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    domingo, 20 de junio de 2021

    “Mística” de la vida ordinaria (Karl Rahner)


    Ecología del Espíritu | José Cristo Rey García Paredes




    “Mística” de la vida ordinaria (Karl Rahner)

     

    No hemos de monopolizar. La experiencia de Dios sobrecoge a más personas de las que imaginamos. No solo los cristianos, también los hombres y mujeres de otras religiones, e incluso sin religión, son pacientes de una admirable experiencia de lo divino. Es algo semejante a una experiencia de base, anónima, atemática, tal vez reprimida, de orientación hacia Dios. Es una experiencia constitutiva del ser humano. Es una experiencia mística; algo así como una “contemplación infusa”.

     

    Karl Rahner habló del ser humano como “homo mysticus”, como un místico en el mundo, un ser estático creado para rendirse voluntaria y amorosamente ante el Misterio que se da, se entrega y abraza a todos. Vivimos en un ambiente sobrenatural, en un medio divino, que no percibimos fácilmente, pero que nos afecta a todos. Hasta los llamados ateos e indiferentes experimentan la mística de lo cotidiano. Quien acepte la vida, se acepte a sí mismo, está aceptando la gracia. Hay una dimensión mística en el amor humano: el amor por el prójimo es amor por Dios. Ningún otro teólogo contemporáneo ha estricto una “teología de las cosas cotidianas”, una teología del trabajo, de los traslados, del ocio, del mirar, del reir y comer.

     

    Nos hacen anhelar más todavía la unión definitiva y, al mismo tiempo, el compromiso misionero con nuestro mundo

     

    De Karl Rahner es aquella frase de que el “cristiano del siglo XXI o será un místico o no será nada”. “El hombre espiritual del futuro o será un «místico», es decir una persona que ha «experimentado» algo, o no lo será más. Porque la espiritualidad del futuro no será transmitida ya más a través de una convicción unánime, evidente y pública, o a través de un ambiente religioso generalizado, si esto no presupone una experiencia y un compromiso personal”.

     

    Para ser un verdadero cristiano en los próximos años, será necesario tener una experiencia personal de Dios. No consiste en horas largas de oración o de contemplación, ni en episodios distanciados de la sensibilidad cuotidiana, ni en visiones o revelaciones especiales. Tratase de algo muy más sencillo: la capacidad, la sensibilidad para encontrar a Dios, para percibir su voz y palabras, para sentir su presencia y su acción amorosas en la vida cotidiana. O dicho de otro modo, se trata de la necesidad de que los cristianos del futuro vinculen su experiencia de Dios, su hablar sobre Dios, su fe, a las experiencias más cotidianas de la vida. Es como una mística horizontal. Es lo contrario de lo exótico. Es tocar, vivir, descubrir al Dios que está latente, con su presencia incontestable y amor encarnado en mil cosas y personas que contornan mi vida ordinaria.

     

    Se ha dicho y con razón que todo ser humano lleva dentro un monje, una monja, un ser monástico que debe ser despertado y educado. Propio de ese ser monástico es su pasión divina, su búsqueda incesante de Dios, su camino hacia la belleza. “Si lo primero en lo que piensas cuando te despiertas es en Dios, entonces eres un monje”.

     

    La vida consagrada en todas sus formas existe para alimentar el desarrollo, el disfrute, y los dones del monje interior o místico que todos llevados dentro. El monacato exterior tiene una función ejemplar, paradigmática, respecto al monje interior que a todos nos habita. Todos nosotros tenemos dentro una conciencia mística escondida que desea nacer, crecer, entregarse libremente.

     

    Ese ser contemplativo busca la intimidad con el Espíritu, con la conciencia infinita con Dios, el misterio divino oculto. La palabra “mística” se refiere a este deseo de intimidad con lo divino, con el Espíritu a favor de los demás y de uno mismo. El proceso que lleva a esta intimidad, nos prepara para ella, es la contemplación. Todos hemos sido agraciados con ese don y esa capacidad. Cada persona tiene este don o al menos la capacidad de acceder a él, por el mero hecho de haber nacido.

     

    El cristiano del siglo XXI es alguien a quien el Espíritu llama para vivir la espiritualidad del compromiso con todos los que sufren; son tantos… tantas las víctimas de la injusticia, de la violencia, de la presencia incomprensible del mal…. Es la mística mesiánica, la mística de la cruz. Esta llamada incluye un parentesco con las demás especies y con la naturaleza como un todo en medio de este cosmos, que es nuestra auténtica comunidad. Estar en el seno de Dios en el corazón del mundo.

     

    El mundo naturaleza contemplado de verdad suscita en el cristiano la responsabilidad por restaurarlo y preservarlo. Por hacer que la naturaleza esté sometida a un futuro sostenible, en el que la comunidad humana viva en armonía con la naturaleza. Se nos ha confiado el cuidado y la defensa del sistema de la bioesfera, la belleza de la naturaleza, y los derechos de todos los seres sentientes que viven con nosotros.  Nosotros debemos establecer la paz con todos ellos.  La salvaguarda de la tierra es una de nuestras prioridades morales más altas y nada puede ser previo a esto.

     

    Conclusión

    Somos peregrinos. No tenemos aquí la ciudad permanente. Esperamos otra ciudad. Esa ciudad nos es regalada. Viene del cielo. Es la nueva Jerusalén. Es nuestra madre. En ella se hace realidad el sueño de una alianza esponsal entre Dios y su pueblo, entre nosotros y nuestro Dios. La nueva Jerusalén está bajando y siéndonos concedida en pequeñas realizaciones y experiencias. Son las experiencias místicas que alientan nuestro caminar y nos hacen anhelar más todavía la unión definitiva y, al mismo tiempo, el compromiso misionero con nuestro mundo.

     

    Y llega a nosotros el Amén de Dios, el Jesús Hijo de Hombre que viene sobre las nubes. Es la respuesta a nuestro apasionado “Maranatha”. En cada Eucaristía se constituye la comunidad de la Nueva Jerusalén. A la Esposa le es concedido unirse al Cuerpo del Esposo. Por eso, también la Esposa se convierte en un ¡Amén! agradecido y fiel.

     

    Por eso, el cristiano del futuro, mujer o varón, han de estar revestido de nobleza, de gentileza, de mística.

     

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