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    jueves, 12 de agosto de 2021

    Las comidas de Jesús


    Nihil Obstat | Martín Gelabert Ballester, OP

     


    Las comidas de Jesús

     

    Para Jesús las comidas eran algo muy importante, porque apuntaban, señalaban, presagiaban una comida mejor, una comida que quién la gustase ya no pasaría más hambre.

     

    Las comidas de Jesús con los pecadores llamaban la atención. Los fariseos, al ver con quién se sentaba Jesús a la mesa, decían escandalizados: “¿Cómo es que come con los publicanos y pecadores?” (Mc 2,15-16). Jesús comía porque era hombre y tenía necesidad, pero es curioso que también necesitaba dormir y, sin embargo, sólo una vez en los evangelios, se dice que “durmió” (Lc 8,23). ¿No será porque las comidas tenían en Él un sentido más profundo? ¿Saben que significa compañero? El que come pan conmigo. Compañero es una palabra muy cercana a amistad. A Jesús les gustaba comer con otros, porque así se hacía compañero de aquellos con los que comía, entablaba amistad con los otros comensales. Las comidas de Jesús eran signo del amor del Padre hacia los hombres.  El amor del Padre nos hace hermanos. Zaqueo comprendió bien lo que significaba que Jesús comiera en su casa: “Mira, le dijo, la mitad de mis bienes se los doy a los pobres” (Lc 19,8).

     

    Estas comidas de Jesús apuntaban a otra comida, más importante y definitiva. Un día, en el monte, Jesús alimentó a la muchedumbre con unos pocos panes y unos peces (Jn 6). A la vista del prodigio, la gente le quiso proclamar rey. Pero él, que había venido no para ser servido, sino para servir, huyó a la soledad. Al día siguiente, la gente le encontró y Jesús les recriminó: “Me buscáis porque os di de comer hasta saciaros”. Y Jesús les anuncia el hambre de otro pan, uno que no perece y alimenta hasta la vida eterna: vuestros padres, en el desierto, comieron el maná y seguían teniendo hambre, y murieron. Pero hay otro pan, que baja del cielo, y el que lo come ya no tiene hambre. Yo soy el pan que baja del cielo, el que lo come vive para siempre y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.

     

    Muchos se escandalizaron y le abandonaron: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne? En el cenáculo, de forma inesperada, Jesús realizó lo prometido: Tomad y comed, esto es mi cuerpo.  Verdaderamente, este es el misterio de nuestra fe. Insisto: de nuestra fe. La eucaristía se profana cuando se la quiere someter a prueba. Y no digo más.

     

    También el resucitado se hace presente en torno a una Mesa. Estas comidas del resucitado son claramente eucarísticas. Un resucitado no necesita comer. Sólo comen los terrestres, los carnales. Y el resucitado ya no está en nuestro mundo, tiene otra condición, la condición de los que ya viven la vida que no acaba, la vida de Dios, la vida para siempre. Lo dejo ahí, porque no quiero ahora entrar en la condición de Cristo resucitado, sino solamente notar que el resucitado se hace presente en un contexto eucarístico, el primer día de la semana, cuando los apóstoles estaban reunidos para la fracción del pan.

     

    Publicado por Dominicos.org: 


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