Reflexiones
| P. Ciprián Hilario, MSC
Reflexión para el XV Domingo del Tiempo Ordinario (Deuteronomio
30, 10-14; Colosenses 1, 15-20; Lucas 10, 25-37)
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo:
Hoy,
la Palabra de Dios nos invita a reflexionar profundamente sobre el mandamiento
del amor, especialmente a través de la parábola del Buen Samaritano, que
escuchamos en el Evangelio según San Lucas. La pregunta que un doctor de
la ley le hace a Jesús —“¿Quién es mi prójimo?”— no es solo una cuestión
teórica, sino una que toca el corazón de nuestra vida cristiana y nos desafía a
vivir el amor de manera concreta y transformadora.
1.
El contexto de la pregunta
El
Evangelio nos presenta a un experto en la Ley que busca poner a prueba a Jesús.
Pregunta: “¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?”. Jesús, en su
sabiduría, lo remite a la Escritura: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu
prójimo como a ti mismo” (Dt 6, 5; Lv 19, 18). Pero el doctor,
queriendo justificarse, insiste: “¿Y quién es mi prójimo?”. Esta pregunta
revela una tentación común: limitar el amor, establecer fronteras, decidir a
quién consideramos “digno” de nuestro cuidado.
Jesús
responde no con una definición, sino con una historia: la parábola del Buen
Samaritano. En ella, nos muestra que el amor al prójimo no se define por
cercanía, raza, religión o conveniencia, sino por la compasión y la acción.
2.
La parábola: un modelo de amor
En
la parábola, un hombre es asaltado, herido y dejado medio muerto en el
camino. Pasan un sacerdote y un levita, ambas figuras respetadas,
pero no se detienen. Quizás temían contaminarse ritualmente, o tenían
prisa, o simplemente no querían involucrarse. Pero un samaritano, alguien
despreciado por los judíos de la época, se detiene, se conmueve, cura las
heridas del hombre, lo lleva a un lugar seguro y paga por su cuidado.
El
samaritano no pregunta quién es la víctima, no calcula el costo ni
espera reconocimiento. Su amor es gratuito, práctico y generoso. Jesús,
al final, no responde directamente “quién es mi prójimo”, sino que
pregunta: “¿Quién se portó como prójimo?”. La respuesta es clara: el
que tuvo misericordia. Y Jesús nos exhorta: “Vete y haz tú lo mismo”.
3.
¿Qué significa amar al prójimo?
Amar
al prójimo, según esta parábola, implica varias actitudes fundamentales:
Ver
con el corazón: El samaritano “vio” al hombre herido y “se compitió de él”.
Amar comienza con abrir los ojos y el corazón a las necesidades de los demás,
no ignorar el sufrimiento ni pasar de largo. En un mundo lleno de
distracciones, esto requiere detenernos y estar atentos.
Actuar
con misericordia: El amor no es solo un sentimiento; es acción. El
samaritano no solo sintió lástima, sino que curó, cargó, llevó y pagó por el
herido. Amar al prójimo significa hacer algo concreto por los demás, incluso
cuando es incómodo o costoso.
Romper
barreras:
El samaritano era un “extranjero”, alguien que, según las normas de la época,
no tenía ninguna obligación hacia un judío. Sin embargo, su amor trasciende
prejuicios, odios históricos y diferencias culturales. Amar al prójimo
significa ver a cada persona como hermano o hermana, sin importar su origen,
creencias o condición.
Compromiso
continuo:
El samaritano no solo ayudó en el momento, sino que aseguró el cuidado futuro
del hombre, prometiendo regresar. Amar al prójimo no es un acto aislado, sino
un compromiso sostenido con el bienestar de los demás.
4.
El amor al prójimo en nuestra vida
La
primera lectura, del Deuteronomio, nos recuerda que el mandamiento de Dios no
es algo lejano o imposible: está en nuestro corazón y en nuestras manos. Amar a
Dios y al prójimo es accesible, pero requiere decisión y acción. La segunda
lectura, de Colosenses, nos muestra que Cristo es el modelo supremo de este
amor. Él, que reconcilió todas las cosas por su sangre, nos llama a ser
instrumentos de su paz y misericordia.
Hoy,
en nuestro mundo, ¿quién es el “hombre herido” en nuestro
camino? Puede ser un familiar que necesita nuestra paciencia, un vecino que
enfrenta dificultades, un migrante o refugiado marginado, o incluso alguien con
quien hemos tenido diferencias. La pregunta no es solo “¿quién es mi prójimo?”,
sino “¿cómo puedo ser prójimo para los demás?”.
5.
Conclusión y desafío
Hermanos
y hermanas, la parábola del Buen Samaritano no es solo una historia bonita; es
una llamada urgente a vivir el Evangelio con obras. Amar al prójimo
significa ser como Cristo, que se detuvo por nosotros, curó nuestras heridas y
nos llevó a la salvación. Que, en esta Eucaristía, donde recibimos el amor
de Dios, renovemos nuestro compromiso de ser “prójimos” para todos, sin
excepciones.
Pidamos a María, Madre de la Misericordia, que nos ayude a tener un corazón compasivo y manos generosas. Y que, como el samaritano, podamos escuchar la voz de Jesús que nos dice: “Vete y haz tú lo mismo”. Amén.
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