La Iglesia Hoy | Diego Pereira Ríos
El
lavatorio: símbolo visible de otra Iglesia
El recién pasado jueves Santo el Evangelio nos ayuda a
colocar nuestra mirada en lo que ha sido desde siempre –y lo seguirá siendo- un
distintivo de un cristianismo coherente: el servicio.
En la liturgia de este día, si hay algo de especial y que debe seguir
interpelándonos: es justamente la actitud de Jesús en el lavatorio de los pies,
con sus amigos. Allí se revela la clave del hombre que, siendo el Hijo de Dios,
se deja llevar por el amor de su Padre, logra rechazar las tentaciones de la
fama, el éxito y el poder, y es capaz de abajarse hasta sin vergüenza y
colocarse como ejemplo para sus discípulos. Es el gesto de un verdadero
maestro, pero sin duda incomprendido y tergiversado a lo largo de los siglos.
Por lo contrario, ante tal gesto de humildad y de lo que hay que hacer, los
cristianos hemos asumido un rol en el mundo muy distinto, tanto dentro de la
Iglesia, como al exterior de ella.
¿Cómo entender el significado del lavatorio, incluso
unido al sacrificio eucarístico, sin caer en una contradicción o incluso en una
esquizofrenia? Pues, hasta ahora, la vida cotidiana de la Iglesia se divide
entre los que tienen un “poder divino” que son los clérigos, y luego están los
laicos y laicas que están un escalafón más abajo. En la teoría se dice que los
sacerdotes son los servidores del pueblo de Dios, pero sabemos que en la
práctica no es así, más allá del culto divino. La estructura humana de la
Iglesia que sigue siendo tan piramidal, con decisiones de carácter vertical, no
condicen con el gesto escatológico de Jesús de enaltecimiento del ser humano
por el mismo Hijo de Dios.
¿Cómo podemos comprender este accionar de la Iglesia
siendo fieles al Espíritu que nos vuelve a hablar en el Evangelio?
Sobre el lavatorio de los pies decía el Papa Benedicto
XVI: “La exigencia de hacer lo que Jesús
hizo no es un apéndice moral al misterio y, menos aún, algo en contraste con
él. Es una consecuencia de la dinámica intrínseca del don con el cual el Señor
nos convierte en hombres nuevos y nos acoge en lo suyo”[1]. En este sentido, el gesto de colocarse de rodillas para lavar los pies
de los discípulos, no puede ser un simple gesto que los sacerdotes y obispos
realicen solamente una vez al año como conmemoración del gesto de Jesús. Si
como dice Benedicto es una consecuencia
que pertenece a la naturaleza misma de la acción del Espíritu en nosotros, o
debemos lavarnos los pies de continuo, o simplemente no estamos aún
convertidos. La actitud de todo el pueblo de Dios debe ser un estar siempre en
servicio humilde hacia los hermanos, sin reclamar reconocimiento, sin reclamar
poder, sin pedir fiestas especiales y sin pedir nada a cambio.
Afirma Castillo: “Jesús
no fue sacerdote, ni funcionario del Templo, ni ostentó cargo alguno
relacionado con la religión [y] no
admitió distinción alguna, ni privilegios de ninguna clase, ni posiciones que
lo pusiera aparte o en situación preferencial en la sociedad de su pueblo y de
su tiempo”[2]. La comprensión del servicio como un lugar de privilegio sin duda sigue
siendo mal interpretada intencionalmente. Hay algo en la naturaleza humana que
mal interpreta la necesidad de reconocimiento –algo sin lo cual no podemos
vivir- con lugares de importancia, con los primeros lugares en los banquetes.
En este sentido si sigue habiendo primeros puestos y algunos los desean, no
sólo ellos se equivocan y pecan por no colocar su corazón en el servicio
verdadero, también aquellos que somos testigos de esos abusos, de esas
búsquedas de poder estamos pecando por omisión, por no denunciar estas
situaciones.
Volvamos al Evangelio: allí contemplamos a Jesús, de
rodillas en el suelo, invitando a sus amigos, a aquellos que lo conocieron, a
que se dejen agasajar por Dios en con el gesto de la humildad. Dios mismo los
quiere bendecir son el agua que da vida nueva, la misma del bautismo y que
ahora quiere demostrarles la esencia del nuevo ser humano que Jesús invitar a
recrear. Imaginemos en ese momento ser uno de los discípulos: sintamos esa
mirada de Jesús y su voz que nos dice: «Si
no te lavo, no tienes parte conmigo». El Señor nos advierte: no podremos
ser sus seguidores si no nos lava los pies. Nos invita a dejarnos lavar por él
si es que queremos ser sus discípulos. Salir de ese lugar de autosuficiencia, creyendo
que no necesitamos ese gesto del Hijo de Dios, es la condición sine qua non seremos cristianos veraces.
Y luego Jesús les dijo: «Les he dado
ejemplo para que lo que yo he hecho con ustedes, ustedes también lo hagan» (Cfr.
Juan 13, 1-15).
Quien no tenga en su vida el mandamiento del amor
entendido como servicio, aún no es un fiel discípulo de Jesús. La Iglesia nueva
que el Señor quiere rehacer en este tiempo, deberá salirse del lugar del
orgullo, del poder, del que la sabe toda, y colocarse a la escucha, dejarse
renovar con el agua de Dios y ser signo de servicio para el mundo. Sólo así
veremos una resurrección de la Iglesia.
(Imagen tomada de: https://www.pildorasdefe.net/aprender/fe/momentos-lavatorios-pies-Jesus-triduo-pascual)
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