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    jueves, 2 de septiembre de 2021

    ¿Es la libertad del hombre una «invención» de la Biblia? Los personajes bíblicos, entre drama y tragedia (II)


    Biblia | Vincenzo Anselmo/LCC

     


    ¿Es la libertad del hombre una «invención» de la Biblia?

    Los personajes bíblicos, entre drama y tragedia (II)

     

    Un voto irreflexivo

    «El rey de los amonitas no atendió a las palabras que Jefté le había transmitido. El espíritu del Señor vino sobre Jefté. Atravesó Galaad y Manasés, y cruzó a Mispá de Galaad, y de Mispá de Galaad pasó hacia los amonitas. Entonces Jefté hizo un voto al Señor: “Si entregas a los amonitas en mi mano, el primero que salga de las puertas de mi casa a mi encuentro, cuando vuelva en paz de la campaña contra los amonitas, será para el Señor y lo ofreceré en holocausto”. Jefté pasó a luchar contra los amonitas, y el Señor los entregó en su mano» (Jue 11,28-32).

     

    Estos versículos son determinantes para comprender si Jefté era un personaje víctima de una burla del destino o si, por el contrario, el drama de su historia proviene de una acción deliberada y temeraria. En el v. 29 encontramos la única vez en la que se refiere que el espíritu del Señor viene sobre Jefté. ¿Por qué actúa Dios ahora, después de un largo silencio? Jefté había invocado al Señor como juez entre Israel y los amonitas (cfr Jue 11,27). Así pues, la intervención divina está precedida por la negativa de los amonitas a prestar oídos[17]. Por tanto, no sería la angustia de Israel la que suscita la ayuda divina, sino el desinterés y la indiferencia de los amonitas frente al hecho de que el Señor es interpelado por Jefté como árbitro de la disputa. Así, por medio de su intervención, el Señor mostrará que es el único que decide el resultado de la batalla.

     

    La acción divina, que comienza en el v. 29, lleva a Israel a la victoria (v. 32). Esto elimina el suspense sobre el resultado de la batalla entre Israel y los amonitas, mostrando la invencibilidad del designio divino. Pero dentro del relato se inserta un discurso de Jefté en el que el jefe israelita formula un dramático voto, prometiendo, en caso de victoria, ofrecer en holocausto a la primera persona que le salga al encuentro al regresar a casa. ¿Era realmente necesario un voto tan arriesgado e irreflexivo?

     

    Además, el Señor ya había intervenido con su espíritu y, por tanto, el ofrecimiento de propiciar la derrota de los enemigos no habría sido necesario. No habiendo nexo alguno entre la intervención del Señor y el compromiso solemne de Jefté, este juramento parece no solamente inútil, sino también perjudicial. Desde el punto de vista narrativo, si el voto precediese a la acción divina se podría pensar en una aprobación del Señor frente a un elemento determinante para que él manifieste su favor a los israelitas. Pero en el relato Dios entra directamente en acción antes de que se formule el voto. No hay suspense sobre la intervención divina, mientras que la tensión narrativa tiene que ver con el resultado de un voto dramático que no ha sido requerido ni aprobado por Dios.

     

    Jefté muestra así que no se fía totalmente de la acción de Dios, porque, con tal de obtener la victoria, está dispuesto a adquirirla, pagando un precio muy alto. Él se propone ofrecer un holocausto valioso para recibir a cambio un éxito del cual no se siente seguro a pesar de la intervención del Señor[18]. El suspense no está ya vinculado al posible desarrollo de la guerra contra los amonitas, sino que crece con el regreso de Jefté a casa después de haber conseguido la victoria. ¿Quién será el primero que le saldrá al encuentro?

     

    Del voto pronunciado brotarán consecuencias terribles y dolorosas para el comandante de Israel: «Después Jefté regresó a Mispá, y he aquí que su hija salió a su encuentro con adufes y danzas. Era su única hija. No tenía más hijos. Al verla, rasgó sus vestiduras y exclamó: “¡Ay, hija mía, me has arruinado! ¡También tú estás con los que me han traído desdicha! He abierto mi boca al Señor y no puedo volverme atrás”» (Jue 11,34-35).

     

    Una dramática sorpresa espera a Jefté a su regreso a casa: es su misma hija la primera que le sale al encuentro. La partícula «y he aquí» hace que el lector asista al drama desde el punto de vista de Jefté. El juez de Israel no es víctima de una mala jugada de un destino adverso que lo aplasta, sino que se metió en un callejón sin salida a causa de sus mismas palabras. La expresión «he abierto mi boca al Señor» expresa un juramento público. Por tanto, Jefté se ha comprometido frente al pueblo y frente al Señor, y ya no puede sustraerse[19]. La palabra «Jefté» significa en hebreo «él abre»: el juez de Israel abrió la boca y, metafóricamente, se arruinó con sus propias manos.

