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    jueves, 10 de junio de 2010

    Raíces de la Libertad

    Desde el niño que es totalmente dependiente de los demás, hasta el adulto en plenitud que se basta a sí mismo, hay un largo camino que recorrer aprendiendo a ser libre.  ¡Soy libre!  
    Entraron a su departamentito llenos de alegría. Los niños traían en sus manos el pedazo de pastel que no se alcanzaron a comer y que se habían llevado a casa. Mientras su esposa realizaba la titánica labor de acostarlos, David se sentó ante la mesita del comedor y poniendo la barbilla entre sus manos se puso a pensar. Venían de una fiesta, su fiesta; le habían celebrado su primer cumpleaños de vida. ¡Un año desde que había vuelto a nacer! Su primer año desde que había decidido dejar de beber sólo por un día, al que se unió otro y otro más. Comenzó a recordar su antiguo infierno y las lágrimas acudieron a sus ojos. ¡Cuánto camino por delante, camino de felicidad con la ayuda de su Poder Superior, de su amado Padre Dios! Su esposa se acercó a él y, sin pronunciar palabra, puso sus manos cariñosamente sobre sus hombros. Él la miró y, con una gran sonrisa que iluminó su rostro humedecido por las lágrimas, pronunció dos palabras que significan mucho: “¡Soy libre!”.
    La dinámica de la libertad
    El entendimiento me dice lo que conviene hacer o lo que no conviene. Cuando mi voluntad realiza aquello que el entendimiento le pide, entonces soy libre. Cuando actúo en contra de lo que pienso, seducido por una promesa de felicidad, placer o bienestar, entonces he perdido mi libertad. Comienzo a depender. Las decisiones ya no son mías.
    La libertad es la autodeterminación ante el bien o el mal, y es uno de los fundamentos de la dignidad humana. El recto ejercicio de la libertad está sujeto a la conciencia y a la recta formación de ella.

    El camino hacia la libertad
    Desde el niño que es totalmente dependiente de los demás, hasta el adulto en plenitud que se basta a sí mismo, hay un largo camino que recorrer en el que se va aprendiendo a ser libre.
    La educación en el hogar debería ser, primordialmente, un acompañamiento para saber usar la libertad. Un niño necesita principios morales y normas, pero, de acuerdo a su edad, debe comprender y estar de acuerdo con el por qué de la restricción. Si él acepta la norma, se está salvando su libertad. Si solamente se somete por temor a la represalia, entonces está a la par de un animalito amaestrado por miedo al látigo o por deseo de un premio.
    El buen uso de la libertad es un valor que se apoya, desde luego, en el equilibrado amor a uno mismo y en el amor generoso a los demás.

    La pérdida de la libertad
    No sólo se pierde la libertad por la privación física de ella en la enfermedad que imposibilita o en la cárcel; se pierde cuando cualquier circunstancia vicia nuestra capacidad de optar por lo bueno.
    La ignorancia, la pobreza extrema, la desnutrición, la marginación racial o religiosa, el desconocimiento del idioma, la estancia ilegal en un país extraño, la ancianidad desvalida, el desempleo, la dependencia económica y otras circunstancias sociales ajenas a nuestra decisión, disminuyen nuestra libertad. Por eso son admirables quienes vencen todas esas trabas y conquistan el ser libres.

    Del anhelo de libertad al libertinaje
    Los niños y los jóvenes están sometidos a las normas del hogar; cuando éstas son opresivas y no son comprendidas y aceptadas, cuando no son dialogadas, entonces se crece con un anhelo de libertad y, tan pronto como se puede, se cortan las amarras de la casa paterna.
    Desgraciadamente, sobre todo para la mujer en nuestra cultura, este vuelo hacia la libertad es a través de un matrimonio “salvavidas”, lo primero que encuentran. Por ello, muchas mujeres no se casan por amor, sino por escapar del hogar, y las consecuencias son trágicas.
    Un joven independizado del hogar debe cuidar de no caer en el libertinaje, es decir, en el abuso de la libertad recién estrenada. No se es libre para escoger entre el bien y el mal, se es libre para escoger entre algo que es bueno y algo que puede ser mejor.
    El libertinaje es la decisión de hacer lo que contradice los principios morales que no dependen de las costumbres ni de las circunstancias, sino que son válidos por sí mismos.
    Jamás seré libre para robar, para matar, para engañar, para mentir, para renunciar a mi dignidad de persona.
    Resulta, pues, que los que presumen de liberales por haber transgredido las normas morales, en realidad han caído en la esclavitud.
    Los católicos llamamos a esa esclavitud, pecado.
    Dios respeta nuestra libertad
    Aunque del abuso de la libertad provienen todos los males morales de la sociedad, Dios quiere respetar la libertad del hombre a pesar de nuestro continuo reproche: “Si Dios existiera no habría tanto dolor en el mundo”.
    Él ama nuestra libertad y nos da los medios para liberarnos de nuestras cadenas. ¡Con la ayuda de Dios! Todo lo puedo con Aquel que me da la fuerza.
    Convivencia / P. Sergio G. Román

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