Nuestra Fe | Felice Accrocca
Crónicas del primer Jubileo:
Roma entre la fe y los atascos
Documentos
antiguos narran vívidamente escenas de ordinaria extraordinariedad en los meses
del Año Santo de 1300
Todo en el
Jubileo proclamado por Bonifacio VIII estuvo marcado en términos de grandeza,
empezando por el gran número de peregrinos. Las crónicas lo mencionan a menudo,
refiriéndose siempre a ello con gran asombro: "Acudió allí un gran número
de personas de toda la cristiandad», señala una Crónica de Siena de autor
anónimo de mediados del siglo XIV, "de modo que parecía increíble a
quienes no lo habían visto". Gente de ambos sexos, lo que despertaba aún
mayor asombro, ya que la multitud de peregrinos solía estar formada por hombres
más que por mujeres. «Y fueron marido y mujer e hijos», continúa el autor de la
citada Crónica, «y dejaron sus casas cerradas y todos en brigada con perfecta
devoción fueron al indulto".
También hay
confirmación de ello en una curiosa placa que aún puede admirarse en Florencia,
en Via Giovanni da Verrazzano, en la que se lee (en latín) que en el año 1300
el Santo Sepulcro fue arrebatado a los sarracenos por los tártaros y devuelto
al cristianismo; también se menciona la indulgencia promulgada por Bonifacio
VIII y el hecho de que muchas personas, incluidos los tártaros, acudieron a
Roma por este motivo. Al final, un cambio inesperado a la lengua vernácula:
"Y allí fue Ugolino con la esposa". Quién es este Ugolino sigue
siendo un misterio, a pesar de que muchos han intentado darle una identidad:
creo que es lógico suponer que se trataba sin duda de un ciudadano acomodado,
sin papeles importantes, pues de lo contrario -con toda probabilidad- habrían
sido reseñados.
Las
aglomeraciones extraordinarias siempre crean - ayer como hoy - considerables
atascos. Y tantos causó en aquel año, cuando Roma, sobre todo en las horas
punta, cerca de las grandes fiestas y en otras épocas del año que no fueran el
verano (en la Edad Media, el aire de Roma no era el mejor en esa estación) o
cuando la agricultura era intensiva en mano de obra, se vio invadida por tropas
salmodiadas de romanos. No es de extrañar, por tanto, que hubiera que tomar
remedios. Señalo dos, de los que nos dan noticia dos testigos de excepción.
El primero lo
tomo del Libro sobre el Centenario o Jubileo del Cardenal Stefaneschi. Testigo
de primera mano del extraordinario acontecimiento, nos asegura que, "al
difundirse la noticia del indulto del año centenario, multitudes de personas se
pusieron en marcha instantáneamente en tropel hacia Roma, tan numerosas que
dejaban la impresión de un ejército o enjambre por donde pasaban. De hecho,
dentro y fuera de las murallas de la ciudad, una densa multitud se acumulaba
cada vez más a medida que pasaban los días, con el riesgo de que muchos fueran
aplastados por la muchedumbre. Se adoptó entonces un remedio ventajoso, aunque
no del todo suficiente: se abrió una segunda puerta en las murallas para
proporcionar a los peregrinos una ruta más corta entre el monumento de Rómulo y
la antigua vía. Otra puerta, pues; tal vez, como especulaba Arsenio Frugoni,
"entre el presunto Sepulcro de Rómulo frente a Santa Maria in Traspontina
y, probablemente, la puerta Castelli".
Sin duda era
del norte de donde procedía el gran flujo de gente, ya que del sur la afluencia
sólo podía proceder del sur de Italia. Pero luego todos, extranjeros o romanos,
acabaron aglomerándose en torno a las basílicas, en primer lugar, la del
príncipe de los apóstoles. Y fue allí, sobre todo, donde se produjo el atasco.
Así que se recurrió a lo que podemos definir como la primera calle de sentido
único de la historia o, al menos, la primera de la que tenemos noticia.
En el puente
de Sant'Angelo, por tanto, se colocó un separador para que la gente se
canalizara a cada lado y sólo pudiera avanzar en un sentido o en otro. Sin
embargo, los atascos no eran el único problema que había que resolver. Había
varias necesidades planteadas por este "ejército muy numeroso". Para
pernoctar, se contaba con la ayuda de las scholae peregrinorum, donde se
reunían peregrinos de diferentes naciones; sin embargo, incluso entonces, muchos
aprovechaban la oportunidad para poner a disposición sus propias casas,
convirtiéndolas en algo muy parecido a los Bed and Breakfasts actuales. Y como
las necesidades no eran ciertamente las modernas, la gente también se adaptó
para alojarse en habitaciones comunes.
Luego estaba
el problema del abastecimiento, ya que cada peregrino era una boca que
alimentar. Pródigo en noticias, Stefaneschi acude una vez más en nuestra ayuda:
«A causa de la inesperada afluencia de romanos, después de que Roma les hubiera
proporcionado en abundancia todo lo necesario para vivir durante unos tres
meses, empezó a aparecer el peligro del hambre, sobre todo porque parecía que
ni los hornos ni los molinos sobrecargados serían suficientes para la multitud;
y el Tíber, crecido por las lluvias, se había desbordado un poco, alimentando
los temores de la gente. Aunque, de hecho, el grano era suficiente, se puso
rápidamente un doble remedio;
El primero: se
ordenó a los castillos vecinos, proveedores habituales de grano de Roma, que
proporcionaran pan en aquella ocasión; el segundo: el propio pueblo, para no
estar sujeto a la posibilidad de una escasez de grano, tuvo que traer consigo
los asnos cargados de víveres; por este expediente se dio un breve respiro al
abastecimiento, se repusieron las existencias, de modo que los molinos, los
hornos y también el pan que se vendía en cestas en las aldeas fueron
suficientes en abundancia; y en efecto, cosa que, considerando la multitud
reunida en aquel año centenario, asombró sobremanera a los contemporáneos, y
tal vez asombrará aún más a la posteridad, nunca faltó en Roma alimento ni
bebida durante todo el tiempo que duró el jubileo, que, en efecto, la
recolección fue considerable, los lagares rebosaron de vino y la cosecha fue
abundante, salvo, claro está, el aumento de los bienes con la vuelta de octubre
y las lluvias otoñales".
Roma superó de
algún modo la prueba, doblemente difícil por no estar prevista de antemano y
por la extraordinaria afluencia de gente a la que tuvo que hacer frente. ¿Estará hoy la ciudad preparada para hacer lo mismo?
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