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    martes, 15 de junio de 2021

    Valoración de los ancianos


    Generaciones | Amigo del Hogar


    «No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones»





    Valoración de los ancianos

     

    En numerosas ocasiones el papa Francisco insiste en la manera de mirar y acoger nuestros ancianos y al mismo tiempo, ha mostrado su profunda disconformidad con unas actitudes que son expresión de lo que él ha llamado la cultura del descarte, la cual considera que la sociedad avanza en la misma medida en que consume de todo y a todas horas, porque el consumismo es la expresión más clara del progreso económico, que a su vez garantiza un determinado progreso social.

     

    La consecuencia de esta mentalidad es cruel e inhumana, pues considera que todo lo que no es útil para el consumo o no «produce» puede ser «descartado». Lo resume la famosa frase comprar, usar, tirar. Una conciencia humanista sabe que las personas no pueden ser consideradas valiosas mientras puedan ser útiles. Valoradas solo por su utilidad, terminarán siendo consideradas sobrantes, estorbos y serán descartadas.

     

    “No me rechaces en la vejez”

    En el capítulo V de Amoris Laetitia, el papa Francisco reflexiona sobre los ancianos, citando al principio el Salmo 71, 9: «No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones». El 15 de junio de cada año nos habla de una dolorosa realidad para muchos ancianos alrededor del mundo: es el Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez.

     

    Este abuso o maltrato no se da solo en ambientes familiares o lugares sociales donde el anciano es minusvalorado, no cuenta o estorba. Las mismas organizaciones estatales no están al cuidado de los ancianos, por ejemplo, en el aspecto de la seguridad social para todos o de lugares de acogida o residencia, en los cuales lleven una vejez digna.

     

    El Salmo 71,9, dice el Papa, es “el clamor del anciano, que teme el olvido y el desprecio. Así como Dios nos invita a ser sus instrumentos para escuchar la súplica de los pobres, también espera que escuchemos el grito de los ancianos”.

     

    Es una invitación a dejarnos interpelar por la realidad de los mayores, miembros de nuestra familia y con dignidad humana que debe ser respetada y acogida. Esto interpela a las familias y a las comunidades, porque «la Iglesia no puede y no quiere conformarse a una mentalidad de intolerancia, y mucho menos de indiferencia y desprecio, respecto a la vejez”, sostiene Francisco.

     

    Gratitud, aprecio, hospitalidad

    Debemos despertar el sentido colectivo de gratitud, de aprecio, de hospitalidad, que hagan sentir al anciano parte viva de su comunidad. Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres que estuvieron antes que nosotros en el mismo camino, en nuestra misma casa, en nuestra diaria batalla por una vida digna». Por eso, «¡cuánto quisiera una Iglesia que desafía la cultura del descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre los jóvenes y los ancianos!».

     

    El papa Francisco recuerda a san Juan Pablo II, quien “nos invitó a prestar atención al lugar del anciano en la familia, porque hay culturas que, como consecuencia de un desordenado desarrollo industrial y urbanístico, han llevado y siguen llevando a los ancianos a formas inaceptables de marginación”.

     

    La continuidad de las generaciones

    Los ancianos ayudan a percibir «la continuidad de las generaciones», con «el carisma de servir de puente». Muchas veces son los abuelos quienes aseguran la transmisión de los grandes valores a sus nietos, y «muchas personas pueden reconocer que deben precisamente a sus abuelos la iniciación a la vida cristiana». Sus palabras, sus caricias o su sola presencia, ayudan a los niños a reconocer que la historia no comienza con ellos, que son herederos de un viejo camino y que es necesario respetar el trasfondo que nos antecede. Quienes rompen lazos con la historia tendrán dificultades para tejer relaciones estables y para reconocer que no son los dueños de la realidad. Entonces, «la atención a los ancianos habla de la calidad de una civilización. ¿Se presta atención al anciano en una civilización? ¿Hay sitio para el anciano? Esta civilización seguirá adelante si sabe respetar la sabiduría, la sabiduría de los ancianos» (AL 192).

     

    La ausencia de memoria histórica es un serio defecto de nuestra sociedad. Es la mentalidad inmadura del «ya fue». Conocer y poder tomar posición frente a los acontecimientos pasados es la única posibilidad de construir un futuro con sentido. No se puede educar sin memoria: «Recordad aquellos días primeros» (Hb 10,32). Las narraciones de los ancianos hacen mucho bien a los niños y jóvenes, ya que los conectan con la historia vivida tanto de la familia como del barrio y del país. Una familia que no respeta y atiende a sus abuelos, que son su memoria viva, es una familia desintegrada; pero una familia que recuerda es una familia con porvenir. Por lo tanto, «en una civilización en la que no hay sitio para los ancianos o se los descarta porque crean problemas, esta sociedad lleva consigo el virus de la muerte», ya que «se arranca de sus propias raíces». El fenómeno de la orfandad contemporánea, en términos de discontinuidad, desarraigo y caída de las certezas que dan forma a la vida, nos desafía a hacer de nuestras familias un lugar donde los niños puedan arraigarse en el suelo de una historia colectiva (193).

     

    Recordemos que los organismos internacionales involucrados en la toma de conciencia que propone el Día Internacional, ponen como objetivo “concienciar y denunciar el maltrato, abuso y sufrimientos a los cuales son sometidos muchos ancianos y ancianas en distintas partes del mundo”. Será un paso firme hacia la gratitud, aprecio y hospitalidad que se merecen.


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