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    domingo, 24 de octubre de 2010

    El Envío Misionero

    El Evangelista Lucas tiene y siente una gran pasión por el tema de la misión; de tal manera que es el único que tiene dos relatos del envío: primero de los Doce “Llamó a los Doce y les dio poder y autoridad sobre todos los demonios y para sanar enfermedades. Los envió a proclamar el reino de Dios. Les dijo: no lleven nada para el camino: ni alforja ni bastón, ni pan ni dinero, ni dos túnicas” (Lc 9,1-6) y luego “designó otros 72 y los envió delante de dos en dos, a todas las ciudades y lugares a donde pensaba ir él (Lc 10,1-20).”
    Esa misión y envío de Jesús consiste en anunciar y realizar el proyecto de salvación del Padre en el mundo, anunciado primero por los profetas, cumplido y proclamado por Jesús y extendido a todos los pueblos mediante la evangelización de la Iglesia con el poder del Espíritu Santo.
    Esa pasión por la misión, Jesús se la va transmitiendo poco a poco a sus discípulos a través de muchas actividades, que se inician en la Sinagoga de Nazaret cuando el Señor comenzó su ministerio, leyendo el texto de Isaías 61,1ss., y se extiende hasta el momento de la efusión del Espíritu Santo sobre la comunidad apostólica de Jerusalén “reciban la fuerza del Espíritu Santo, y así serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los últimos confines de la tierra”(Hech 1,8). El primer envío se da antes de su muerte y el segundo después de su resurrección.
    Lo interesante es que ese envío y esa misión son para todos los cristianos. Todos estamos llamados a tomar parte en la evangelización según el don o carisma que hemos recibido, en cuanto que la Iglesia como Sacramento Universal de Salvación es del Señor, cuya finalidad es hacer presente y visible el Reino de Dios.
    Ahora podemos preguntarnos ¿Cómo entendió Jesús esta misión y que fue lo él encargó a sus discípulos? En ambos relatos aparecen algunos elementos interesantes: el camino (Lc 10,1) y en Lc 9,57 dice: “mientras iban caminando” en la subida a Jerusalén, Jesús les invita a la proclamación del Reino (Lc 10,9), y a otro le dice “vete a anunciar el Reino” (Lc 9,60) como tarea principal. Los discípulos son obreros del Evangelio (Lc 10,2) y en Lc 9,62 se habla de “poner la mano en el arado”. En ambos casos se tiene como escenario el territorio de Samaria, la región considerada enemiga y a la vez necesitada.
    Los discípulos son llamados para ser pescadores, obreros, jornaleros, que era el oficio que pertenecía al estrato social más bajo de Israel; no tenían tierras y por eso tenían que ofrecer su trabajo como temporeros a los dueños del latifundio (Mt 20,1-16). No los llamó para que sean escribas, saduceos, esenios o fariseos, es decir, para que fueran de las clases privilegiadas; sino que les pone claro que deben ir a los pobres, a los rechazados y ovejas perdidas de Israel.
    La misión es urgente y todos debemos tomar parte en ella. El relato nos dice “designó el Señor a otros setenta dos” (10,1). Ese número corresponde al número de todos los pueblos paganos y ellos los 72 simbolizan a las naciones del mundo o misión universal. Equivale a la multiplicación de 12 por 6 = 72, que significa muchos discípulos y que no eran los definitivos, ya que el número 6 significa imperfección.
    Esa misión equivale al papel de los laicos en la Iglesia que son muchísimos y que deben hacerse presentes en todas las actividades y en todos los rincones. Pero también los envía “de dos en dos”(10,1b). Aquí hay dos elementos que se deben tomar en cuenta: el aspecto comunitario y el testimonio que se debe dar, la corrección fraterna que se debe tener en cuenta en la misión.

    ¿Cuáles son los elementos que se debe tener en cuenta en la misión?
    El misionero debe saber y ser consciente que él es un obrero de un campo de trabajo que no es el suyo, al cual debe consagrar su vida y dar lo mejor de sí; es igual que un campesino que en cada jornada, cada día se juega la vida y tiene que experimentar situaciones de dificultad, de desaliento y de dureza, pero sin perder la esperanza de que la cosecha será un éxito.
    El segundo elemento que un misionero debe tener en cuenta es que la misión a veces está por encima de nuestra fuerza; que es una gran tarea para hombros tan débiles como los nuestros puedan realizarla; pero conociendo esa fragilidad y esa limitación, entonces buscaremos la fuerza y la ayuda en Aquel que nos conforta que es Cristo Jesús.
    Pero Jesús habla claro cuando llama y cuando envía: “Vayan, pero miren que les envío como corderos en medio de lobos” (Lc 10,3); por eso deben ir preparados incluso para el fracaso. Eso significa que su confianza y su protección debe estar centrada en el Señor; de ahí que les insiste “no lleven maleta, ni alforja, ni sandalias” (Lc 10,4); es para que vayan ligero de equipaje y adquieran la libertad interior y que su único interés sea el que conozcan a Jesús. Con eso le está diciendo no busquen seguridad en las cosas, ni tengan ambiciones personales; incluso les dice “no saluden a nadie en el camino”, que significa que el reino y el evangelio tienen urgencia y por eso no pueden perder tiempo con nadie.
    Lucas nos describe la fiesta que se da al regreso la misión (Lc 10,17-20); regresaron felices y eufóricos y llenos de alegría (Lc 10,17). La alegría debe caracterizar siempre al misionero, pero entendiendo que esa alegría es diferente a la alegría mundana; sino que esta tiene una atmósfera de alabanza y bendición; y esta alegría debe nacer como les dice el Señor por tres razones:
    1.- Por la obra de Dios en la historia humana: la destrucción del mal y el destronamiento del maligno (Lc 10,17); porque la fuerza de la muerte ha sido vencida con el poder de la resurrección.
    2.- Alegrarse por ser instrumento de esta victoria, porque Dios nos ha escogido para que seamos sus mensajeros (Lc10, 19); porque Jesús además, nos ha dado el poder del Espíritu Santo.
    3.- Y también porque “sus nombres están escritos en el cielo” (Lc 10,21); es decir, la alegría no debe venir por lo que se hace sino por haber recibido el don de la salvación, que es la comunión con Dios, que es la alegría de Jesús.
    Que ese mismo Espíritu Santo que nos guía y santifica nos ayude a ser auténticos misioneros según el corazón del Maestro.
    Valores / P. Fausto R. Mejía V.

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