Comentario | José Antonio
Pagola
Eucaristía y crisis económica
Todos los cristianos lo sabemos. La eucaristía
dominical se puede convertir fácilmente en un «refugio religioso» que nos
protege de la vida conflictiva en la que nos movemos a lo largo de la semana.
Es tentador ir a misa para compartir una experiencia religiosa que nos permite
descansar de los problemas, tensiones y malas noticias que nos presionan por
todas partes.
A veces somos sensibles a lo que afecta a la
dignidad de la celebración, pero nos preocupa menos olvidarnos de las
exigencias que entraña celebrar la cena del Señor. Nos molesta que un sacerdote
no se atenga estrictamente a la normativa ritual, pero podemos seguir
celebrando rutinariamente la misa sin escuchar las llamadas del evangelio.
El riesgo siempre es el mismo: comulgar con Cristo
en lo íntimo del corazón sin preocuparnos de comulgar con los hermanos que
sufren. Compartir el pan de la eucaristía e ignorar el hambre de millones de
hermanos privados de pan, de justicia y de futuro.
En los próximos años se van a ir agravando los
efectos de la crisis mucho más de lo que nos temíamos. La cascada de medidas
que se nos dictan de manera inapelable e implacable irá haciendo crecer entre
nosotros una desigualdad injusta. Iremos viendo cómo personas de nuestro
entorno más o menos cercano se van empobreciendo hasta quedar a merced de un
futuro incierto e imprevisible.
Conoceremos de cerca inmigrantes privados de
asistencia sanitaria, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o
medicación, familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas por
el desahucio, gente desasistida, jóvenes sin un futuro nada claro... No lo
podremos evitar. O endurecemos nuestros hábitos egoístas de siempre o nos
hacemos más solidarios.
La celebración de la eucaristía en medio de esta
sociedad en crisis puede ser un lugar de concienciación. Necesitamos liberarnos
de una cultura individualista que nos ha acostumbrado a vivir pensando solo en
nuestros propios intereses, para aprender sencillamente a ser más humanos. Toda
la eucaristía está orientada a crear fraternidad.
No es normal escuchar todos los domingos a lo
largo del año el evangelio de Jesús sin reaccionar ante sus llamadas. No
podemos pedir al Padre «el pan nuestro de cada día» sin pensar en aquellos que
tienen dificultades para obtenerlo. No podemos comulgar con Jesús sin hacernos
más generosos y solidarios. No podemos darnos la paz unos a otros sin estar
dispuestos a tender una mano a quienes están más solos e indefensos ante la
crisis.
Publicado en www.gruposdejesus.com
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