Nihil Obstat | Martín Gelabert Ballester, OP
Las comidas de Jesús
Para Jesús las comidas eran algo muy importante, porque apuntaban,
señalaban, presagiaban una comida mejor, una comida que quién la gustase ya no
pasaría más hambre.
Las comidas de Jesús con los pecadores llamaban la atención. Los
fariseos, al ver con quién se sentaba Jesús a la mesa, decían escandalizados:
“¿Cómo es que come con los publicanos y pecadores?” (Mc 2,15-16). Jesús comía
porque era hombre y tenía necesidad, pero es curioso que también necesitaba
dormir y, sin embargo, sólo una vez en los evangelios, se dice que “durmió” (Lc
8,23). ¿No será porque las comidas tenían en Él un sentido más profundo? ¿Saben
que significa compañero? El que come pan conmigo. Compañero es una palabra muy
cercana a amistad. A Jesús les gustaba comer con otros, porque así se hacía
compañero de aquellos con los que comía, entablaba amistad con los otros
comensales. Las comidas de Jesús eran signo del amor del Padre hacia los
hombres. El amor del Padre nos hace hermanos. Zaqueo comprendió bien lo
que significaba que Jesús comiera en su casa: “Mira, le dijo, la mitad de mis
bienes se los doy a los pobres” (Lc 19,8).
Estas comidas de Jesús apuntaban a otra comida, más importante y
definitiva. Un día, en el monte, Jesús alimentó a la muchedumbre con unos pocos
panes y unos peces (Jn 6). A la vista del prodigio, la gente le quiso proclamar
rey. Pero él, que había venido no para ser servido, sino para servir, huyó a la
soledad. Al día siguiente, la gente le encontró y Jesús les recriminó: “Me
buscáis porque os di de comer hasta saciaros”. Y Jesús les anuncia el hambre de
otro pan, uno que no perece y alimenta hasta la vida eterna: vuestros padres,
en el desierto, comieron el maná y seguían teniendo hambre, y murieron. Pero
hay otro pan, que baja del cielo, y el que lo come ya no tiene hambre. Yo soy
el pan que baja del cielo, el que lo come vive para siempre y yo lo resucitaré
en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
Muchos se escandalizaron y le abandonaron: ¿Cómo puede este darnos a
comer su carne? En el cenáculo, de forma inesperada, Jesús realizó lo
prometido: Tomad y comed, esto es mi cuerpo. Verdaderamente, este es el
misterio de nuestra fe. Insisto: de nuestra fe. La eucaristía se profana cuando
se la quiere someter a prueba. Y no digo más.
También el resucitado se hace presente en torno a una Mesa. Estas
comidas del resucitado son claramente eucarísticas. Un resucitado no necesita
comer. Sólo comen los terrestres, los carnales. Y el resucitado ya no está en
nuestro mundo, tiene otra condición, la condición de los que ya viven la vida
que no acaba, la vida de Dios, la vida para siempre. Lo dejo ahí, porque no
quiero ahora entrar en la condición de Cristo resucitado, sino solamente notar
que el resucitado se hace presente en un contexto eucarístico, el primer día de
la semana, cuando los apóstoles estaban reunidos para la fracción del pan.
Publicado por Dominicos.org:
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