Ecología del Espíritu | José Cristo Rey García
Paredes
“Mística” de la vida ordinaria (Karl Rahner)
No hemos de monopolizar. La experiencia de Dios
sobrecoge a más personas de las que imaginamos. No solo los cristianos,
también los hombres y mujeres de otras religiones, e incluso sin religión, son
pacientes de una admirable experiencia de lo divino. Es algo semejante a una
experiencia de base, anónima, atemática, tal vez reprimida, de orientación
hacia Dios. Es una experiencia constitutiva del ser humano. Es una
experiencia mística; algo así como una “contemplación infusa”.
Karl Rahner habló del ser humano como “homo
mysticus”, como un místico en el mundo, un ser estático creado para
rendirse voluntaria y amorosamente ante el Misterio que se da, se entrega y
abraza a todos. Vivimos en un ambiente sobrenatural, en un medio divino, que no
percibimos fácilmente, pero que nos afecta a todos. Hasta los llamados ateos e
indiferentes experimentan la mística de lo cotidiano. Quien acepte la vida,
se acepte a sí mismo, está aceptando la gracia. Hay una dimensión mística
en el amor humano: el amor por el prójimo es amor por Dios. Ningún otro teólogo
contemporáneo ha estricto una “teología de las cosas cotidianas”, una teología
del trabajo, de los traslados, del ocio, del mirar, del reir y comer.
Nos hacen anhelar más todavía la unión definitiva y, al mismo tiempo, el compromiso misionero con nuestro mundo
De Karl Rahner es aquella frase de que el “cristiano
del siglo XXI o será un místico o no será nada”. “El hombre espiritual del
futuro o será un «místico», es decir una persona que ha «experimentado» algo, o
no lo será más. Porque la espiritualidad del futuro no será transmitida ya más
a través de una convicción unánime, evidente y pública, o a través de un
ambiente religioso generalizado, si esto no presupone una experiencia y un
compromiso personal”.
Para ser un verdadero cristiano en los próximos
años, será necesario tener una experiencia personal de Dios. No consiste
en horas largas de oración o de contemplación, ni en episodios distanciados de
la sensibilidad cuotidiana, ni en visiones o revelaciones especiales. Tratase
de algo muy más sencillo: la capacidad, la sensibilidad para encontrar a Dios,
para percibir su voz y palabras, para sentir su presencia y su acción amorosas
en la vida cotidiana. O dicho de otro modo, se trata de la necesidad de que
los cristianos del futuro vinculen su experiencia de Dios, su hablar sobre
Dios, su fe, a las experiencias más cotidianas de la vida. Es como una
mística horizontal. Es lo contrario de lo exótico. Es tocar, vivir, descubrir
al Dios que está latente, con su presencia incontestable y amor encarnado en
mil cosas y personas que contornan mi vida ordinaria.
Se ha dicho y con razón que todo ser humano
lleva dentro un monje, una monja, un ser monástico que debe ser despertado
y educado. Propio de ese ser monástico es su pasión divina, su búsqueda
incesante de Dios, su camino hacia la belleza. “Si lo primero en lo que piensas
cuando te despiertas es en Dios, entonces eres un monje”.
La vida consagrada en todas sus formas existe
para alimentar el desarrollo, el disfrute, y los dones del monje interior o
místico que todos llevados dentro. El monacato exterior tiene una función
ejemplar, paradigmática, respecto al monje interior que a todos nos habita.
Todos nosotros tenemos dentro una conciencia mística escondida que desea nacer,
crecer, entregarse libremente.
Ese ser contemplativo busca la intimidad con el
Espíritu,
con la conciencia infinita con Dios, el misterio divino oculto. La palabra
“mística” se refiere a este deseo de intimidad con lo divino, con el Espíritu a
favor de los demás y de uno mismo. El proceso que lleva a esta intimidad,
nos prepara para ella, es la contemplación. Todos hemos sido agraciados con
ese don y esa capacidad. Cada persona tiene este don o al menos la capacidad de
acceder a él, por el mero hecho de haber nacido.
El cristiano del siglo XXI es alguien a quien
el Espíritu llama para vivir la espiritualidad del compromiso con todos los
que sufren; son tantos… tantas las víctimas de la injusticia, de la violencia,
de la presencia incomprensible del mal…. Es la mística mesiánica, la mística de
la cruz. Esta llamada incluye un parentesco con las demás especies y con la
naturaleza como un todo en medio de este cosmos, que es nuestra auténtica
comunidad. Estar en el seno de Dios en el corazón del mundo.
El mundo naturaleza contemplado de verdad suscita
en el cristiano la responsabilidad por restaurarlo y preservarlo. Por hacer
que la naturaleza esté sometida a un futuro sostenible, en el que la comunidad
humana viva en armonía con la naturaleza. Se nos ha confiado el cuidado y la
defensa del sistema de la bioesfera, la belleza de la naturaleza, y los
derechos de todos los seres sentientes que viven con nosotros. Nosotros debemos establecer la paz con todos
ellos. La salvaguarda de la tierra es
una de nuestras prioridades morales más altas y nada puede ser previo a esto.
Conclusión
Somos peregrinos. No tenemos aquí la
ciudad permanente. Esperamos otra ciudad. Esa ciudad nos es regalada. Viene del
cielo. Es la nueva Jerusalén. Es nuestra madre. En ella se hace realidad el
sueño de una alianza esponsal entre Dios y su pueblo, entre nosotros y nuestro
Dios. La nueva Jerusalén está bajando y siéndonos concedida en pequeñas
realizaciones y experiencias. Son las experiencias místicas que alientan
nuestro caminar y nos hacen anhelar más todavía la unión
definitiva y, al mismo tiempo, el compromiso misionero con nuestro mundo.
Y llega a nosotros el Amén de Dios, el Jesús Hijo
de Hombre que viene sobre las nubes. Es la respuesta a nuestro apasionado
“Maranatha”. En cada Eucaristía se constituye la comunidad de la Nueva
Jerusalén. A la Esposa le es concedido unirse al Cuerpo del Esposo. Por eso,
también la Esposa se convierte en un ¡Amén! agradecido y fiel.
Por eso, el cristiano del futuro, mujer o varón,
han de estar revestido de nobleza, de gentileza, de mística.
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