiento de los demás, de la Iglesia y de la
Eucaristía, por un buen tiempo, sabemos que Dios no se ha alejado, todo lo
contrario, nos ha inspirado a vivir, desde la comunión espiritual, la
solidaridad, a estar en comunión con él y con nuestros hermanos más necesitados
que nosotros. Este tiempo también ofrece una oportunidad única para atraer a
otros a esta comunión e intimidad con Dios y con los demás.
En medio de la pandemia estamos invitados a
redescubrir y profundizar el valor de la comunión que une a todos los miembros
de la Iglesia. Unidos a Cristo, nunca estamos solos, sino que formamos un
Cuerpo del cual Él es la Cabeza. Esta unión se nutre de la oración, pero
también de la comunión espiritual con la Eucaristía, una práctica muy
recomendable cuando no es posible recibir el Sacramento. Lo digo para
todos, especialmente para las personas que viven solas.
En una conmemoración del
Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Papa Francisco ha dicho que comulgando nos
acercamos más a Cristo, quien nos convierte en parte de su Cuerpo místico. Que aunque
cada domingo nos reunimos en la Santa Misa, es conveniente que cada año
tengamos la alegría de celebrar una fiesta dedicada a este Misterio de la Fe
para expresar en plenitud nuestra adoración a Cristo, que se entrega como
comida y bebida de salvación. Pero comulgar el Cuerpo de Cristo significa
también abandonarnos con confianza a Él. Se trata de aceptar a Jesús en lugar
del ‘yo’. De esta forma, el amor gratuito recibido por Cristo alimenta nuestro
amor por Dios y por los hermanos y hermanas que encontramos en el camino de
cada día.
La comunión con Dios y entre nosotros es fuente de
gracia. Llevamos
muchos años hablando sobre la comunión, sin que se evidencien las prácticas que
acompañan dichos diálogos. La comunión se vive y viviéndola se incrementa.
Cristo extiende su amistad a todos, sin rechazar a nadie. Nos muestra la
comunión con Dios como un camino de salvación. Los que a aman a Cristo sobre
toda la tierra forman en su seguimiento como una gran comunidad de amistad. A
esta comunidad se le llama comunión. Animemos procesos de comunión:
1. Comunión en el amor
Ámense
unos a otros, en este amor todos reconocerán que son mis discípulos (Juan 13,
34).
No es posible vivir la fe en solitario. La fe nace cuando hay una experiencia
de comunión, cuando se descubre que en Cristo se encuentra la fuente de una
unidad sin fronteras. ¡Si las comunidades cristianas, los grupos, los
movimientos y pastorales, se convirtieran cada vez más en lugares de amistad!
En expresiones de cariño y preocupación sensibles. Lugares acogedores donde nos
sostuviéramos mutuamente, atentos a los más débiles, los extranjeros, a los que
no comparten nuestras ideas… fuera mucho más evidente la comunión. Intentemos
escuchar a los jóvenes, discernir y acoger lo que ellos pueden aportar a
comunidad local, y sensibilizar a los mayores. Tenemos que proponer, y contar
con los otros para vivir espacios de comunión.
2. Comunión fraterna más
allá de lo “normal”
Lo
que hacen con uno de los más pequeños, conmigo lo hacen (Mt 25,40), nos dice
Jesús en el Evangelio. Él estaba atento a todos con los que se encontraba, sobre
todo a los pobres, los niños, los que no contaban. En su seguimiento,
atravesamos fronteras para unirnos a aquellos que están en necesidad.
Emprendamos actos de solidaridad, junto con los cristianos de distintas
afiliaciones, y también con personas que no comparten nuestra fe. Sea pobreza
material o espiritual, ser solidarios implica un compartir recíproco: cuando
aportamos una ayuda, somos a menudo nosotros quienes recibimos. Todas las
personas salimos enriquecidas cuando compartimos lo que somos y lo que tenemos,
en comunión con los demás. Aprendamos a elegir, durante un tiempo determinado,
una calle, una cuadra, un barrio, una situación o unas personas concretas a
quienes darle seguimiento, ofreciéndole nuestra amistad, manifestándoles
nuestra solidaridad, especialmente a los excluidos, pobres, enfermos discapacitados,
inmigrantes, desempleados… Así tendremos la oportunidad de ayudar a los jóvenes
a descubrir situaciones en las que sea necesaria y posible la solidaridad.
3. Comunión en el
acompañamiento y la oración
Allí
donde dos o más estén reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos (Mateo 18,20), garantiza Jesús.
Algunos jóvenes atraviesan pesadas pruebas, abandonos, soledades, conciencia de
las injusticias en el mundo y esto hace casi imposible la fe en Dios. Creer es
siempre un riesgo: el riesgo de la confianza. La comunión con otras personas
puede ayudar a reflexionar en el caminar de la fe. Somos urgidos a dejar salir
nuestras preguntas y encontrar con quien compartirlas, cada semana, o cada mes…
leer juntos el Evangelio, hacer un rato de oración en común con unos que otros
cantos y momentos de silencio. Una buena acción pastoral sería el animar y
acompañar a estos pequeños grupos de compartir y oración, ayudándoles a
permanecer abiertos y acogedores de otros. Esto promueve la comunión.
4. Comunión visible entre
los seguidores de Cristo
Pablo
enfatiza que somos el Cuerpo de Cristo (1Cor 12, 27). Aquí donde vivimos nuestro
seguimiento de Jesús, hay otras personas que aman también a Cristo, pero de una
manera distinta que nosotros. Llamarnos “cristianos” es llevar el nombre de
Cristo. Busquemos dar más visibilidad a esta identidad común, en lugar de
subrayar nuestras diferencias. Cuando nuestras prácticas parecen incompatibles,
no hay razón para alejarnos. Durante su vida, Jesús cruzó las fronteras; sobre
la cruz, extendió sus brazos de un lado a otro, entre aquellos que están
divididos. Si los cristianos queremos seguir de verdad a Jesús no podemos
permanecer divididos. Es el Espíritu Santo quien nos une en comunión de amor.
Vayamos hacia aquellos que son diferentes, otro grupo, otra parroquia, otro
movimiento, otra confesión, una comunidad cristiana de inmigrantes. Hagámosles visitas,
dejémonos acoger, invitémosles. Miremos juntos hacia Cristo en una oración
sencilla, pongámonos “bajo el mismo techo” sin esperar que todo esté plenamente
armonizado, anticipándonos así a la plena comunión. A través de ideas
prácticas, de inspiración y eventos transmitidos en vivo, la Comunión como
Valor fundamental nos preparará no sólo para sobrevivir, sino para prosperar, y
experimentar el llamado a una comunión más profunda con Dios y el prójimo.
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