Caminando con Jesús | Alexis Cifuentes/SN
Actitudes de Jesús
El camino de nuestro discipulado se orienta por la
presencia del Señor que nos llama a la comunidad y nos envía a la misión. Él,
nuestro maestro, nos enseña no solo con la palabra pronunciada, sino también
con los hechos que realiza para formarnos en el largo proceso de acoger su
Persona y su proyecto. Dicen los evangelios que los discípulos al regresar de
la misión, contaron de sus hechos y sus palabras. Quiere decir que el anuncio
del Evangelio se hace con signos, con hechos que dicen acerca de lo que
predicamos.
Cuando los apóstoles regresaron contando lo que
habían hecho y anunciado, los invitó a descansar. En él comenzamos a ser
verdaderamente humanos
Jesús se distingue de los demás maestros por el
hecho de ser él mismo quien escoge sus discípulos. Los invita a ver y estar con
Él. La escuela del discipulado se va realizando en la vida misma. Se aprende en
las maneras como se relaciona con ellos y con la gente, así la formación es a
partir de la experiencia cotidiana, con sus momentos densos, con sus
complejidades, cercanías y alejamientos, dudas y certezas.
En todo caso, los discípulos han de asumir una
misión sin desgastarse en el afán por hacer. El activismo desenfrenado no es la
manera de transformar las personas y las situaciones. Sí estar siempre en la
misión, en disposición de servir, amar y acompañar. No se trata de ir como un
río sin cauce, desbordado, que al final destruye más que el bien que hace.
Siguiendo los evangelios encontramos la pedagogía
del Maestro en el modo como el mismo vive, no lo mata la prisa, no lo agobian
los obstáculos del camino, tiene paciencia con su comunidad elegida, donde se
confrontan muchas personalidades. El ser y el hacer no son opuestos irreconciliables
en su realidad, sino dos caras de su ser que fluye y construye, tanto en la
oración como en la acción, en el silencio y la palabra, en las tareas y el
descanso.
El descanso. Jesús, predicador itinerante tiene un
gran sentido del descanso, de atender detalles que escapan a la prisa y el
nerviosismo. Al curar un enfermo ha tenido tiempo para acercarse, para dialogar
con él, para realizar el signo de la presencia amorosa del Padre sin
espectacularidad ni avergonzar al necesitado. Su presencia muestra un gesto de
ternura impresionante hacia los demás.
La misión se realiza dentro de experiencias
humanas sanadoras y prometedoras de una nueva realidad para quienes se acercan
o Jesús toma la iniciativa de ir hacia ellos. El descanso favorece la serenidad,
la lucidez mental, la capacidad de mirar más allá de la “tarea” realizada y
estar siempre disponibles para continuar. Cuando los apóstoles regresaron
contando lo que habían hecho y anunciado, los invitó a descansar. En él
comenzamos a ser verdaderamente humanos, a valorar el tiempo compartido, la
posibilidad de alegrarnos juntos, el sentirnos a gusto en comunidad, rehacer
fuerzas en el encuentro que aporta nueva savia para nuestro crecimiento.
Hoy, nosotros los discípulos ejercemos el oficio invaluable
de ser apóstoles, como un don recibido. Como toda realidad transformadora en la
fe, la misión tiene que ser realizada al estilo de Jesús, que va caminando con
nosotros. Si no la hacemos a su estilo, se imponen nuestros propios criterios y
deseos, nos rendimos a las propuestas que atraen por su efectividad, por su
aparatosidad y éxito. Nos buscamos a nosotros mismos. Sigamos unidos al Señor,
aceptemos los desafíos de una misión que no impone, no subyuga; que no sea
autorreferencial, porque lo primero y definitivo para nosotros es, como invita
Jesús, hacer la voluntad del Padre, que será siempre para nosotros el camino de
realización.
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