Convivencia | Valentina di Giorgio/Z
¿Un cardenal contestó al Papa en pleno Consistorio? Esto dice
la intervención del cardenal
“Hoy
deberíamos subrayar el derecho, más bien el deber, de los cardenales de
expresarse con claridad y franqueza precisamente cuando se trata de las verdades
de fe y de moral, el “bonum commune” de la Iglesia”, dijo el cardenal alemán
Brandmüller.
El
vaticanista del periódico italiano L´Espresso, Sandro Magister, publicó este
miércoles 31 de agosto la intervención que el cardenal Walter Brandmüller
pronunció ante casi 200 cardenales (más el Papa) en uno de los dos días que duró
el encuentro mundial del Papa con los cardenales en el Vaticano.
Aunque
en la prensa se está presentando la intervención como una contestación del
cardenal Brandmüller al Papa, el texto evidencia otra cosa: “parece deseable
que se actualice el oficio y la competencia del Colegio de Cardenales” sería
más bien el núcleo de la intervención del cardenal que fuese, con Benedicto
XVI, el presidente del Pontificio Comité de Ciencias Históricas. La propuesta
lanzada ahora abiertamente en el reciente consistorio ya había sido planteada
por el mismo cardenal en noviembre de 2021 (véase: “El problema de tantos
cardenales que no se conocen y deben elegir un Papa. Una propuesta de reputado
cardenal alemán”).
Por
su interés y en continuidad con aquella otra publicación que también ofreció
ZENIT, traemos a continuación en español la intervención del cardenal
Brandmüller en el reciente consistorio.
La
convocatoria de un consistorio después de tanto tiempo motiva una reflexión
sobre la naturaleza y la tarea del cardenalato, especialmente en las
circunstancias actuales. También hay que resaltar que los cardenales no son
sólo miembros del cónclave para la elección del sumo pontífice.
Las
verdaderas tareas de los cardenales, independientemente de su edad, están formulados
en los cánones 349 y siguientes del Código de Derecho Canónico. Allí leemos:
“los cardenales asisten al Romano Pontífice tanto colegialmente, cuando son
convocados para tratar juntos asuntos de mayor importancia, como personalmente,
a través de los diversos oficios que desempeñan, ayudando al Papa sobre todo en
el gobierno diario de la Iglesia universal”. Y “asisten al Pastor supremo de la
Iglesia especialmente en los Consistorios” (Canon 353).
Esta
función de los cardenales encontró en la antigüedad su expresión simbólica y
ceremonial en el rito de la “aperitio oris”, la apertura de la boca. De hecho,
significaba el deber de pronunciar con franqueza la propia convicción, el
propio consejo, especialmente en el consistorio. Esa franqueza -el papa Francisco
habla de “parresía”- que era especialmente querida por el apóstol Pablo.
Pero
ahora, lamentablemente, esa franqueza es sustituida por un silencio extraño.
Esa otra ceremonia, la del cierre de la boca, que seguía a la “aperitio oris”,
no se refería a las verdades de fe y de moral, sino a los secretos del oficio.
Sin
embargo, hoy deberíamos subrayar el derecho, más bien el deber, de los
cardenales de expresarse con claridad y franqueza precisamente cuando se trata
de las verdades de fe y de moral, el “bonum commune” de la Iglesia.
La
experiencia de los últimos años ha sido muy diferente. En los consistorios
-convocados casi sólo para las causas de los santos- se repartían tarjetas para
pedir la palabra y se sucedían las intervenciones obviamente espontáneas sobre
cualquier tema, y eso era todo. Nunca hubo un debate, un intercambio de
argumentos sobre un tema concreto. Obviamente, un procedimiento completamente
inútil.
Una
sugerencia presentada al cardenal decano de comunicar con antelación un tema
para debatir y así poder preparar posibles intervenciones quedó sin respuesta.
En resumen, los consistorios desde al menos hace ocho años terminaron sin
ninguna forma de diálogo.
Pero
el primado del sucesor de Pedro no excluye en absoluto un diálogo fraterno con
los cardenales, quienes “tienen el deber de cooperar diligentemente con el
Romano Pontífice” (canon 356). Cuanto más graves y urgentes son los problemas
de gobierno pastoral, más necesario es el involucramiento del Colegio
Cardenalicio.
Cuando
Celestino V, dándose cuenta de las especiales circunstancias de su elección
quiso renunciar al papado en 1294, lo hizo después de intensas conversaciones y
con el consentimiento de sus electores.
Una
concepción totalmente diferente de las relaciones entre el Papa y los
cardenales fue la de Benedicto XVI, quien -un caso único en la historia-
renunció al papado por razones personales, sin el conocimiento del colegio de
cardenales que lo había elegido.
Hasta
Pablo VI, que aumentó el número de electores a 120, sólo había 70 electores.
Este aumento del colegio electoral a casi el doble estuvo motivado por la
intención de atender a la jerarquía de los países que estaban lejos de Roma y
honrar a esas Iglesias con la púrpura romana.
La
consecuencia inevitable fue que se crearon cardenales que no tenían experiencia
de la Curia romana y, por tanto, de los problemas del gobierno pastoral de la
Iglesia universal.
Todo
esto tiene consecuencias graves, cuando estos cardenales de las periferias son
llamados a la elección de un nuevo Papa.
Muchos,
si no la mayoría de los electores, no se conocen personalmente. Sin embargo,
están allí para elegir entre uno de ellos al Papa. Es claro que esta situación
facilita las operaciones de los grupos o clases de cardenales para favorecer a
uno de sus candidatos. En esta situación, no se puede excluir el peligro de
simonía en sus diversas formas.
Para
terminar, me parece que merece una seria reflexión la idea de limitar el
derecho de voto en el cónclave, por ejemplo, a los cardenales residentes en
Roma, mientras que los demás, también cardenales, podrían compartir el
“estatus” de cardenales mayores de 80 años.
En definitiva, parece deseable que se actualice el oficio y la competencia del Colegio de Cardenales.
Publicado
por Zenit
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