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    lunes, 18 de abril de 2022

    El lavatorio: símbolo visible de otra Iglesia


    La Iglesia Hoy | Diego Pereira Ríos

     


    El lavatorio: símbolo visible de otra Iglesia

     

    El recién pasado jueves Santo el Evangelio nos ayuda a colocar nuestra mirada en lo que ha sido desde siempre –y lo seguirá siendo- un distintivo de un cristianismo coherente: el servicio. En la liturgia de este día, si hay algo de especial y que debe seguir interpelándonos: es justamente la actitud de Jesús en el lavatorio de los pies, con sus amigos. Allí se revela la clave del hombre que, siendo el Hijo de Dios, se deja llevar por el amor de su Padre, logra rechazar las tentaciones de la fama, el éxito y el poder, y es capaz de abajarse hasta sin vergüenza y colocarse como ejemplo para sus discípulos. Es el gesto de un verdadero maestro, pero sin duda incomprendido y tergiversado a lo largo de los siglos. Por lo contrario, ante tal gesto de humildad y de lo que hay que hacer, los cristianos hemos asumido un rol en el mundo muy distinto, tanto dentro de la Iglesia, como al exterior de ella.

     

    ¿Cómo entender el significado del lavatorio, incluso unido al sacrificio eucarístico, sin caer en una contradicción o incluso en una esquizofrenia? Pues, hasta ahora, la vida cotidiana de la Iglesia se divide entre los que tienen un “poder divino” que son los clérigos, y luego están los laicos y laicas que están un escalafón más abajo. En la teoría se dice que los sacerdotes son los servidores del pueblo de Dios, pero sabemos que en la práctica no es así, más allá del culto divino. La estructura humana de la Iglesia que sigue siendo tan piramidal, con decisiones de carácter vertical, no condicen con el gesto escatológico de Jesús de enaltecimiento del ser humano por el mismo Hijo de Dios.

     

    ¿Cómo podemos comprender este accionar de la Iglesia siendo fieles al Espíritu que nos vuelve a hablar en el Evangelio?

     

    Sobre el lavatorio de los pies decía el Papa Benedicto XVI: “La exigencia de hacer lo que Jesús hizo no es un apéndice moral al misterio y, menos aún, algo en contraste con él. Es una consecuencia de la dinámica intrínseca del don con el cual el Señor nos convierte en hombres nuevos y nos acoge en lo suyo”[1]. En este sentido, el gesto de colocarse de rodillas para lavar los pies de los discípulos, no puede ser un simple gesto que los sacerdotes y obispos realicen solamente una vez al año como conmemoración del gesto de Jesús. Si como dice Benedicto es una consecuencia que pertenece a la naturaleza misma de la acción del Espíritu en nosotros, o debemos lavarnos los pies de continuo, o simplemente no estamos aún convertidos. La actitud de todo el pueblo de Dios debe ser un estar siempre en servicio humilde hacia los hermanos, sin reclamar reconocimiento, sin reclamar poder, sin pedir fiestas especiales y sin pedir nada a cambio.

     

    Afirma Castillo: “Jesús no fue sacerdote, ni funcionario del Templo, ni ostentó cargo alguno relacionado con la religión [y] no admitió distinción alguna, ni privilegios de ninguna clase, ni posiciones que lo pusiera aparte o en situación preferencial en la sociedad de su pueblo y de su tiempo”[2]. La comprensión del servicio como un lugar de privilegio sin duda sigue siendo mal interpretada intencionalmente. Hay algo en la naturaleza humana que mal interpreta la necesidad de reconocimiento –algo sin lo cual no podemos vivir- con lugares de importancia, con los primeros lugares en los banquetes. En este sentido si sigue habiendo primeros puestos y algunos los desean, no sólo ellos se equivocan y pecan por no colocar su corazón en el servicio verdadero, también aquellos que somos testigos de esos abusos, de esas búsquedas de poder estamos pecando por omisión, por no denunciar estas situaciones.

     

    Volvamos al Evangelio: allí contemplamos a Jesús, de rodillas en el suelo, invitando a sus amigos, a aquellos que lo conocieron, a que se dejen agasajar por Dios en con el gesto de la humildad. Dios mismo los quiere bendecir son el agua que da vida nueva, la misma del bautismo y que ahora quiere demostrarles la esencia del nuevo ser humano que Jesús invitar a recrear. Imaginemos en ese momento ser uno de los discípulos: sintamos esa mirada de Jesús y su voz que nos dice: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». El Señor nos advierte: no podremos ser sus seguidores si no nos lava los pies. Nos invita a dejarnos lavar por él si es que queremos ser sus discípulos. Salir de ese lugar de autosuficiencia, creyendo que no necesitamos ese gesto del Hijo de Dios, es la condición sine qua non seremos cristianos veraces. Y luego Jesús les dijo: «Les he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con ustedes, ustedes también lo hagan» (Cfr. Juan 13, 1-15).

     

    Quien no tenga en su vida el mandamiento del amor entendido como servicio, aún no es un fiel discípulo de Jesús. La Iglesia nueva que el Señor quiere rehacer en este tiempo, deberá salirse del lugar del orgullo, del poder, del que la sabe toda, y colocarse a la escucha, dejarse renovar con el agua de Dios y ser signo de servicio para el mundo. Sólo así veremos una resurrección de la Iglesia.

     

    (Imagen tomada de: https://www.pildorasdefe.net/aprender/fe/momentos-lavatorios-pies-Jesus-triduo-pascual)

     



    [1] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, Planeta, 2011, p. 80.

    [2] Castillo, José María, La humanización de Dios, Trotta, 2010, p. 241-242.





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