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    jueves, 5 de mayo de 2022

    Obra de la Propagación de la Fe: todo comenzó con diez personas


    Vida Religiosa | Victoria Isabel Cardiel/RD

     


    Obra de la Propagación de la Fe: todo comenzó con diez personas


    Se cumplen 200 años de la fundación de la Obra de la Propagación de la Fe –actual Domund– y 100 de la constitución pontificia de las OMP


    Abrazan las injusticias que más escuecen sin reparos. Escuchan y hacen suyo el gemido desgarrador de los olvidados de la tierra. Llevan la esencia del Evangelio hasta los lugares más escondidos. Y nunca buscan medallas. Los misioneros son la medida del amor: lejos de los suyos, con una entrega infinita y sin reparar demasiado en los riesgos. Este año las Obras Misionales Pontificias cumplen 100 años. El 3 de mayo fue el centenario de su constitución como pontificias a través del motu proprio Romanorum Pontificum de Pío XI. «El Papa reconoció el carisma de las obras, las hizo suyas y las convirtió en un instrumento para apoyar, con oración y caridad, a la missio ad gentes de la Iglesia. No olvidemos que tenía un gran sentido misionero. En 1926 instituyó la Jornada Misionera Mundial y fue el primero en ordenar obispos chinos», asegura el arzobispo Giampietro Dal Toso, presidente de las OMP.


    El segundo aniversario que se celebra este año se lo debemos a una mujer. La joven francesa Paulina Jaricot fundó la Obra de la Propagación de la Fe –conocida en España como Domund– el 3 de mayo de 1822 en Lyon y el próximo 22 será beatificada en esa ciudad. «Tuvo una idea revolucionaria. Que toda la comunidad cristiana pudiera participar en la misión. Claro que no todos podían partir, pero podían aportar su granito de arena con la oración o a través de donaciones. Ideó un sistema capilar comenzando por diez personas que después se fue multiplicando», incide.


    Las Obras Misionales Pontificias sufragan, sobre todo, las necesidades de las diócesis enraizadas en territorios de misión, «a veces sencillamente para que puedan sobrevivir». «La ayuda va para que un obispo pueda pagarse la gasolina para ir al hospital, o para pagar los seminarios; en definitiva, para garantizar el futuro de estas iglesias», dice Dal Toso.


    Las OMP se dividen en la Obra de la Propagación de la Fe, la Obra de la Infancia Misionera y la Obra de San Pedro Apóstol –fundadas en Francia en el siglo XIX– y la Pontificia Unión Misional, erigida a principios del siglo XX.


    En el año 2021, la Obra para la Propagación de la Fe pagó los gastos ordinarios de 893 diócesis e invirtió más de diez millones de dólares –9,5 millones de euros– en la formación de catequistas. La Obra de la Infancia Misionera –que actualmente está presente en más de 130 países– es «una herramienta valiosísima de crecimiento en la fe, también en una perspectiva vocacional», detalla Dal Toso. La Obra de San Pedro Apóstol fue la más afectada por la pandemia. La mayoría de los seminarios del mundo tuvieron que cerrar durante varios meses. «Se organizaron cursos de formación a distancia, pero no se pudieron alcanzar los objetivos previstos porque la formación sacerdotal incluye varios aspectos, no solo el intelectual», lamenta. Ante la limitación de los fondos disponibles, se dio prioridad a las subvenciones ordinarias, esenciales para el mantenimiento de los seminarios. Por su parte, la Pontificia Unión MisionalPon puso en marcha 20 proyectos en 2020, en plena pandemia, y otros 35 en 2021. Desde el punto de vista histórico, Dal Toso explica que el Concilio Vaticano II hizo una mención «especial» a la missio ad gentes. «Es la única revestida con esa importancia. También se le atribuye un papel específico en el Código de Derecho Canónico. Esto no solo impulsa el compromiso misionero, sino que también anuncia un gran futuro a la tarea de la evangelización que ahora ha sido subrayado en Praedicate Evangelium».


    No obstante, Dal Toso remarca que el modelo de misión ha cambiado en estos últimos años: «Ya no es de norte a sur, sino que se trata de un esquema circular. La misión, entendida como el anuncio del Evangelio, es igualmente válida para los territorios occidentales».


    Sudán del Sur o Bangladés son dos de los países que requieren más ayuda. Dal Toso no está preocupado por el descenso de las donaciones: «Hay cosas muy interesantes. La contribución que hacen los países africanos ha aumentado mucho en los últimos años. Pero hay que tener claro que no llegaremos a los números de los años 90. Ahora hay más ONG».


    La presencia de cada vez más organizaciones de este tipo ha impuesto una nueva perspectiva en la financiación que difícilmente se puede seguir a rajatabla en la Iglesia. «La gente quiere vincular la donación a un proyecto en concreto. Pero hay cosas que no se pueden cuantificar o reducir a algo concreto o productivo. Además, hay otro tema, que es el concepto de gratuidad. Los católicos ayudan y dan sin querer recibir nada a cambio», resalta. Todos los países –incluso los más vulnerables– aportan su parte al gran fondo universal de las OMP y a través del obispo se «priorizan las necesidades de cada diócesis».


    Publicado por Religión Digital


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