Mensajes | Patricia Ynestroza
El Papa: La Humildad de la
Resurrección. Rostro discreto del Amor de Dios
En su
catequesis de hoy, el Papa León XIV nos invita a descubrir que la Resurrección
de Cristo no se manifiesta en gestos espectaculares, sino en la sencillez del
amor cotidiano. El Señor resucitado camina junto a nosotros en el silencio de
lo ordinario, transformando el dolor en esperanza y la vida diaria en lugar de
encuentro con Dios.
En su reciente
catequesis, el Papa León XIV invitó a los fieles a contemplar un aspecto
profundamente conmovedor del misterio pascual: la humildad de la Resurrección
de Cristo. Lejos de los gestos espectaculares o de las manifestaciones de
poder, el Señor resucitado se presenta ante sus discípulos con la sencillez del
amor cotidiano.
“El Señor
resucitado no hace nada espectacular para imponerse a la fe de sus discípulos.
No aparece rodeado de huestes de ángeles, no hace gestos sensacionales, no
pronuncia discursos solemnes para revelar los secretos del universo. Al
contrario, se acerca discretamente, como un viandante cualquiera, como un
hombre hambriento que pide compartir un poco de pan.”
El poder de lo ordinario
Los evangelios
muestran a un Cristo que se deja reconocer en los gestos más comunes: María
Magdalena lo confunde con un jardinero; los discípulos de Emaús lo toman por un
forastero; los pescadores lo ven como un simple transeúnte. En cada escena, el
Resucitado elige la normalidad como lenguaje de cercanía.
El Papa León
XIV subraya que esta discreción no es un detalle menor, sino una clave de la fe
cristiana. “La Resurrección no es un giro teatral”, afirma, “sino una
transformación silenciosa que llena de sentido cada gesto humano”. Incluso
cuando Jesús come un trozo de pescado ante los suyos, nos recuerda que nuestro
cuerpo, nuestra historia y nuestras relaciones están llamados a la plenitud, no
a ser descartados.
La gracia escondida en lo cotidiano
El Pontífice
invita a descubrir que, en la Pascua de Cristo, todo puede convertirse en
gracia: trabajar, cuidar del hogar, esperar, servir, acompañar. Nada de lo que
forma parte de nuestra vida escapa a la mirada amorosa de Dios.
“La
Resurrección no resta vida al tiempo y al esfuerzo, sino que cambia su sentido
y su "sabor". Cada gesto realizado en gratitud y comunión anticipa el
Reino de Dios.”
Sin embargo,
León XIV advierte de un obstáculo frecuente: la creencia de que la alegría
cristiana debe ser una alegría sin heridas. Como los discípulos de Emaús, a
menudo caminamos tristes porque esperamos un Mesías sin cruz. Pero el Papa nos
recuerda que el dolor no niega la promesa, sino que revela la medida del amor
de Dios.
Un fuego que arde bajo las cenizas
Cuando los
discípulos reconocen al Señor al partir el pan, descubren que su corazón ya
ardía sin saberlo. Esa es, para el Papa, “la gran sorpresa de la fe”: encontrar
en medio del desencanto un rescoldo vivo, esperando ser reavivado por la
esperanza.
La
resurrección de Cristo, explica, proclama que ninguna caída es definitiva,
ninguna herida está condenada a permanecer abierta para siempre. Incluso en la
distancia o el desánimo, el amor de Dios sigue siendo una fuerza invencible que
busca al ser humano allí donde esté.
“Ninguna caída
es definitiva, ninguna noche es eterna, ninguna herida está destinada a
permanecer abierta para siempre. Por distantes, perdidos o indignos que nos
sintamos, no hay distancia que pueda apagar la fuerza infalible del amor de
Dios.”
El Señor que camina con nosotros
“Jesús
resucitado no se impone con clamores”, recuerda León XIV. “Se acerca a nuestros
caminos —los del trabajo, el sufrimiento o la soledad— y con infinita
delicadeza calienta nuestro corazón.” Así, la fe se convierte en una
experiencia de acompañamiento: Dios no elimina nuestras pruebas, sino que las
habita con su presencia.
“El Resucitado
se acerca en los lugares más oscuros: en nuestros fracasos, en las relaciones
desgastadas, en los trabajos cotidianos que pesan sobre nuestros hombros, en
las dudas que nos desaniman. Nada de lo que somos, ningún fragmento de nuestra
existencia le es ajeno.”
El Papa
concluye su catequesis con una invitación a la confianza: a reconocer la
presencia humilde del Resucitado, a aceptar la vida con sus heridas, y a dejar
que cada dolor se transforme en lugar de comunión. Solo así —dice— podremos
volver a nuestras casas “con un corazón que arde de alegría”: una alegría
sencilla, serena, que no borra las cicatrices, sino que las ilumina con la
certeza de que Cristo está vivo y camina con nosotros.
“El Resucitado
sólo desea manifestar su presencia, hacerse nuestro compañero de camino y
encender en nosotros la certeza de que su vida es más fuerte que cualquier
muerte. Pidamos, pues, la gracia de reconocer su presencia humilde y discreta,
de no esperar una vida sin pruebas, de descubrir que todo dolor, si es habitado
por el amor, puede convertirse en lugar de comunión.”
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