Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Recibiste bienes, y Lázaro males:
ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado
Jueves de la 2ª semana de Cuaresma / Lucas 16, 19-31
Evangelio: Lucas 16, 19-31
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de
lino y banqueteaba cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su
portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa
del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo, y fue llevado por los
ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en
el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a
Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de
mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la
lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo:
“Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y
Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú
eres atormentado.
Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo
inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan
hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”. Él dijo:
“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi
padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea
que también ellos vengan a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”.
Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se
arrepentirán”. Abrahán le dijo:
“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se
convencerán ni aunque resucite un muerto”».
Comentario
No se puede ver al resucitado si antes no se ha mirado
a la cara al moribundo, herido y «cubierto de llagas», o al hambriento. Quien
no se enfrenta a la muerte, a la fragilidad y al dolor no comprende la Vida. Si
la compasión no lacera el corazón no se puede vislumbrar el amor apasionado de
Dios que padece en los sufrimientos de cada hombre.
Por eso, Abraham en el evangelio dice que «si no
escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un
muerto». Si no se escucha la Ley de Moisés y se deja interpelar por las
llamadas a la conversión de los profetas; esto es, si no se busca la justicia,
entonces la salvación eterna de Dios pierde su relevancia. Como escribió
Benedicto XVI, «estoy convencido de que la cuestión de la justicia es el
argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe
en la vida eterna. […] sólo en relación con el reconocimiento de que la
injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, llega a
ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida
nueva» (Spe salvi, §43). Sólo quien se duele por la injusticia de los que
sufren alberga la esperanza de la resurrección, y cuando el resucitado aparece
puede verle.
Los hechos, incluso los más impactantes, pueden
pasarnos desapercibidos. Y no solo por falta de atención, sino por medianía:
ser mediocre consiste en pasar por alto lo importante. La inercia, la
pasividad, la frialdad de corazón vuelven mezquino nuestra alma y hacen
invisible y superflua la resurrección de Dios.
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