Matrimonio y Familia | Andrea
Safier
Amarse como Jesús
nos ama
La palabra “amor”, una de
las más utilizadas, aparece muchas veces desfigurada, subraya el papa Francisco en el capítulo 4 de la Encíclica Amoris
Laetitia. En el lenguaje de la fe cristiana no está a salvo de ser mal usada o
desfigurada. Jesús propone el amor como el camino a seguir, sin negar su
carácter procesual.
El papa Francisco advierte
los límites del amor en la realidad de la pareja, amor que pasa por su
imperfección y, por lo tanto, se avance en él gradualmente, con la progresiva
integración de los dones de Dios.
Al plantear la unión de la
pareja que vive su relación teniendo como telón de fondo la perfecta unión que
existe entre Cristo y su Iglesia, recuerda que permanece una diferencia al
considerar la relación de la pareja. Por eso el papa se detiene a observar la
cautela en el uso de las consideraciones. Nos dice:
"Sin embargo, no
conviene confundir planos diferentes: no hay que arrojar sobre dos personas
limitadas el tremendo peso de tener que reproducir de manera perfecta la unión
que existe entre Cristo y su Iglesia, porque el matrimonio como signo implica ‘un
proceso dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva integración de los
dones de Dios’”.
Toda la vida, todo en
común
A sabiendas de las
limitaciones humanas para amar y el cuidado para no pretender que la pareja
alcance esa plenitud de repente, coloca el amor conyugar como la “máxima
amistad” después del amor que nos une a Dios.
El amor conyugal,
reflexiona Francisco, “Es una unión que tiene todas las características de una
buena amistad: búsqueda del bien del otro, reciprocidad, intimidad, ternura,
estabilidad, y una semejanza entre los amigos que se va construyendo con la
vida compartida”.
Pero el matrimonio supera
cualquier otro tipo de amistad interhumana, pues la unión conyugal, le “agrega
a todo ello una exclusividad indisoluble, que se expresa en el proyecto estable
de compartir y construir juntos toda la existencia”.
El amor conyugal apunta
más allá del momento, anhela ser para siempre y se entrega todo: “Seamos
sinceros y reconozcamos las señales de la realidad: quien está enamorado no se
plantea que esa relación pueda ser sólo por un tiempo; quien vive intensamente
la alegría de casarse no está pensando en algo pasajero; quienes acompañan la
celebración de una unión llena de amor, aunque frágil, esperan que pueda
perdurar en el tiempo; los hijos no sólo quieren que sus padres se amen, sino
también que sean fieles y sigan siempre juntos”.
Estos y otros signos son
los que nos muestran que en la naturaleza misma del amor conyugal está la
apertura a lo definitivo. El amor viene de Dios y todo el que ama ha nacido de
Dios, nos recuerda el evangelista. Cuando ese amor, expresa “La unión que
cristaliza en la promesa matrimonial para siempre, es más que una formalidad
social o una tradición, porque arraiga en las inclinaciones espontáneas de la
persona humana”, sigue diciendo el Papa.
Cierra esa reflexión
haciéndonos caer en la cuenta que para los creyentes el amor se vive en clave
de alianza y fidelidad. Es la razón por la que el amor conyugal en la pareja
cristiana tiene que alcanzar una dimensión más profunda y más totalizante en la
vida de él y ella, al encontrar su amor en la fuente inagotable del amor de
Dios. Así termina diciendo: “Y, para los creyentes, es una alianza ante Dios
que reclama fidelidad: «El Señor es testigo entre tú y la esposa de tu
juventud, a la que tú traicionaste, siendo que era tu compañera, la mujer de tu
alianza […] No traiciones a la esposa de tu juventud. Pues yo odio el repudio»
(Ml 2,14.15-16)”.
Para esta reflexión comentamos
el capítulo 4 de Amoris Laetitia.
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