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    viernes, 11 de julio de 2025

    Reflexión para el XV Domingo del Tiempo Ordinario (Deuteronomio 30, 10-14; Colosenses 1, 15-20; Lucas 10, 25-37)


    Reflexiones | P. Ciprián Hilario, MSC

     


    Reflexión para el XV Domingo del Tiempo Ordinario (Deuteronomio 30, 10-14; Colosenses 1, 15-20; Lucas 10, 25-37)

     

    Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

     

    Hoy, la Palabra de Dios nos invita a reflexionar profundamente sobre el mandamiento del amor, especialmente a través de la parábola del Buen Samaritano, que escuchamos en el Evangelio según San Lucas. La pregunta que un doctor de la ley le hace a Jesús —“¿Quién es mi prójimo?”— no es solo una cuestión teórica, sino una que toca el corazón de nuestra vida cristiana y nos desafía a vivir el amor de manera concreta y transformadora.

     

    1. El contexto de la pregunta

    El Evangelio nos presenta a un experto en la Ley que busca poner a prueba a Jesús. Pregunta: “¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?”. Jesús, en su sabiduría, lo remite a la Escritura: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo” (Dt 6, 5; Lv 19, 18). Pero el doctor, queriendo justificarse, insiste: “¿Y quién es mi prójimo?”. Esta pregunta revela una tentación común: limitar el amor, establecer fronteras, decidir a quién consideramos “digno” de nuestro cuidado.

     

    Jesús responde no con una definición, sino con una historia: la parábola del Buen Samaritano. En ella, nos muestra que el amor al prójimo no se define por cercanía, raza, religión o conveniencia, sino por la compasión y la acción.

     

    2. La parábola: un modelo de amor

    En la parábola, un hombre es asaltado, herido y dejado medio muerto en el camino. Pasan un sacerdote y un levita, ambas figuras respetadas, pero no se detienen. Quizás temían contaminarse ritualmente, o tenían prisa, o simplemente no querían involucrarse. Pero un samaritano, alguien despreciado por los judíos de la época, se detiene, se conmueve, cura las heridas del hombre, lo lleva a un lugar seguro y paga por su cuidado.

     

    El samaritano no pregunta quién es la víctima, no calcula el costo ni espera reconocimiento. Su amor es gratuito, práctico y generoso. Jesús, al final, no responde directamente “quién es mi prójimo”, sino que pregunta: “¿Quién se portó como prójimo?”. La respuesta es clara: el que tuvo misericordia. Y Jesús nos exhorta: “Vete y haz tú lo mismo”.

     

    3. ¿Qué significa amar al prójimo?

    Amar al prójimo, según esta parábola, implica varias actitudes fundamentales:

     

    Ver con el corazón: El samaritano “vio” al hombre herido y “se compitió de él”. Amar comienza con abrir los ojos y el corazón a las necesidades de los demás, no ignorar el sufrimiento ni pasar de largo. En un mundo lleno de distracciones, esto requiere detenernos y estar atentos.

     

    Actuar con misericordia: El amor no es solo un sentimiento; es acción. El samaritano no solo sintió lástima, sino que curó, cargó, llevó y pagó por el herido. Amar al prójimo significa hacer algo concreto por los demás, incluso cuando es incómodo o costoso.

     

    Romper barreras: El samaritano era un “extranjero”, alguien que, según las normas de la época, no tenía ninguna obligación hacia un judío. Sin embargo, su amor trasciende prejuicios, odios históricos y diferencias culturales. Amar al prójimo significa ver a cada persona como hermano o hermana, sin importar su origen, creencias o condición.

     

     

    Compromiso continuo: El samaritano no solo ayudó en el momento, sino que aseguró el cuidado futuro del hombre, prometiendo regresar. Amar al prójimo no es un acto aislado, sino un compromiso sostenido con el bienestar de los demás.

     

    4. El amor al prójimo en nuestra vida

    La primera lectura, del Deuteronomio, nos recuerda que el mandamiento de Dios no es algo lejano o imposible: está en nuestro corazón y en nuestras manos. Amar a Dios y al prójimo es accesible, pero requiere decisión y acción. La segunda lectura, de Colosenses, nos muestra que Cristo es el modelo supremo de este amor. Él, que reconcilió todas las cosas por su sangre, nos llama a ser instrumentos de su paz y misericordia.

     

    Hoy, en nuestro mundo, ¿quién es el “hombre herido” en nuestro camino? Puede ser un familiar que necesita nuestra paciencia, un vecino que enfrenta dificultades, un migrante o refugiado marginado, o incluso alguien con quien hemos tenido diferencias. La pregunta no es solo “¿quién es mi prójimo?”, sino “¿cómo puedo ser prójimo para los demás?”.

     

    5. Conclusión y desafío

    Hermanos y hermanas, la parábola del Buen Samaritano no es solo una historia bonita; es una llamada urgente a vivir el Evangelio con obras. Amar al prójimo significa ser como Cristo, que se detuvo por nosotros, curó nuestras heridas y nos llevó a la salvación. Que, en esta Eucaristía, donde recibimos el amor de Dios, renovemos nuestro compromiso de ser “prójimos” para todos, sin excepciones.

     

    Pidamos a María, Madre de la Misericordia, que nos ayude a tener un corazón compasivo y manos generosas. Y que, como el samaritano, podamos escuchar la voz de Jesús que nos dice: “Vete y haz tú lo mismo”. Amén.









     

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