Reflexión | P. José Pastor Ramírez/LD
Descafeinando la religión
La
palabra secta proviene del latín secare, separar y, también, de sequi, seguir;
ambas etimologías concuerdan con su significado tradicional: un conjunto de
personas que se separan de un grupo mayor y siguen un camino distinto.
La
difusión de las sectas, hoy, no responde a una simple casualidad. El
materialismo, el consumismo y el vacío espiritual imperante constituyen un
hábitat propicio para su nacimiento y expansión. Ello es así, porque a la persona se le
dificultad dar respuesta a las grandes cuestiones y anhelos de la vida. Los problemas y la crisis existencial promueven
en los individuos la búsqueda de una salida que calme las presiones de la vida
y que les propicie seguridad interior. Por lo regular, estas personas que se
aglutinan bajo la sombra de grupos sectarios presentan un perfil de
personalidad bastante definido: inseguridad, escasa tolerancia a la
frustración, desilusión cultural, desconocimiento de las sectas, propensión a
la dependencia emocional a personas autoritarias y la baja formación cultural.
Más
aún, sobre la base del surgimiento de las sectas se verifican, básicamente,
tres fenómenos psicosociales importantes: la angustia, la frustración y la
pérdida de identidad. La angustia está siendo generada por los cambios sociales
acelerados, además, la inestabilidad de instituciones ejemplares como: la
familia, la escuela y la Iglesia. La frustración sociocultural podría tener su origen
en la dificultad para estructurar la vida desde modelos respetuosos. Y, el
sentimiento de pérdida de identidad y la disfuncionalidad de las relaciones
conducen a muchos a valorar y a refugiarse en nuevos grupos afectivos.
Hoy,
la multiplicidad de sectas podría estar respondiendo a una necesidad, real, de
los individuos. Las sectas ofrecen seguridad y salvación. Se asume la
convicción de que el mal está fuera de ella y que, a lo interno del grupo
sectario está la salvación, la seguridad y la verdad. La secta asegura una
solución al sentimiento de frustración, acogiendo a la persona y esta se siente
importantizada, persuadiéndola de que se le ofrece la verdadera revelación a la
que otros no pueden acceder. La persona misma considera que puede constituirse
en un instrumento de salvación para otros. Liberándose así de la prisión del
anonimato, al sentir la calidez del afecto y la amistad que ofrece el grupo, al
menos en un primer momento. Sin embargo, la frustración no se hace esperar.
Llega el momento en que la persona siente la esclavitud propia del fanatismo,
de la rigidez destructora de su persona, generando todo tipo de perversión del
crecimiento. “La credulidad, o esa confianza demasiado grande en una opinión
que no está debidamente demostrada, es un tipo de debilidad que suele
atribuirse a todas las sectas”. Definitivamente, “la religión mal entendida es
una fiebre que puede terminar en delirio”. Sin embargo, la genuina experiencia
religiosa aporta paz y equilibrio emocional y espiritual a la persona. Por otra
parte, el evangelio de ninguna manera puede considerarse una noticia
tranquilizante y, menos, aún, una droga. Es inútil “descafeinar” la religión.
Lo importante no es “disponer” de Dios a nuestro antojo, sino responder
fielmente a su misterio.
Publicado
por Listín Diario
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