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    lunes, 18 de abril de 2022

    Vio y creyó


    Fe y Vida | Miguel A. Munárriz/FA

     


    Vio y creyó


    Jn 20, 1-9

    «Entró también el otro discípulo… vio y creyó»


    Los textos de la resurrección coinciden entre sí hasta el momento en que las mujeres encuentran la losa removida y el sepulcro vacío, pero a partir de ahí son tantas las discrepancias en los relatos, que solo son entendibles asumiendo que la intención de sus autores no es la descripción de hechos, sino la expresión de una experiencia que cambió la vida de aquellos hombres y el rumbo de la humanidad.


    Pongámonos en situación. A Jesús lo prenden el jueves por la noche y lo crucifican el viernes. Desde que lo prenden, los hombres del grupo permanecen atrancados por miedo a los judíos esperando el momento de huir a Galilea. Las mujeres se muestran más enteras, y las vemos primero al pie de la cruz, y luego yendo el primer día de la semana a ungirle al sepulcro.


    Mateo afirma que las mujeres que van el domingo de madrugada al sepulcro son María Magdalena y María la Madre de Santiago, y añade que Jesús se les aparece a todos juntos dentro de la casa a continuación. Allí los cita para Galilea y les encarga la misión: «Id por el mundo y proclamad el evangelio a todas las gentes».


    Marcos añade también que tras mostrarse a los discípulos y encomendarles la misión, es llevado al cielo y está sentado a la derecha del Padre.


    Lucas nos da dos versiones radicalmente distintas; una en su Evangelio y otra en Hechos. Según la primera, las mujeres que van a ungirle —entre las que incluye también a Juana—, corren a contárselo a los discípulos, pero no les creen. No obstante, Pedro va al sepulcro y lo comprueba. Ese mismo día, Jesús camina un largo trecho con dos seguidores que vuelven descorazonados a su casa de Emaús, y por la tarde se presenta dónde están reunidos los discípulos y les encomienda la misión. Finalmente, los saca camino de Betania y es elevado al cielo.


    En la versión de Hechos, Lucas afirma que se aparece a los discípulos a lo largo de cuarenta días, y que luego se eleva en presencia de ellos hasta que una nube lo oculta a sus ojos.


    Juan sitúa solo a María Magdalena en la escena del sepulcro. Cuando regresa a casa para contarlo, se encuentra con Pedro y Juan y los tres vuelven corriendo al sepulcro. Los hombres van a contar la noticia y María se queda sola llorando. Se le aparece Jesús, la consuela y le dice que va a subir al Padre. Juan sitúa ese mismo día la primera aparición a los discípulos, y la repite ocho días después. En un segundo epílogo, Jesús se encuentra con sus discípulos en el lago Genesaret, a donde han vuelto y retomado sus ocupaciones habituales...


    Tal como habíamos dicho, son evidentes las contradicciones que presentan estos textos, pero a pesar de ellas, todos participan de tres elementos comunes que sobresalen sobre todo lo demás. El primero es la misión, el segundo, la efusión del Espíritu y el tercero, la exaltación de Jesús a la derecha del Padre.


    En el fondo de todos los relatos encontramos un testimonio fundamental: Jesús se muestra vivo tras su muerte. Y nuestra tendencia natural es a dudar, pero dentro del simbolismo que encierran los textos, encontramos un hecho que no tiene explicación sin haber mediado una experiencia extraordinaria capaz de remover el ánimo de aquellos hombres hasta extremos inconcebibles.


    Y es que un tiempo después de haber salido de Jerusalén aterrorizados por miedo a las autoridades judías, desmoralizados por la muerte de su maestro y sumidos en angustiosas dudas de fe por este hecho, aquellos hombres se presentan de nuevo en el Templo afirmando, y empeñando su vida en esta afirmación, que lo han visto vivo después de su muerte y han recibido de él una misión.


    «Varones israelitas, escuchad estas palabras —es Pedro quien les habla—: Jesús de Nazaret, varón probado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales, fue entregado y muerto en la cruz por vosotros por medio de hombres sin Ley (los romanos). Pero Dios lo resucitó después de soltar las ataduras de la muerte, por cuanto no era posible que fuera dominado por ella; y nosotros somos testigos de ello».


    Publicado por Feadulta.com


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