Generaciones | Amigo del Hogar
«No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones»
En numerosas ocasiones el papa Francisco insiste
en la manera de mirar y acoger nuestros ancianos y al mismo tiempo, ha mostrado
su profunda disconformidad con unas actitudes que son expresión de lo que él ha
llamado la cultura del descarte, la cual considera que la sociedad
avanza en la misma medida en que consume de todo y a todas horas, porque el
consumismo es la expresión más clara del progreso económico, que a su vez
garantiza un determinado progreso social.
La consecuencia de esta mentalidad es cruel e
inhumana, pues considera que todo lo que no es útil para el consumo o no
«produce» puede ser «descartado». Lo resume la famosa frase comprar, usar,
tirar. Una conciencia humanista sabe que las personas no pueden ser
consideradas valiosas mientras puedan ser útiles. Valoradas solo por su
utilidad, terminarán siendo consideradas sobrantes, estorbos y serán
descartadas.
“No me rechaces en la vejez”
En el capítulo V de Amoris Laetitia, el papa
Francisco reflexiona sobre los ancianos, citando al principio el Salmo 71, 9:
«No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me
abandones». El 15 de junio de cada año nos habla de una dolorosa realidad para
muchos ancianos alrededor del mundo: es el Día Mundial de Toma de Conciencia
del Abuso y Maltrato en la Vejez.
Este abuso o maltrato no se da solo en ambientes
familiares o lugares sociales donde el anciano es minusvalorado, no cuenta o
estorba. Las mismas organizaciones estatales no están al cuidado de los
ancianos, por ejemplo, en el aspecto de la seguridad social para todos o de
lugares de acogida o residencia, en los cuales lleven una vejez digna.
El Salmo 71,9, dice el Papa, es “el clamor del
anciano, que teme el olvido y el desprecio. Así como Dios nos invita a ser sus
instrumentos para escuchar la súplica de los pobres, también espera que
escuchemos el grito de los ancianos”.
Es una invitación a dejarnos interpelar por la
realidad de los mayores, miembros de nuestra familia y con dignidad humana que
debe ser respetada y acogida. Esto interpela a las familias y a las
comunidades, porque «la Iglesia no puede y no quiere conformarse a una
mentalidad de intolerancia, y mucho menos de indiferencia y desprecio, respecto
a la vejez”, sostiene Francisco.
Gratitud, aprecio, hospitalidad
Debemos despertar el sentido colectivo de
gratitud, de aprecio, de hospitalidad, que hagan sentir al anciano parte viva
de su comunidad. Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres que
estuvieron antes que nosotros en el mismo camino, en nuestra misma casa, en
nuestra diaria batalla por una vida digna». Por eso, «¡cuánto quisiera una
Iglesia que desafía la cultura del descarte con la alegría desbordante de un
nuevo abrazo entre los jóvenes y los ancianos!».
El papa Francisco recuerda a san Juan Pablo II,
quien “nos invitó a prestar atención al lugar del anciano en la familia, porque
hay culturas que, como consecuencia de un desordenado desarrollo industrial y
urbanístico, han llevado y siguen llevando a los ancianos a formas inaceptables
de marginación”.
La continuidad de las generaciones
Los ancianos ayudan a percibir «la continuidad de
las generaciones», con «el carisma de servir de puente». Muchas veces son los
abuelos quienes aseguran la transmisión de los grandes valores a sus nietos, y
«muchas personas pueden reconocer que deben precisamente a sus abuelos la
iniciación a la vida cristiana». Sus palabras, sus caricias o su sola
presencia, ayudan a los niños a reconocer que la historia no comienza con
ellos, que son herederos de un viejo camino y que es necesario respetar el
trasfondo que nos antecede. Quienes rompen lazos con la historia tendrán
dificultades para tejer relaciones estables y para reconocer que no son los
dueños de la realidad. Entonces, «la atención a los ancianos habla de la
calidad de una civilización. ¿Se presta atención al anciano en una
civilización? ¿Hay sitio para el anciano? Esta civilización seguirá adelante si
sabe respetar la sabiduría, la sabiduría de los ancianos» (AL 192).
La ausencia de memoria histórica es un serio
defecto de nuestra sociedad. Es la mentalidad inmadura del «ya fue». Conocer y
poder tomar posición frente a los acontecimientos pasados es la única
posibilidad de construir un futuro con sentido. No se puede educar sin memoria:
«Recordad aquellos días primeros» (Hb 10,32). Las narraciones de los ancianos
hacen mucho bien a los niños y jóvenes, ya que los conectan con la historia vivida
tanto de la familia como del barrio y del país. Una familia que no respeta y
atiende a sus abuelos, que son su memoria viva, es una familia desintegrada;
pero una familia que recuerda es una familia con porvenir. Por lo tanto, «en
una civilización en la que no hay sitio para los ancianos o se los descarta
porque crean problemas, esta sociedad lleva consigo el virus de la muerte», ya
que «se arranca de sus propias raíces». El fenómeno de la orfandad
contemporánea, en términos de discontinuidad, desarraigo y caída de las
certezas que dan forma a la vida, nos desafía a hacer de nuestras familias un
lugar donde los niños puedan arraigarse en el suelo de una historia colectiva
(193).
Recordemos que los organismos internacionales
involucrados en la toma de conciencia que propone el Día Internacional, ponen
como objetivo “concienciar y denunciar el maltrato, abuso y sufrimientos a los
cuales son sometidos muchos ancianos y ancianas en distintas partes del mundo”.
Será un paso firme hacia la gratitud, aprecio y hospitalidad que se merecen.
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