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    jueves, 10 de junio de 2010

    La Generación "ni, ni"


    Fe y Vida | Juan Manuel Perez
     

    La Generación "ni", "ni"

    Últimamente ha aparecido en la prensa escrita y en algún tratado de sociología una nueva categoría social, se trata de una generación de jóvenes que ni trabajan ni estudian.

    Últimamente ha aparecido en la prensa escrita y en algún tratado de sociología una nueva categoría social, que denominan “generación ni, ni”. Está integrada por los jóvenes que ni estudian, ni trabajan. No sueñan con el futuro, sino que viven el día a día sin otra preocupación que la de aprovechar todas las oportunidades de disfrutar de la vida.

    Yo creo que se trata de un análisis demasiado parcial y pretencioso, porque no es justo incluir, no digamos, a la totalidad de los jóvenes, pero ni siquiera una mayoría de ellos, bajo la acusación de que ni estudian ni trabajan. Soñar y preparar el futuro es y será siempre una característica esencial de la juventud.

    Por otra parte, es injusto acusar a la juventud de indiferencia sin tener en cuenta el sombrío futuro que ofrece a los jóvenes el nefasto sistema económico. El menú de ocupaciones y de oportunidades es demasiado restringido y parcial, pues prioriza la producción y el consumo, donde el triunfo de unos pocos exige el fracaso de la mayoría. No aparece la oferta clara de una vida auténticamente humana desligada del tener o de ocupar un cargo importante. Muchos jóvenes consideran que el estudio y el esfuerzo es una preparación para el fracaso, pues, terminados los estudios y la preparación, no hay un lugar para ellos.

    Pero el tema de mi comentario no es analizar las características de la “generación ni, ni”. Si lo menciono es porque considero que puede ayudarnos a comprender lo que significa una “generación ni, ni” de católicos.

    La “generación ni, ni” de católicos
    Espero que no sorprenda a nadie si afirmo que también hay una “generación ni, ni” en la vivencia de la fe. Y no es una moda pasajera de última hora, uno de esos movimientos que van apareciendo y desapareciendo periódicamente, sino una vieja actitud que se ha convertido en costumbre. Y no se reduce tampoco a los jóvenes, sino que incluye a un gran número de fieles.
    La denuncia de una comunidad ni, ni aparece ya en los primeros tiempos del cristianismo. La carta a la iglesia de Laodicea acusa a la comunidad de ser ni fría, ni caliente, sino tibia (Ap 3, 15). Tibia en relación con el fervor en la vivencia cristiana. Se trata de un sí, pero no del todo, a la vida cristiana; se acepta la fe, pero se dejan las puertas abiertas a otras posibles opciones.

    Esta manera de vivir a medias la vida cristiana es mucho más general de lo que se piensa. Aceptamos y creemos, pero sin asumir el compromiso y la renuncia que exige el evanhgelio y así nuestra vida diaria transcurre al margen de lo que decimos. Ni nos integramos de lleno en la Iglesia, ni la abandonamos; ni estamos dentro, ni fuera; ni convencidos, ni decepcionados de ser católicos; ni sí, ni no, ni fríos, ni calientes; todo a medias, sin compromiso.

    Una muestra de este estar a medias la vemos en la actitud del grupo, más o menos numeroso, que en las misas del domingo se quedan atrás de pie, junto a la puerta, arrimados a la entrada. Ni entran, ni quedan fuera. Es una actitud de sí, pero no del todo: ni fríos como los que nunca van a misa, ni fervorosos como los fieles que siguen la celebración eucarística.

    Los sacramentos, un encuentro con Cristo. Sabemos que la fuente de la gracia son los sacramentos, que a través de signos visibles nos ponen en contacto directo con Jesús, el Salvador y el único mediador entre Dios y los hombres, pues sólo unidos a él entramos en comunión con Dios. Pero la recepción de un sacramento exige un compromiso, una decisión clara de abandonar actitudes ante la vida y comportamientos que se oponen a la fe. Quizás por eso – para evitar el compromiso - muchos fieles manifiestan su fe y confianza en Dios, no a través de los sacramentos, sino por medio de otros signos que no comprometen ni exigen conversión o cambio de vida: encender una vela, colgar una imagen sagrada en la sala de la casa, hacer una promesa, asistir a una procesión…

    Mencionamos sólo algunos casos de tibieza en la vivencia de la fe, aunque se podrían mencionar muchos más.

    1.- El bautismo es el sacramento más solicitado y no hay duda que se pide por motivos religiosos, pero hay también otras motivaciones de carácter social camufladas, porque en nuestro ambiente no estar bautizado, “estar moro” como se dice, es una situación rara, algo fuera de lo anormal; además la carencia del acta de bautismo crea problemas a la hora de conseguir documentos, de modo especial el visado para los “Países”.
    El bautismo es la puerta por la que entramos a formar parte de la comunidad de los creyentes. Es el comienzo. Muchos ya se creen católicos por el hecho de estar bautizados y se quedan en el bautismo, como quien dice en la puerta, y no ven la necesidad de los otros sacramentos. Algunos de los que se bautizan reciben la primera comunión, que para bastantes de ellos es, al mismo tiempo, la primera y la última, porque no vuelven más.

    2.- La misa es una celebración, pero, por lo que se ve en el desarrollo del rito, no se celebra nada; simplemente se asiste sin participar. Lo expresamos muy bien en nuestra manera de hablar: el cura (el sacerdote) “dice” la misa y los fieles la “oyen”.

    3.- Sacramento de la penitencia. Esta actitud de tomar las cosas a medias, sin comprometerse a fondo, se manifiesta incluso en la idea que nos hemos forjado del pecado, que nos permite vivir tranquilos con él acuestas. Pecamos, sí, somos conscientes de ello, pero no pecamos de forma definitiva, pues siempre mantenemos la esperanza de que un día vamos a confesar nuestros pecados –no sabemos cuando - y Dios, que es misericordioso, nos perdonará. Y seguimos adelante.

    4.- La Iglesia, tratando de indicar que son actos muy importantes para mantener la vida cristiana, manda oír misa los domingos y días festivos, confesar una vez al año, comulgar por Pascua. Pero nos hemos quedado con la idea de es una obligación; hay que practicarlos porque está mandado; no por ser una necesidad vital para el creyente. Se asiste a misa o se va a otras celebraciones simplemente para cumplir. Y ya.

    Esta actitud de sí, pero no del todo, se manifiesta prácticamente en todos los aspectos de la vivencia cristiana.

    A modo de conclusión. Según la carta a la iglesia de Laodicea, a Dios le repugna (literalmente le causa náuseas) la tibieza. El agua tibia se usaba (y aún se usa) como vomitivo. El texto se apoya en este uso del agua tibia y afirma: ¡Ojalá fueras frío, ya que no eres caliente! Pero como eres tibio voy a vomitarte de mi boca (Ap 3, 16).

    Yo no voy a hacer aplicaciones ni a dar consejos. Es responsabilidad de cada uno confrontar si su aceptación de la fe es auténtica o somos católicos a nuestro modo.

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