     

    El narrador no articula un juicio de condena sobre el voto de Jefté, ni tampoco Dios se pronuncia al respecto. Sin embargo, este silencio no manifiesta aprobación. Desde el punto de vista narrativo, dentro del macro relato de Gén-2 Re, la historia de Jefté está colocada después de que Israel ha recibido la Torá, que prohíbe explícitamente los sacrificios humanos (cfr Lev 18,21 y 20,2-50)[20].

     

    La libertad de Jefté y la gravedad de sus elecciones son elementos sobre los cuales se invita al lector a pronunciar un juicio moral fundado en la palabra del Señor. ¿Cómo es posible que quien demuestra conocer bien la Torá cuando refiere al rey de los amonitas los episodios relatados en el libro de los Números no esté al tanto de la prohibición de los sacrificios humanos? ¿De verdad no tiene Jefté posibilidad alguna de echarse atrás? La respuesta de su hija es desarmante: «Ella le dijo: “Padre mío, si has hecho una promesa al Señor, haz conmigo según lo prometido, ya que el Señor te ha concedido el desquite de tus enemigos amonitas”. Y le pidió a su padre: “Concédeme esto: déjame libre dos meses para ir vagando por los montes y llorar mi virginidad con mis compañeras”» (Jue 11,36-37). La joven hija de Jefté toma la palabra. Parece casi una nueva Ifigenia, una figura trágicamente dispuesta al sacrificio de su misma vida por el bien de su padre[21].

     

    Sin embargo, aún más elocuente es el silencio de Jefté, enmarcado por las dos intervenciones de la muchacha. Del juez de Israel no proviene respuesta alguna. La larga pausa entre las dos afirmaciones de la joven subraya el embarazo y la turbación de Jefté. Después del shock y de la rabia no le queda más que el silencio. ¿Qué significado tiene el tiempo suplementario que la muchacha pide a su padre? «Él le dijo: “Vete”. Y la dejó ir dos meses. Ella marchó con sus compañeras y lloró su virginidad por los montes. Al cabo de dos meses volvió donde estaba su padre, que hizo con ella según el voto que había pronunciado» (Jue 11,38-39).

     

    La respuesta de Jefté es apofática. En efecto, él replica pronunciando solo un mandato: «Vete». ¿Cambiará de idea en los dos meses que seguirán, o cumplirá de todos modos el sacrificio en el plazo establecido? La tensión narrativa sube de nuevo: ¿prevalecerá el amor de Jefté por su única hija, o el sentido del deber ligado al voto pronunciado? Una vez más, el suspense está conectado con la libertad del personaje, que mantiene en suspenso un relato que concluirá dramáticamente en el v. 39.

     

    Conclusiones

    ¿De verdad no tiene alternativas Jefté? ¿Es víctima de su piedad religiosa o de su deseo de éxito a toda costa? ¿Reside su tragedia en el silencio de Dios, que no hace nada para detener la mano del juez de Israel? Este silencio pondría en discusión la imagen de un Dios benévolo. Así, Jefté se encuentra solo frente a la elección más dura que acometer[22].

     

    Sin embargo, el foco del relato podría ser otro. La narración pone en escena el drama de la libertad del hombre más que la tragedia ineluctable del destino. Es verdad; Dios permanece en silencio, pero este silencio da mayor relieve a la libertad del hombre, que se encuentra frente a una elección entre la muerte y la vida. Como recuerda André Wénin: «en realidad, se puede pensar que [Dios] no abandona a Jefté: ¿no tiene este a su hija y las palabras que ella le dirige para hacerlo regresar a sí mismo? […] Y como Jefté no se deja conmover, [Dios] lo deja ir hasta la culminación de su loca ambición, hasta privarse de su hija amada»[23].

     

    La libertad de Jefté ofrece una nueva comprensión de la ausencia y del silencio de Dios, que no expresa desinterés, sino que pone a cada ser humano en todo tiempo frente a sus propias responsabilidades. Esta libertad de elección impregna tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento. En la parábola evangélica del rico malvado y del pobre Lázaro (Lc 16,19-64), cuando el rico Epulón desde el más allá pide una intervención sobrenatural para amonestar a sus hermanos, Abrahán le responde: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto» (Lc 16,31). La palabra contenida en las Escrituras es una apelación constante a la libertad del hombre y se convierte ella misma en criterio de discernimiento frente al drama que caracteriza toda elección.

     

    La Biblia nos ayuda a considerar al hombre como ser libre, capaz de escoger el bien o el mal, la vida o la muerte. La voluntad de salvación de Dios se encuentra con un hombre libre y no castigado por un destino oscuro, sino llamado a decidir si, y cómo, acoge esa salvación.

     

    Publicado por La Civilta Catolica:


     

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