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    lunes, 11 de octubre de 2021

    Desarrollo, ¿para quién?


    Solidaridad | P. Miguel Ángel Gullón, op

     


    Desarrollo, ¿para quién?

     

    Si la supuesta «mística» del neoliberalismo es acumular la mayor cantidad de riqueza posible para después establecer mecanismos de reparto generando la dependencia de los países empobrecidos, esta ideología se revierte ahora gracias a la fuerza de la utopía que nace de lo germinal, de la esperanza de los pueblos que sueñan con la independencia económica, social, política y cultural de aquellos que los oprimen bajo el pretexto de las bondades de la globalización.

     

    Pero siempre estará la utopía de la libertad auténtica, que experimenta la amenaza de ser eclipsada por la mano invisible del mercado que, a su vez, es movida por otro tipo de libertad manipulada por múltiples intereses económicos y políticos.

     

    Esta categoría de desarrollo, obsoleta y manipulada, pretende cimentarse sobre la libertad, pero ésta es también su principal enemiga porque quien es libre no acepta que otra persona o grupo social le dicte las directrices por donde debe caminar. Por eso afirma Gustavo Gutiérrez, «dependencia y liberación son términos correlativos. Un análisis de la situación de dependencia lleva a buscar sacudirse de ella. Pero al mismo tiempo la participación en el proceso de liberación permite adquirir una vivencia más concreta de esa situación de dominación, percibir su densidad, y lleva a desear conocer mejor sus mecanismos; permite también poner de relieve las aspiraciones más profundas que están en juego en la lucha por una sociedad más justa»[1].

     

    El valor de la libertad es intrínseco a la naturaleza humana, consustancial al propio ser. Concebir la historia como un proceso de liberación de la persona es percibir la libertad como una conquista histórica; es comprender que el paso de una libertad real no se realiza sin una lucha –plena de escollos, de posibilidades de extravío y de tentaciones de evasión– contra todo lo que oprime al hombre. Esto implica no sólo mejores condiciones de vida, un cambio radical de estructuras, una revolución social, sino mucho más: la creación continua, y siempre inacabada, de una nueva manera de ser hombre, una revolución cultural permanente. Se trata de un proceso consciente en el que el hombre toma las riendas de sí y se realiza como creatura de Dios, se construye a sí mismo, alcanza una conciencia real de su propio ser, se libera en la adquisición de una genuina libertad, por medio del trabajo, que transforma al mundo y educa al hombre.

     

    El desarrollismo en sí mismo no tiene sentido, sus cimientos están resquebrajados, y sólo responde a miradas puramente economicistas cuyo actor principal es el hombre productor-consumidor. Sobre este asunto escribe el papa Francisco lo siguiente: «el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza de la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien» (Evangelii Gaudium 2).

     

    Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el desarrollo económico es moralmente bueno si mira a satisfacer las necesidades de todas las personas en relación a la Comunidad donde viven. En el momento en que tiene predilección por unas personas en detrimento de otras comienza a perder validez y fuerza transformadora.

     

    Situándonos en el contexto de América Latina y El Caribe, cuna de revoluciones, pero también caldo de cultivo permanente de conculcación de los Derechos Humanos más elementales, es necesario proclamar que vivimos una situación compleja y cambiante donde la insostenible situación de miseria, alienación y despojo en que vive la inmensa mayoría de la población presiona, con urgencia, para encontrar el camino de una liberación económica, social y política como primer paso hacia una nueva sociedad.

     

    A pesar de todas las dificultades, siempre permanece la mirada anclada en el Dios de la vida que acompaña y alienta a los más desfavorecidos de nuestra sociedad.

      



    [1] G. GUTIÉRREZ, Teología de la liberación, p. 128.




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