
Vimos que de ella se conoce poco y que la confunden con otras mujeres conocidas como pecadoras, especialmente aquella mujer que lavó los pies de Jesús con sus lágrimas (Lc 7,36-50), recordemos que no se trata de la misma persona. También vimos que es de Magdala (de ahí el Magdalena), una ciudad pesquera ubicada en las orillas del lago de Galilea.
María Magdalena, igual que otros discípulos, sostiene el movimiento de Jesús, después de la crucifixión. Ella es fiel al encargo que recibe en la Resurrección. Sin embargo, por su condición de mujer fue marginada por el grupo de seguidores. Es posible que también se dieran rivalidades y celos debido al privilegio recibido por ella, privilegio ganado gracias a su fidelidad.
Los evangelios de Marcos y Lucas narran que María Magdalena fue sanada por Jesús. Jesús le había sacado siete demonios. Lea Mc 16,9 y Lc 8,2. El número siete es muy simbólico en la cultura judía; significa plenitud. Se podría suponer que María Magdalena estaba sin autoestima, sin dignidad, vivía humillada y vacía. Todo lo contrario a la plenitud. Así viven millones de mujeres hoy día. Piense en tantos “demonios” que les impiden a las mujeres de hoy día ser felices, vivir en dignidad, reconocerse como personas. La opresión, la falta de libertad, el abuso de poder, la marginación, la falta de educación, el machismo, etc. Y tantos otros.
El encuentro con Jesús le devolvió a María Magdalena la plenitud. Devolver la plenitud significa que ella se fue empoderando de sí misma. Recuperó la dignidad, la autoestima; Jesús la lleva a reconocerse como persona, como mujer con dignidad, como una hija de Dios, como una igual.
El coraje y la valentía de María Magdalena y las mujeres que la acompañaron al sepulcro de Jesús crucificado se reconocen porque ellas arriesgaron sus vidas. Ser amiga o familiar de un crucificado en la época del imperio romano era un riesgo de vida, por eso los discípulos se escondieron y por eso tenían tanto miedo. Los subversivos y los esclavos eran crucificados. Sus cuerpos crucificados los dejaban en exhibición como escarmiento para los demás; sus cuerpos no eran sepultados para que fueran devorados por los animales; eran vigilados para evitar el entierro. Para sepultar a Jesús hubo la necesidad de buscar a José de Arimatea como intermediario.
María Magdalena conocía que si iba al sepulcro podía ser inclusive correr la misma suerte. Asumieron el riesgo para dar sepultura digna al amigo, compañero de camino y líder. ¿Tenían miedo? Es posible que sí, pero el miedo no las paralizó. Fueron al lugar del peligro, decididas, valientes, empoderadas de su discípulado. Y gracias a su valentía hoy se les reconoce como las discípulas de la Resurrección, pilares de la iglesia. En honor a ellas las mujeres tenemos que continuar la lucha por nuestra plenitud, por el reconocimiento de nuestros derechos, por nuestra dignidad, por un mundo donde reine la justicia y la equidad. Las mujeres cristianas tenemos que luchar por una iglesia más participativa y coherente con la propuesta inicial de Jesús, tenemos que construir la comunidad de fe que Jesús soñó.
María Magdalena fue una verdadera apóstol.E lla fue testigo de la muerte y la resurrección de Jesús. Ella continuó impulsando el movimiento de Jesús que dio origen a nuestra iglesia hoy. Para el próximo tema continuaremos conociendo aspectos de la figura de María Magdalena. Vamos a compartir algunos textos de los evangelios apocrifitos donde también se da testimonio de ella.
Rita Ceballos / María Magdalena, amiga, compañera y discípula de Jesús. Testigo privilegiada de la Resurrección (2 de 4)
Nota: Si usted desea conocer un personaje bíblico en especial, puede solicitarlo a la revista o escriba al correo electrónico: ritaceballos@gmail.com
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