La Familia | Yris Rossi
La fuerza vital de lo humano:
maternidad, familia y la sabiduría de integrar
No todo lo antiguo debe descartarse ni todo lo
nuevo debe adoptarse sin cuestionamiento. Cada época aporta elementos valiosos,
y es esencial discernir cuáles merecen ser preservados y cuáles transformados.
Esta mirada no responde a nostalgias ni a modas, sino al ejercicio consciente
de observar el impacto real de nuestras decisiones sobre la vida personal y
social.
La maternidad, por ejemplo, es una experiencia
profundamente arraigada en la naturaleza humana. Más allá de ideologías o
tendencias culturales, el amor maternal ha sido reconocido por la ciencia como
una vivencia con efectos neurológicos y emocionales únicos. La neurobiología
demuestra que el vínculo madre-hijo activa circuitos de oxitocina, empatía y
conexión que influyen positivamente en el bienestar general. Cuando una mujer
desea ser madre y no puede lograrlo, diversas investigaciones reportan impactos
emocionales importantes: el 69% de las mujeres y el 60% de los hombres afirman
haber sentido una carga emocional significativa por no tener hijos, cifra que
asciende al 71% en personas de entre 30 y 39 años.
Estos datos invitan a replantear discursos que
banalizan o desestiman el deseo de maternidad o paternidad. No se trata de
imponer un deber, sino de comprender que la reproducción humana es también una
dimensión rica, compleja y profundamente ligada a nuestro equilibrio personal.
Por otro lado, la familia continúa siendo un
pilar fundamental en el desarrollo y estabilidad de los individuos. Lejos de
las caricaturas o estigmatizaciones ideológicas, las estadísticas son claras:
las familias desestructuradas —marcadas por la violencia, la ausencia afectiva
o la inestabilidad— están asociadas a mayores niveles de fracaso escolar,
adicciones, dificultades de integración social y conductas antisociales en la
infancia y adolescencia.
Por tanto, más que desechar lo heredado, deberíamos integrar con discernimiento lo que la ciencia y la experiencia de vida nos muestran: la reproducción humana no solo es parte inherente de nuestra naturaleza, sino que también tiene efectos positivos en la salud física, mental y emocional. La maternidad, en particular, activa mecanismos biológicos que fomentan el cuidado, la empatía y el sentido de propósito. Asimismo, la familia —en sus múltiples formas, cuando está basada en el afecto, el compromiso y la contención— sigue siendo una estructura esencial para el desarrollo humano y la cohesión social.
Promover la reproducción responsable, valorar la
maternidad y fortalecer los vínculos familiares no es un retroceso, sino una
forma madura, integradora y esperanzadora de construir futuro.
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