Reflexión | Raúl Molina/VN
No solo por los frutos
Tener
a Jesús de Nazaret como modelo nos hace ir por la vida dispuestos al encuentro. Si
algo nos mostró el maestro es su compasiva manera de mirar y su predisposición
para escuchar, sanar y consolar. Jesús dejó constancia del valor de la
misericordia en sus bienaventuranzas y en su visión del juicio final, y secó a
la higuera que no daba fruto (Mt 21,19). ¡Claro que tenemos una exigencia de
entrega al otro!
El
problema viene cuando nos erigimos en juez del otro o, lo que es peor, cuando
nos erigimos en jueces de nosotros mismos y cargamos en nuestra finitud el peso
del mal, de la tristeza, de la injusticia. ¿Acaso pretendemos suplantar a
Dios? Nos convertimos en jueces y solo Dios que es bueno y está en lo
secreto y mira a lo secreto nos recompensará (Mt 6,6).
Corazón
humilde
Nadie
cuantificará nuestros frutos, pero sà habrá quien escudriñe en nuestros
corazones. Jesús no reclama obras grandes y cuantiosas, pero si nos exige un
corazón humilde, sensible, entregado, generoso, como el de la viuda pobre que
apenas si echó en el tesoro del templo unas monedillas, pero echó todo lo
que tenÃa para vivir (Lc 21,4), como el del samaritano que pasaba por allÃ
y supo responder al que yacÃa apaleado al borde del camino (Lc 10).
En
esta cultura del éxito y del escaparate, de la eficacia y el pragmatismo,
caemos en la tentación de convertir los frutos de nuestro esfuerzo en el centro
de nuestra fe y de olvidar que lo esencial está en la fortaleza de
nuestras raÃces.
Conviene sacudirse el polvo.
Publicado por Vida Nueva
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