Testimonio | Iñigo
Alcaraz, sj
Mis miedos, a unos días
de ser ordenado
sacerdote
Suena la canción de entrada en la iglesia y vas
caminando en procesión hacia el altar, que besas en reverencia por ser donde va
a tener lugar la Eucaristía. Observas muchos ojos queridos entre la gente que
quieren apoyarte. Comienza la celebración y se acerca el rito de la ordenación.
Hay un momento que supone un respiro orante. Toda la asamblea canta las
letanías para interceder por los que, postrados suelo en tierra, van a ser consagrados.
Se intercede por ellos, para que Dios les asista siempre en su ministerio.
En un instante así, en un paso de la vida que
aglutina tanta densidad humana y divina, se hacen también presentes los miedos.
Aunque no vayan a vencer, juegan su rol. No determinarán la decisión, pero te
obligan a atravesarlos. Estos son algunos de ellos:
Tocaste mi corazón desecho entre tus manos (Sor
Juana Inés de la Cruz). Toda vocación significa entrega. En el caso de los
sacerdotes una entrega total por amor a Cristo y a la humanidad, para su
servicio. La misión de ser instrumentos de Dios en favor de las personas
conforta hasta el rincón más recóndito del ser. Ahora bien, en tu conciencia
sabes que sigues a un Rey crucificado. Intuyes que vendrán batallas difíciles,
traiciones, sufrimiento, soledad. Y es un pensamiento que te seca la boca.
Serán ceniza, más tendrán sentido. Polvo será, más
polvo enamorado (Francisco de Quevedo). Recibir el sacerdocio es un sacramento
que, como todos, te pone cara a cara con la muerte. Es una elección lo
suficientemente radical como para saber que no tiene vuelta atrás. Hagas lo que
hagas después, tú ya serás sacerdote de Cristo en su Iglesia. Y, aunque
posiblemente sin la muerte no te hubieras tomado tan en serio el tiempo que te
queda vivo, eres consciente que estas quemando las naves, cruzando un límite de
no retorno, dejando el arado definitivamente atrás. Y esa sensación provoca un
sudor frío.
Soy el que ve las proas desde el puerto, soy los
contados libros, los contados grabados por el tiempo fatigados (Jorge Luis
Borges). Ser presbítero es formar parte de la jerarquía eclesial. Los fieles te
empiezan a llamar 'padre'. Puedes vestirte con alzacuellos. Te hablan de usted
y se te confía un poder enorme, que viene del mismo Cristo. Nada de esto
sucedía antes. Y caes en la cuenta de que te puedes despistar tanto como para
creerte el centro de lo que sucede. Puedes pensar que tienes derecho a ello por
tus años como religioso o por tus capacidades. Recuerdas las veces que has
vivido pensando primero en ti mismo y el vacío que eso termina produciendo,
porque, en realidad, uno llega a ser ordenado cura por la insistencia y fuerza
del amor de Dios. Y te produce un escalofrío enorme saberte tan egocéntrico,
narciso, autorreferencial.
Seguramente haya más miedos. También es cierto que
por encima de ellos sigues escuchando la voz del Señor Jesús: «Yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Y percibes que todo es gracia.
https://pastoralsj.org/creer/3147-mis-miedos-a-unos-dias-de-ser-ordenado-sacerdote
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