Actualidad |Laura Martínez Otón*
Nativos digitales y sociales no acompañados
A punto de terminar 2022 tenemos que comprobar si
se ha cumplido la previsión que hacía la consultora Gartner para este año.
Vaticinaba que se publicarían más noticias falsas que verdaderas en estos doce
meses. El consiguiente problema sobreviene porque esas noticias falsas cada vez
están mejor construidas, en ocasiones con inteligencia artificial difícil de
desenmascarar; además, los públicos carecen de la necesaria alfabetización
digital, voluntad y tiempo para detectarlas. Un estudio del grupo de
investigación Innomedia de la Universidad Nebrija ha confirmado que la generación
Z —con edades de entre 14 y 28 años— la primera digital, carece de memoria
anterior al smartphone, está en redes sociales permanentemente y no sabe vivir sin internet. Cinco de cada diez jóvenes no se informan a través
de los medios tradicionales y para siete de cada diez la credibilidad está en
las redes.
Los jóvenes de esta generación no son solo nativos
digitales, son nativos sociales. Pocos serán los que lean esta tribuna, o el
contenido de este semanario, porque son la generación de lo audiovisual, del
consumo rápido de la cultura snack: a pesar de
tener todo a toque de pulgar no profundizan, porque no saben hacerlo.
En este consumo de contenidos concretos, los medios
han reaccionado tarde para llegar a un público que siente desafección por el
periodismo y que confía mucho más en el efecto halo de
prescriptores que hablan su mismo lenguaje —influencers— y que
además les cuentan lo que quieren escuchar. La reflexión y el análisis también
han perdido la batalla en la escuela, con planes de estudio poco exigentes y
métodos de enseñanza que no son capaces de competir por su atención. Les damos
un móvil a los 10 años, pero no les enseñamos a utilizarlo.
La opción no es la inacción, sino remangarse las
pantallas y ponerse a la alfabetización digital desde todos los puntos de
acción. El que a mí me compete es el de madre y educadora, por eso defiendo que
deben ir de la mano. El miedo a lo que no se conoce y el desconocimiento de lo
que ellos más usan los dejan sin acompañamiento, a merced de un contenido que
elige un algoritmo, una máquina. Si los hemos educado en el mundo analógico
para poder moverse por la calle, es necesario que los guiemos en el nuevo
escenario digital. En este escenario hay normas de comportamiento, hay
responsabilidad y hay leyes. La pasada semana se dictó la primera sentencia de
cárcel en España por divulgar noticias falsas desde Twitter.
La desinformación en la era de la posverdad en la que nos encontramos está creando una
sociedad peor informada, enfrentada ideológicamente desde la polarización; un
caldo de cultivo para el odio y una tierra fértil para la manipulación desde la
propaganda. En definitiva, nos hace rehenes de planes ideológicos
descabellados, sin fundamento, que apelan a los sentimientos, porque en las
emociones es donde germina la mentira.
No estamos preparados para detectar fake news. En los últimos años
han proliferado los organismos de fact checking, se ha invertido en el aprendizaje a través de
la divulgación, se percibe más compromiso desde los medios serios y algo se ha
conseguido. Trump puso las fake news en el
debate político en 2016, y coló. Seis años más tarde ha salido tocado —que no
hundido— de las elecciones legislativas de mitad de mandato. Lo mismo le ha
pasado a Bolsonaro en Brasil, altavoz de bulos en las redes, que se ha quedado
fuera de momento. A Putin, el rey de las mentiras bélicas, solo le creen los
que consumen sus medios.
Lo que está pasando en Twitter con el desembarco
histriónico de Musk no es menor; las redes han perdido la batalla del debate
democrático y respetuoso, han perdido la batalla de la verificación y la
verdad. Ese puede ser el final de un lugar donde casi 200 millones de usuarios
activos comparten la vida misma cada día. Podremos decir que lo malo se llevó
por delante todo lo bueno, porque las redes tienen un lado bueno. Hay mucha
gente compartiendo inquietudes, conocimiento, hay debates sanos, hay
conectividad global propicia, aunque, de nuevo, la mano del hombre que todo lo
ensucia ha hecho un mal uso de las herramientas. La natural querencia humana a
la socialización nos llevará a otras redes, pero no podremos cambiar nada si no
aportamos en positivo, y para ello debemos saber cómo hacerlo. Debemos saber
que Telegram no es mejor. TikTok es darle al Gobierno chino nuestra vida.
WhatsApp es lobo con piel de cordero. Muchas otras vendrán prometiendo
socializar virtualmente de manera sana y seremos nosotros los que tendremos la
herramienta en nuestra mano para hacerlo bien. Que no se nos olvide que la
llave para luchar contra las fake news en
las redes sociales la seguimos teniendo la gente que cree en la verdad.
*Directora del máster de Radio, Pódcast y Audio
Digital de la Universidad Nebrija
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