Cultura y Vida | Juan Orellana
The Lost King. Una singular lección de historia
William
Shakespeare tiene una gran presencia a lo largo de toda la historia del cine. Y
dentro de su obra, Ricardo III ha
conocido unas cuantas adaptaciones. Todas ellas marcadas por una visión muy
negativa del rey, el último de los York, tratado como un sanguinario usurpador,
que es precisamente la imagen que el propio Shakespeare construye del monarca
que reinó entre 1483 y 1485. Recordemos, entre otras muchas adaptaciones, la
versión de Laurence Olivier de 1955, ambientada en la Segunda Guerra Mundial;
la protagonizada por Ian McKellen de 1995, que traslada el drama a los años 30,
o la de 2008, dirigida por Scott Anderson.
La película
que nos ocupa —basada en hechos reales— parte de una representación teatral
de Ricardo III a la que asiste Philippa Langley
(impagable Sally Hawkins) con sus hijos. Es una madre de familia separada que
sufre trastornos originados por el estrés. Trabaja en una oficina, pero pasa
muchos periodos de baja. Su gran afición es la historia. Convencida de que
Ricardo III no podía ser tan malo como le pintaba Shakespeare y toda la
propaganda de los Tudor, comienza a investigar y a leer sobre el monarca.
Cuando se quiere dar cuenta, está metida hasta el cuello en el mundo de los
estudiosos ricardianos y empieza a dar forma a una intuición: el cadáver de
Ricardo III no pudo ser arrojado al río, como reza la historia oficial, sino
que tiene que estar enterrado en algún sitio sagrado de Leicester, en el centro
de Inglaterra. A partir de ese momento todos —incluida su familia— van a mirar
a Philippa como una trastornada alejada de la realidad.
El veterano
y excelente director Stephen Frears (Las amistades peligrosas, The Queen, La camioneta…),
nacido precisamente en Leicester, nos ofrece una adaptación del libro The search for Richard III, escrito por la propia
Philippa Langley. La película combina a la perfección varias tramas. Una de
ellas es la vida familiar de Philippa, que nos muestra al principio una madre
imperfecta y limitada por su enfermedad, pero que va creciendo a lo largo del
guion hasta conquistar nuevamente el afecto de los suyos. Philippa no solo es
menospreciada por su familia, sino también por sus compañeros de trabajo, que
la tratan como a una outsider.
Pero la
gran batalla —y la principal crítica social que ofrece Frears— se centra en la
Administración y, especialmente, en la universidad. La película pinta un
retrato descarnado de la cultura de la competitividad, de la lucha por colgarse
medallas utilizando a las personas como medios. En ese sentido, Frears nos
ofrece un final cargado de ironía, pero también de humanidad, contraponiendo la
inocencia limpia de los niños con la hipocresía de un sistema basado en el
trepismo. Un tercer elemento, el más interesante desde una perspectiva
cultural, es la revisión histórica de la figura de Ricardo III, denunciando las
leyendas negras que han caracterizado a los Tudor y que los españoles hemos
padecido con creces.
Una
película, en fin, tan instructiva e interesante como recomendable.
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