Testigos de la Fe | Andrés MartÃnez Esteban
Paz y caridad
El 21 de enero de este año se cumplió un siglo de la muerte de Benedicto XV. Aquel
Papa fue elegido en vÃsperas del inicio de la Gran Guerra y su pontificado
estuvo marcado por lo que él denominó «el flagelo de la ira» que devastó Europa
«por el hierro y el fuego».
Nada más comenzar la Primera Guerra Mundial, los gobiernos vieron en el
Papa a un potente factor moral, dado el gran número de católicos que luchaban
en un bando y en otro. El presidente francés, Raymond Poincaré, envió una carta
cordial, en respuesta a otra de Benedicto XV en la que anunciaba su elección.
Austria y Prusia, después de algunas reservas iniciales, dieron la bienvenida
al nuevo PontÃfice. También el Gobierno italiano se mostró condescendiente y
reconoció el valor moral del Vaticano en una situación de guerra.
Benedicto XV buscó vÃas diplomáticas para conseguir la paz. No lo
consiguió, pero tampoco se rindió. Encontró otro camino, «la diplomacia de la
caridad y de la paz«, como define el autor de este libro, Alfredo Verdoy, la
gran labor realizada por este Papa.
En este libro, el
historiador de la Universidad Pontificia Comillas desentraña la labor
humanitaria realizada por la Iglesia católica para socorrer a los damnificados
por la Gran Guerra. Primero fueron los sacerdotes y religiosos que atendieron a
los soldados que estaban luchando en el frente. Y, después, la actuación del
propio Vaticano, que organizó la obra de los prisioneros, creada en la
primavera de 1915 en las oficinas de la SecretarÃa de Estado.
Durante los cuatro años de guerra, el Papa nunca cesó en su empeño por
negociar una paz en la que no hubiera vencedores ni vencidos. Lo intentó
primero en la Navidad de 1914. Pidió un alto el fuego en la Nochebuena de aquel
año para celebrar el nacimiento del PrÃncipe de la paz. Después fue con la nota
de agosto de 1917. Este último intento de Benedicto XV no solo no fue aceptado,
sino que fue mal comprendido y atacado tanto dentro como fuera de la Iglesia
católica.
Muchas son las aportaciones que Alfredo Verdoy hace con este libro. Sin
embargo, quisiera destacar dos que me parecen especialmente importantes e
interesantes para el lector. La primera es la colaboración de la Santa Sede con
otros organismos internacionales, por ejemplo, la Cruz Roja, que también
atendÃan a los heridos por la guerra. La labor humanitaria que se hizo durante
el conflicto buscó unir a los hombres de buena voluntad, independientemente de
su confesión religiosa.
La segunda es la ayuda humanitaria que el Vaticano prestó a la Rusia
posrrevolucionaria. En octubre de 1917 se producÃa la Revolución bolchevique,
que acabó con la vida de la familia imperial y provocó la salida de Rusia de la
guerra mundial. A petición de algunos obispos ortodoxos, la Santa Sede prolongó
su ayuda varios años después de finalizada la guerra, y creó la Comisión
Pontificia para la Ayuda a los Niños Rusos. Y todo esto a pesar de la
persecución religiosa que ya habÃa comenzado.
Estas páginas ponen de manifiesto que, en tiempo de guerra, cuando no se
reconoce la dignidad del prójimo porque en él se ve solo a un enemigo a quien
derrotar y no a un hermano a quien amar, la voz del Papa, de los Papas, resuena
como un fuerte toque de campana que nos recuerda que, como dice el Papa
Francisco en la encÃclica Fratelli tutti, «[…]
cada generación ha de hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones
pasadas y llevarlas a metas más altas aún. Es el camino. El bien, como también
el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre;
han de ser conquistados cada dÃa».
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