Ecología Integral | Leonardo Boff
El principio compasión y las víctimas de
Covid-19
A través de
la Covid-19 la Madre Tierra está llevando a cabo un contraataque sobre la
humanidad como reacción al ataque avasallador que ella viene sufriendo desde
hace siglos. La Covid-19 es igualmente una señal y una advertencia que nos
envía: no podemos hacerle una guerra como hemos hecho hasta ahora, pues está
destruyendo las bases biológicas que la sustentan y sustentan también todas las
demás formas de vida, especialmente, la humana. Tenemos que cambiar, de lo
contrario podrá enviarnos virus más letales todavía, quien sabe, hasta un virus
invencible contra el cual nada podríamos hacer. Entonces estaríamos seriamente
amenazados como especie. No sin razón la Covid-19 ha atacado solo a los seres
humanos, como aviso y lección. Ha llevado ya a la muerte a millones de
personas, dejando un viacrucis de sufrimientos a otros millones y una amenaza
letal que puede alcanzar a todos los demás.
Los números fríos esconden un mar de padecimientos
por vidas perdidas, por amores destrozados, por proyectos destruidos. No hay
suficientes pañuelos para enjugar las lágrimas de los familiares queridos o de
los amigos muertos, a los cuales no pudieron darles un último adiós, hacerles
el duelo y acompañarlos a la sepultura.
Como si no bastase el sufrimiento producido a gran
parte de la humanidad por el sistema capitalista y neoliberal imperante,
ferozmente competitivo y nada cooperativo. Él ha permitido que el 1% de los más
ricos posea a título personal el 45% de toda la riqueza global mientras que el
50% más pobre queda con menos del 1%, según un informe reciente del Crédit
Suisse. Oigamos a quien más entiende de capitalismo en el siglo XXI, el francés
Thomas Piketty, refiriéndose al caso brasilero. Aquí, afirma, se verifica la
mayor concentración de renta del mundo; los millonarios brasileros, entre el 1%
de los más ricos, están por delante de los millonarios del petróleo de Oriente
Medio. No sorprende los millones de marginados y excluidos que esta nefasta
desigualdad produce.
Nuevamente los números fríos no pueden esconder el
hambre, la miseria, la alta mortandad de niños y la devastación de la
naturaleza, especialmente en la Amazonia y en otros biomas, implicadas en este
proceso de saqueo de las riquezas naturales.
Pero en este momento, debido a la irrupción del
coronavirus, la humanidad está crucificada y mal sabemos cómo bajarla de la
cruz. Es ahora cuando debemos activar en todos nosotros una de las virtudes más
sagradas del ser humano: la compasión. Ella está atestiguada en todos los
pueblos y culturas: la capacidad de situarse en el lugar del otro, compartir su
dolor y, así, aliviarlo.
El mayor teólogo cristiano, Tomás de Aquino,
señala en su Suma Teológica que la compasión es la más elevada de todas las
virtudes, pues no solamente abre la persona a otra persona sino que la abre
hacia la más débil y necesitada de ayuda. En este sentido, concluía, es una
característica esencial de Dios.
Nos estamos refiriendo al principio compasión, no
simplemente a la compasión. El principio, en sentido más profundo (filosófico),
significa una disposición originaria y esencial, generadora de una actitud
permanente que se traduce en actos pero nunca se agota en ellos. Está siempre
abierta a nuevos actos. En otras palabras, el principio tiene que ver con algo
que es propio de la naturaleza humana. Porque es así, el economista y filósofo
inglés, Adam Smith (1723-1790) en su libro sobre la Teoría de los Sentimientos
Éticos pudo decir: hasta la persona más brutal y anticomunitaria no es inmune a
la fuerza de la compasión.
La reflexión moderna nos ha ayudado a rescatar el
principio compasión. Para el pensamiento crítico va quedando cada vez más claro
que el ser humano no se estructura solamente sobre la razón
intelectual-analítica, necesaria para darnos cuenta de la complejidad de
nuestro mundo. Existe en nosotros algo más profundo y ancestral, surgido hace
más de 200 millones de años cuando irrumpieron en la evolución los mamíferos:
la razón sensible y cordial, que es la capacidad de sentir, de afectar y ser
afectado, de tener empatía, sensibilidad y amor.
Somos seres racionales pero esencialmente
sensibles. A decir verdad, construimos el mundo a partir de lazos afectivos.
Tales lazos hacen que las personas y las situaciones sean preciosas y
portadoras de valor. No solo habitamos el mundo por medio del trabajo sino por
la empatía, el cuidado y la amorosidad. Este es el lugar de la compasión.
Quien ha trabajado esto mejor que nosotros los
occidentales ha sido el budismo. La compasión (Karuná) se articula en dos
movimientos distintos y complementarios: el desapego total y el cuidado
esencial. Desapego significa dejar al otro ser, no encuadrarlo, respetar su
vida y su destino. Cuidar de él implica no dejarlo nunca solo en su
sufrimiento, envolverse afectivamente con él para que pueda vivir mejor haciendo
más leve su dolor.
Lo terrible del sufrimiento no es el sufrimiento
en sí, sino sufrirlo en soledad. La compasión consiste en no dejar al otro
solo. Es estar a su lado, sentir sus padecimientos y angustias, decirle
palabras de consuelo y darle un abrazo cargado de afecto.
Hoy los que están sufriendo, llorando y
desanimados con el destino trágico de la vida necesitan esta compasión y esta
profunda sensibilidad humanitaria que nace de la razón sensible y cordial.
Palabras que parecen comunes adquieren otro sonido, resuenan dentro del
corazón, dan serenidad y suscitan un pequeño rayo de esperanza de que todo va a
pasar. La partida fue trágica pero la llegada a Dios es bienaventurada.
La tradición judeocristiana testimonia la grandeza
de la compasión. En hebreo es “rahamim” que significa “tener entrañas”, sentir
al otro con sentimiento profundo. Más que sentir es identificarse con el otro.
El Dios de Jesús y Jesús mismo se muestran especialmente misericordiosos, como
se revela en las parábolas del buen samaritano (Lc 10,30-37) y del hijo pródigo
(Lc 15,11-32). Curiosamente en esta parábola, el cambio no está tanto en el
hijo que vuelve, sino en el padre que se vuelve hacia el hijo pródigo.
Ante la devastación causada por la Covid-19 en
toda la población, sin excepción, es más urgente que nunca vivir la compasión
con los que sufren, como nuestro lado más humano, sensible y solidario.
*Leonardo Boff ha escrito con Werner Müller el
libro Principio compasión & cuidado, Vozes 2009; Covid-19: la Madre Tierra
contraataca a la humanidad, Vozes 2020.
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