Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Bienaventurados los pobres en el
espíritu
Lunes de la 10ª semana de tiempo ordinario / Mateo 5,
1-12
Evangelio: Mateo 5, 1-12
En aquel tiempo al ver Jesús el gentío, subió al
monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les
enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de
ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos
heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán
consolados.
Bienaventurados lo que tiene hambre y sed de la
justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque
ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa
de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os
persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos,
porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera
persiguieron a los profetas anteriores a vosotros».
Comentario
Algo sucedía en algunas situaciones que hacía que
Jesús sacara de su interior palabras preciosas que parecía tener atesoradas
desde hacía mucho tiempo para aquel momento. Vistos desde fuera aquellos
instantes no tenían nada de especial. No eran diferentes de muchos otros. Pero
para Jesús era como si hubieran quedado de repente enmarcadas como un cuadro.
Como si una luz brillase en algún punto y le hiciera pensar que aquel momento
era el oportuno. Aquel día, «al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y
se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba». Aquel gentío
no parecía distinto de muchos otros. Pero aquellas personas causaron en Jesús
una honda conmoción. Su corazón se llenó de esperanza y su boca de promesas.
«Bienaventurados los pobres de espíritu», comenzó a
decir. Muchos pasaban hambre, pero todos tenían sed del Dios vivo. Porque la
vida sin Dios es como la tierra sin agua. Pero en aquella extrema pobreza,
Jesús veía su mayor riqueza; porque mucha sed no hace el agua, pero aquella sed
infinita conmueve las entrañas del Dios vivo que desciende como la lluvia:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los
cielos».
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