Miradas cristianas | José I. González Faus
Libertad,
consentimiento, pederastia
El bestseller de Vanessa Springora
(Consentimiento) empieza a tener valor, para estudiar los abusos a menores, ya por su tÃtulo: el
consentimiento, que parece justificarlo todo, puede ser fruto de un engaño y
una seducción, sobre todo en esas edades de la pubertad, cuando la adolescente
insegura tiene sobre todo “un enorme deseo de que me miren” (p. 31), y “la carencia de amor como una sed que se lo
bebe todo, una sed de yonqui que no mira la calidad del producto y se inyecta
una dosis letal” (p. 80). Eso se agrava si el seductor a quien se da ese
consentimiento es un personaje aparentemente “importante”.
1. La izquierda burguesa
El libro se convierte además en una crÃtica, tan
tácita como dura, de aquella izquierda que acabó tildada de “gauche divine” (yo prefiero
hablar de izquierda burguesa) y que en 1977 publicó un manifiesto en defensa
de la pederastia firmado por ochenta intelectuales franceses (Sartre y Simone
de Beauvoir, G. Deleuve, J. Derrida, L. Aragón, R. Barthes, M. Foucault…).
TenÃan su parte de razón en la protesta contra una prisión “preventiva” de tres
años para unos acusados de pederastia, pero, como se vio en textos posteriores,
acabó convirtiendo la protesta contra una justicia injusta o exagerada, en una
defensa del delito (algo asà ¿no se repitió en el “procés” catalán?).
De hecho, como ya es sabido, Sartre tenÃa fama
de acostarse con la mitad de sus alumnas, Foucault abusaba de pobres niños
marroquÃes a cambio de cualquier chucherÃa, y Simone fue acusada por las madres
de dos alumnas de abusar de sus hijas (cosa que se guardó de contar en sus
célebres memorias).
Es cierto que, en este último caso, las chicas
tenÃan 16 años, y la legislación francesa fija en los 15 la edad para el
consentimiento sexual; pero este es un detalle jurÃdico, no propiamente ético.
Siempre me pregunté qué habrÃa hecho A. Camus si hubiera vivido todavÃa. En
cualquier caso, llegamos asà al paso que sigue:
2. La pederastia justificada
Tenemos pues que hasta bien entrados los años
ochenta del pasado siglo, la pederastia era vista como algo normal: Gabriel
Matzneff (el famoso escritor, seductor de Vanessa) llega a hablar de “un favor”
que se les hace a los adolescentes.
Yo he evocado en otro lugar una conversación con
un pederasta que me decÃa eso mismo y además pretendÃa que la condena de la
pederastia era lo mismo que se habÃa hecho antes con la homosexualidad y que,
en el futuro, se hablarÃa de pederofobia como hoy se habla de homofobia.
Y aquella novela Emmanuelle de los años 60
terminaba proclamando que el dÃa en que palabras como adulterio, incesto,
sodomÃa o pederastia… no significaran absolutamente nada negativo, ese dÃa la
evolución habrÃa dado “un paso adelante”: tras pasar de la biosfera a la
noosfera, pasarÃamos ahora a la “erosfera” (curiosamente no dice “sexosfera”,
suscitando la eterna pregunta de Verónica Forqué: “¿por qué le llaman amor
cuando quieren decir sexo”?).
3. “Con la Iglesia hemos topado”
Este era el estado de la cuestión en el último
cuarto del pasado siglo. De repente, cambiaron los puntos de vista y la
pederastia se convirtió en un crimen. ¿Qué habÃa pasado?
Simplemente habÃan comenzado a correr noticias
sobre curas pederastas y ello era una magnÃfica ocasión para atacar a la
Iglesia. Por supuesto, no cabe la menor duda de la monstruosidad del crimen
de aquellos clérigos, objetivamente hablando. Pero sà que resulta sospechosa, o
farisaica, la rectitud moral de esos acusadores que, de repente, parecÃan haber
cambiado sus criterios morales. Se puede ser creyente o no serlo, por supuesto:
la fe solo es tal si es plenamente libre. Pero el anticlericalismo de muchos
no creyentes es solo otra forma de ese clericalismo tan criticado por el papa
Francisco.
En cualquier caso, asà resultó que gracias a la
Iglesia, o mejor: con ocasión de ella, habÃamos cobrado conciencia de la
inmoralidad de los abusos a niños. Es como si fuera verdad aquello de que
“Dios escribe derecho con renglones torcidos” (o con izquierdas torcidas si
preferimos el juego de palabras). Y, sobre todo, es un testimonio inconsciente
de algo que siempre he defendido: a la Iglesia hay que exigirle más que a
nadie.
4. Derechos del niño
El último valor del libro de Vanessa es la descripción
del trauma que el abuso genera en la muchacha. Y en este caso se trata
de una chavala que (en el terreno sexual) no era precisamente una pura e
ingenua criatura. Esto es útil para poner de relieve otro de los grandes
defectos de nuestra cultura: los niños no tienen derechos. Al afirmar
ciegamente unos derechos sin deberes, hemos convertido los derechos en un mero
campo reivindicativo donde solo gana el más fuerte. Y los niños son los más
débiles. Por eso no tienen derecho a unos padres, ni a una infancia feliz,
ni a un respeto a su debilidad, ni a un cariño que les ayude a crecer del mejor
modo posible; a lo más podrán ser un objeto para los impulsos afectivos de los
mayores, como puede serlo el perrito o la gata; pero sin ser queridos por ellos
mismos…
En cambio Gabriel Matzneff sà tenÃa derecho a irse
con sus "derechos" de autor a Filipinas, un paÃs mucho más liberal
que Francia según él, para “follarse culos frescos” (p. 180) de chavales de 11
años.
Por lo visto, en este campo sexual, nada hay más liberal que el hambre.
Luego, el abusador convierte todos sus abusos en materia para novelas exitosas
y premiadas; y acaba publicando las cartas y fotografÃas de las niñas abusadas,
sin conocimiento y aprobación de estas. Sus vÃctimas no son solo “materia”
sexual sino material literario. Vanessa ya habÃa experimentado algo de esa
indefensión en su infancia, con la conducta de sus padres. Y parece que
algo parecido le habÃa ocurrido también a su verdugo. Otra vez: de aquellos
“polvos” vienen estos lodos.
5. La gran lección
La conclusión es bien sencilla e importante: a
pesar de todo, Vanessa se rehÃzo. Siempre es posible rehacerse por
traumático que sea el proceso. Intervino la amistad, el escribir, un
psicoanálisis… Pero ahà queda esta conclusión fundamental: como cristianamente
decimos que siempre es posible el perdón, hay que decir, humanamente, que nunca
está todo perdido.
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