Comentario | Mª Luisa
Paret/FeAdulta
Comerán y sobrará
En la vida hay momentos que sirven para darse
cuenta o tomar conciencia de algo que está más allá de lo superficial, de lo
habitual. Son momentos significativos y en cierto modo celebrativos. La duda es
si en el rito actual de la eucaristía (mal llamada misa) las experiencias
fundantes de las personas sencillas tienen o no, cabida o acogida.
El evangelio de hoy nos recuerda de forma espontánea
a la eucaristía. Relato que narran también los sinópticos pues debió ser un
“signo” importante en el devenir de las comunidades cristianas. No olvidemos
que Juan, que sabe mucho de eucaristía, comienza el relato de la pasión con el
lavatorio de los pies. Por algo será.
La fe, que es conversión y praxis, exige que se
proclame y se celebre a través de gestos humanos como es el partir y repartir
el pan, puesto que en ese signo reconocemos el don supremo de Dios-con-nosotros
que es Jesucristo. Así, la fe vivida es una “exigencia” de la fe celebrada,
fuente gratuita que nos nutre y fluye permanentemente. La conversión es dejar
una dimensión de mi persona en manos de Alguien en quien confío, sé que me
busca y me quiere.
El signo de liberación humana que realiza Jesús en
el evangelio debería ser signo visible en cada persona y comunidad cristiana y
debería rehuir, como él hizo, toda tentación de autosuficiencia, especialmente
de orden político, social o religioso. Todo un aviso a quienes ostentan
cualquier poder.
Cabría preguntarse si este gesto sencillo,
profundamente humano, al alcance de toda comprensión, se expresa por igual
entre quienes celebramos. O más bien, y salvo honrosas excepciones, es la
celebración de la mesa compartida y sillas alrededor que venimos haciendo
mujeres y hombres de comunidades cristianas, grupos diversos, plurales, donde
el gesto, el signo y la Palabra comunicada adquieren todo su sentido. Porque no
sólo es importante lo que sentimos, pensamos y hacemos, que puede evolucionar o
dejarnos anclados, sino que nos guía el Espíritu que Somos, que habita en
nuestra mismidad, en nuestra interioridad y forma parte de nuestra Identidad
primordial.
Jesús tiene la sensibilidad y la sabiduría de
percibir, esto es, conocer en profundidad, qué está pasando por el corazón de
toda persona. Su manera de hablar, mirar, enseñar y actuar con una actitud
nueva, radical, transformadora y con el amor en el centro, sin hacer
distinciones ni descartar a nadie. En aquella comida cada uno comparte lo que lleva,
todo se pone a disposición de los demás. Jesús pronuncia la acción de gracias,
es decir, se vincula la comida con el ámbito de lo divino porque el alimento es
don de Dios para todos; pero también darse, entregarse, compartir nuestros
“talentos”, nuestro tiempo, lo que cada uno tiene, lo que cada uno es. Ese es
el milagro.
Hoy, seguimos creyendo y ¿esperando? en la
sinodalidad que el papa Francisco pone en marcha hasta el 2023 con el fin de
que todos los creyentes participemos en ese proceso indispensable, esencial.
Sin embargo, mucho nos tememos que el clero, una vez más, siga el modelo
secular de Iglesia patriarcal, jerárquica y piramidal y, al mismo tiempo, los cristianos/as decepcionados y hastiados
del inmovilismo, autoritarismo y del clericalismo, nos lleve a la indolencia y
a la inacción; aquello de “otros lo harán”.
Por desgracia, los documentos finales de los
sínodos siguen sin reflejar la experiencia y la realidad viva y dinámica del
pueblo creyente. Como muestra, el modo en que los cristianos/as vivimos hoy la
sexualidad, revisión del celibato sacerdotal, las diversas experiencias del
amor en toda su riqueza y diversidad, la elección de obispos, el acceso de la
mujer al presbiterado…
Si a estas alturas todavía no se entiende la
sinodalidad como un caminar juntos donde la prioridad es hacer posible y
creíble el Reino de Dios, hoy, y no se cambia la estructura eclesial ni la
organización actual, seguiremos en un callejón sin salida.
Somos pan y queremos ser pan para los demás en una
Iglesia donde mujeres y hombres, en plano de igualdad, participemos en la vida
y en el ejercicio de los distintos ministerios. El bautismo es el signo de
nuestra identidad original, no el sacramento del orden. Somos una Comunidad
inclusiva que ha de contar también con nosotras, las mujeres, en los
principales órganos consultivos y de decisión en los que hoy estamos ausentes.
Querida Iglesia: tú que eres femenina y madre,
despierta y recupera todo lo que el Concilio Vaticano II supuso de apertura,
comunión, fraternidad/sororidad. Sé valiente y examina las cuestiones críticas
a la luz del evangelio, tomando a Cristo como referencia. Recuerda: Ecclesia
semper reformanda - ¡Iglesia siempre en actitud de renovación! Una Iglesia al
estilo de Francisco, Pueblo de Dios, popular, Comunidad de Iguales,
comprometida con la Justicia, la Paz y la integridad de la Creación.
En toda crisis se gestan nuevas oportunidades pero
no podemos permitirnos una demora más en lo esencial de tu misión: anunciar el
evangelio a las gentes, darles apoyo y consuelo en sus desamparos y
sufrimientos, escuchar los gritos de los inocentes.
Hermano Francisco, no estás solo. Tú lo sabes
bien. Has cambiado el rostro de la Iglesia en favor de los más vulnerables y
has solicitado que las mujeres sigan dando testimonio de fe y de vida en todos
los ámbitos. Escucha la voz de quienes te ofrecen ayuda, trabajo y humilde
consejo. Estamos en la retaguardia y no se nos ve, pero seguimos atentas
compartiendo el pan de la abundancia, confiando en que todos/as tengamos cabida
y se superen las divisiones entre los cristianos o de otras confesiones
religiosas que hacen posible el amor en toda su riqueza y diversidad. Volverá a
ser la Iglesia de la alegría y la esperanza, habrá pan para todos y aun sobrará
para que la comunidad siga creciendo. Solo así reflejaremos e irradiaremos el
poder del Espíritu de Dios. Nos basta su Amor y su gracia.
¡Shalom!
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