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    miércoles, 4 de agosto de 2021

    “Yo soy la vid verdadera”


    Rincón de la Palabra | José Israel Cruz Escarramán




    “Yo soy la vid verdadera”
    (Jn 15,1-5)

     

    Iniciamos nuestro camino destacando los yo soy de Jesús expresados en el Nuevo Testamento. 

     

    Cristo comienza la alegoría presentándose como “la vid verdadera” (he alethiné). “Verdadera” puede significar auténtico, genuino, contrapuesto a degenerado, falso; o también significar superior, excelente, contrapuesto a vulgar, ordinario. Es “vid verdadera” en cuanto se trasladan a él, en el orden espiritual, las propiedades de la vid. En el apócrifo Apocalipsis de Baruc, la viña aparece como símbolo del Mesías.


    Él es la viña que produce, la cepa auténtica, digna de su nombre. Él es el verdadero Israel. Él fue plantado por su Padre, rodeado de cuidados y podado, a fin de que llevara fruto abundante 


    Al Padre se le presenta como el que trabaja esta viña: el “labrador” (georgós). Lo que aquí se quiere expresar es que Cristo, Dios-hombre, influye directamente, por la gracia, en los sarmientos. El Padre, en cambio, es el que tiene el gobierno y providencia exterior de la viña.

     

    De todas las plantas cultivadas, es la vid la que requiere más cuidados (Mt. 20, 1-16; Lv. 25, 3; Pr. 24, 30-31; Is. 5, 6; Jn. 15, 2). Se dejaba que la vid se extendiera por el suelo, sólo elevando los sarmientos que llevan fruto (Is. 16, 8; Ez. 17, 6). Israel es asemejada a una vid (Sal. 80, 8-13). En Is. 5, es asemejada a una viña. Dios la dispuso en una fértil ladera, plantándola con las más escogidas vides, y haciendo todo lo posible para su protección y rendimiento. Pero cuando se buscó fruto de ella, resultó que sólo daba uvas silvestres. Finalmente, Dios quitó su vallado, abandonándola a los elementos y a ser atropellada por todos; una imagen profética de Israel en su estado de apostasía.

     

    Lo que Israel no ha podido dar a Dios, Jesús se lo da. Él es la viña que produce, la cepa auténtica, digna de su nombre. Él es el verdadero Israel. Él fue plantado por su Padre, rodeado de cuidados y podado, a fin de que llevara fruto abundante (Jn. 15,1s; Mt. 15, 13). En efecto, lleva su fruto dando su vida, derramando su sangre, prueba suprema de amor (Jn 15, 9.13; cf.

    10,10s.17); y el vino, fruto de la viña, será en el misterio eucarístico el signo sacramental de esta sangre derramada para sellar la nueva alianza; será el medio de comulgar en el amor de Jesús, de permanecer en él (Mt. 26, 27ss; cf. Jn. 6, 56: 15, 4.9s).

     

    Él es la viña y nosotros somos los sarmientos, como Él es el cuerpo y nosotros somos los miembros. La viña verdadera es Él, pero también lo es su Iglesia, cuyos miembros están en comunión con Él. Sin esta comunión no podemos hacer nada: sólo Jesús, verdadera cepa, puede llevar un fruto que glorifique al viñador, su Padre. Sin la comunión con él somos sarmientos arrancados de la cepa, privados de savia, estériles, buenos sólo para el fuego (Jn. 15, 4ss).

     

    Cristo, así como vino a ser el verdadero “Siervo de Yahvé” allí donde Israel había fracasado, vino también a ser la vid verdadera; Sus discípulos vienen a ser los sarmientos. No puede haber ningún verdadero fruto en sus vidas excepto en tanto que permanezcan en Él (Jn. 15, 1-5).

     

    Tal es el misterio de la verdadera viña: expresa la unión fecunda de Cristo y de la Iglesia, así como su gozo que permanece, perfecto y eterno (cf. Jn. 17, 23). ADH 858.

     

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