Valores | Amigo del Hogar
Las cosas de cada día están habitadas por la presencia escondida de Dios, es decir, tienen un significado
Los detalles del diario vivir
En el evangelio de Marcos aparecen dos parábolas
que se inspiran en la vida ordinaria, y revelan la mirada atenta de Jesús, que
observa la realidad y, mediante pequeñas imágenes cotidianas, abre ventanas
hacia el misterio de Dios y la historia humana. Jesús hablaba en un modo fácil
de entender, hablaba con imágenes de la realidad, de la vida cotidiana.
La escondida presencia de Dios
Así, nos enseña que incluso las cosas de cada día,
esas que a veces parecen todas iguales y que llevamos adelante con distracción
o cansancio, están habitadas por la presencia escondida de Dios, es decir,
tienen un significado. Por tanto, necesitamos ojos atentos para saber “buscar y
hallar a Dios en todas las cosas”.
Hoy Jesús compara el Reino de Dios, esto es, su
presencia que habita el corazón de las cosas y del mundo, con el grano de
mostaza, la semilla más pequeña que hay: es pequeñísima. Sin embargo, arrojada
a la tierra, crece hasta convertirse en el árbol más grande (cf. Mc 4,31-32).
Así hace Dios. A veces, el fragor del mundo y las muchas actividades que llenan
nuestras jornadas nos impiden detenernos y vislumbrar cómo el Señor conduce la
historia.
Y sin
embargo —asegura el Evangelio— Dios está obrando, como una pequeña semilla
buena que silenciosa y lentamente germina. Y, poco a poco, se convierte en un
árbol frondoso que da vida y reparo a todos. También la semilla de nuestras
buenas obras puede parecer poca cosa; mas todo lo que es bueno pertenece a Dios
y, por tanto, humilde y lentamente, da fruto. El bien —recordémoslo— crece
siempre de modo humilde, de modo escondido, a menudo invisible.
Somos conscientes que con parábola Jesús quiere
infundirnos confianza. De hecho, en muchas situaciones de la vida puede suceder
que nos desanimemos al ver la debilidad del bien respecto a la fuerza aparente
del mal. Y podemos dejar que el desánimo nos paralice cuando constatamos que
nos hemos esforzado pero no hemos obtenido resultados y parece que las cosas
nunca cambian.
El Evangelio nos pide una mirada nueva sobre
nosotros mismos y sobre la realidad; pide que tengamos ojos grandes que saben
ver más allá, especialmente más allá de las apariencias, para descubrir la
presencia de Dios que, como amor humilde, está siempre operando en el terreno
de nuestra vida y en el de la historia.
Y esta es nuestra confianza, es esto lo que nos da
fuerzas para seguir adelante cada día con paciencia, sembrando el bien que dará
fruto. ¡Qué importante es esta actitud para salir bien de la pandemia! Cultivar
la confianza de estar en las manos de Dios y, al mismo tiempo, esforzarnos
todos por reconstruir y recomenzar, con paciencia y constancia.
También en la Iglesia puede arraigar la cizaña del
desánimo, sobre todo cuando asistimos a la crisis de la fe y al fracaso de
varios proyectos e iniciativas. Pero no olvidemos nunca que los resultados de
la siembra no dependen de nuestras capacidades: dependen de la acción de Dios.
A nosotros nos toca sembrar, y sembrar con amor, con esfuerzo, con paciencia.
Pero la fuerza de la semilla es divina. Lo explica Jesús en la otra parábola de
hoy: el campesino arroja la semilla y luego no sabe cómo produce fruto, porque
es la semilla misma la que crece de manera espontánea, durante el día, por la
noche, cuando él menos se lo espera (cf. vv. 26-29). Con Dios siempre hay
esperanza de nuevos brotes, incluso en los terrenos más áridos.
De las palabras del Papa en la oración del
Ángelus, 13.06.2021.
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