Educación | Pedro Orbezua, fsc
¡Que la Escuela vaya bien!
Los 4 pilares del “Espíritu de Fe” (III)
Tres de los cuatro pilares que sostienen el “Espíritu de Fe” los ventilamos en números anteriores. Los repasamos si les parece: “La palabra de Dios”, “El recato de los sentidos” y “La presencia de Dios”.
Vayamos con el
cuarto y pongamos punto final: “La
vigilancia sobre sí mismo”.
Escribe
San Juan Bautista de la Salle: “Procurarán vigilar de
continuo sobre sí mismos, para no ejecutar, en cuanto les sea posible, ninguna
acción por impulso natural, por costumbre o por algún motivo humano; antes
cuidarán de hacerlas todas guiados por Dios, movidos de su Espíritu, y con
intención de agradarle”. (Del Espíritu de este Instituto).
La
vigilancia es muy importante en el ministerio educativo. Por supuesto no tiene nada que ver con el ojo
del gran hermano a la caza de un error, un traspiés, una debilidad, sino, como
decía el Hno. Alfredo Morales, con “el
amor que cuida”.
Por
otro lado, y espero que estén de acuerdo conmigo: Vigilar al otro, examinar al
otro, evaluar al otro… es labor inaplazable del Educador, en ocasiones pesada y
bien pesada, pero no hay de otra, es necesaria a todas luces. Sin embargo, nos
malacostumbra a estar siempre asomados al patio del vecino, descuidando el
propio. Vamos, que se puede convertir en un vicio sin que nos demos cuenta.
De
ahí que ahora nos interesa destacar “la
vigilancia continua sobre nosotros mismos”, a lo que no estamos tan
habituados, sé que no, no forma parte de nuestros “hábitos” diarios. Cambiemos,
pues, las tornas y, por hoy y solo por hoy, exhórtate: ¡Vigílate a ti mismo,
maestro! Hazte caso. Y practica la “autovigilancia”.
Estate
atento a tus motivaciones como trabajador, profesional y vocacionado de la
Educación. ¿Eres víctima de tus impulsos “naturales”,
ya que te dejas arrastrar por sentimientos y emociones que campean a sus
anchas, sin control alguno? ¿Te dominan impulsos “rutinarios”: hoy igual que ayer y mañana probablemente como hoy, porque
nada hay nuevo bajo el sol? ¿Observas que tus impulsos “humanos” -entendiendo por “humanos” aquellos que son de baja
estofa, o séase, de ínfima calidad, rayando en los inhumano- son habituales en
ti?
Les
ofrezco una historia de Eduardo Galeano recogida de su libro “Las palabras
andantes”:
“Solea
el sol y se lleva los restos de sombras que ha dejado la noche. Los carros de caballos recogen, puerta por puerta, la basura.
En el aire tiende la araña sus hilos de baba. El Tornillo
camina las calles de Melo. En el pueblo lo tienen por loco. Él lleva un espejo
en la mano y se mira con el ceño fruncido. No quita los ojos del espejo.
- ¿Qué
hacés, Tornillo?
- Aquí
–dice- ¡Controlando al enemigo!
Me quedo con la frase final y me la apropio y les invito, Maestros, a
que también se la adueñen. ¡Vivamos las veinticuatro horas de los siete días de
la semana -excúsenme la exageración- “controlando
al enemigo”! Para que las “tretas del mal espíritu” no nos arrastren por
derroteros inadecuados y, por el contrario, “las mociones del buen espíritu”
nos empujen hacia horizontes luminosos.
Somos lo que somos: finitos con ansias infinitas, pero somos: -insisto y
lo sabemos por experiencia- limitados, indigentes, menesterosos, necesitados, vulnerables,
campo de batalla donde combaten, me reitero, el “buen espíritu” y el “mal
espíritu”. El primero es ese espíritu que me impulsa en el camino hacia una
vida lograda, en lo que es eternamente “bueno, bello y verdadero”, en lo que me
hace -día a día- más humano. Es, en una palabra, Dios el espíritu bueno que nos
alienta, sostiene y empuja hacia la plenitud. Pero somos nosotros, quienes
decidimos -en última instancia- dejarnos provocar por sus “mociones”, por sus
“plurillamados”, si se me permite la expresión.
Nos llama -en palabras del papa- en “las sombras de un mundo cerrado”.
Esa realidad pide a gritos nuestra respuesta: Es moción de Dios. El
“extraño en el camino”, es decir, tantísimos seres humanos -¡hermanos
nuestros”- apaleados por otros seres
humanos, tirados en las carreteras de la vida, sin dignidad, tristemente
“descartados”: Es moción de Dios. Jesús, la buena noticia
del Padre, es nuestro referente, inspiración, sostén y vida. Lo encontramos en
la lectura orante del Evangelio. Su palabra nos reta a la vez que nos señala el
camino que lleva a la felicidad: Es moción de Dios. Cuando entramos en
nuestro interior más secreto, y en un cara a cara sin trampas y cartón,
sentimos deseos de ser mejor persona, mejor esposo, mejor educador: Es moción de Dios. Dejémonos llevar
por su espíritu que nos propone, seduce, libera… De esta manera “guiados por Dios y movidos por su espíritu”
nuestra misión educativa dará frutos y frutos en abundancia.
Te
sugiero, maestro, que todos los días, saques un tiempo para tu “Examen de la
jornada” o “Discernimiento
cotidiano personal”, como prefieras llamarlo, ya sabes: “Controlando al
enemigo”. Si lo realizares en clave de oración mejor que mejor.
En
el lugar y a la hora que decidas, comienzas tomando conciencia de la presencia
de Dios. (Recuerda aquello de “Acordémonos de que estamos en la santa presencia
de Dios. Adorémosle”). Y te haces dos preguntas fundamentales. Y te respondes
por escrito, por aquello de que “pensamos palabras” y porque hasta que no se
escriben los pensamientos, estos no quedan nítidos. Mira por dónde, una
bitácora donde recoger tus singladuras educativas te vendría de perillas.
1.-
¿Qué experimenté durante el día? Dicho de otra
manera: ¿Cómo me sentí? ¿Y por qué me sentí como me sentí?
2.-
¿A dónde me llevó -y me está llevando
de hecho- eso que sentí, pensé, hice…? Es decir, ¿Me dejé guiar por “las
mociones” del Espíritu de Jesús o me engañaron “las tretas” del espíritu del
mal?
A
modo de compromiso: ¿Qué tengo que hacer, que concretar para que el Espíritu
de Dios sea quien me guíe y mueva en mi ministerio educativo?
“En
el examen diario los Maestros toman conciencia de la acción amorosa de Dios en
su vida y robustecen la calidad de su respuesta. Encuentran en este ejercicio
una ayuda necesaria para su crecimiento” (Regla 70)
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