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    miércoles, 3 de agosto de 2011

    Elogio de la duda


    En las calles y esquinas de la vida no resulta infrecuente dar con personas que alardean de tener todas las ideas claras. Sus afirmaciones son rotundas y nada ensombrecidas por la duda. Son partidarios de iniciar sus frases con el "siempre", el "nunca" o el "sin duda alguna".
    Muestran una seguridad psicológica a prueba de cualquier perplejidad. Tan es así que paradójicamente suscitan la duda en el interlocutor. ¿De verdad será el individuo tan sabio como aparenta? Si además de tan abundantes y firmes luces, nuestro protagonista se arriesga a hablar del primer tema que se tercia, entonces hay que ponerse en guardia.
    Luis Pasteur, el ilustre químico y biólogo francés, tenía a bien pronunciar esta frase: "desgraciados los hombres que tienen todas las ideas claras". Por su parte el psicoanalista alemán Erich Fromm estaba convencido de que "el hombre libre es por necesidad inseguro, el hombre que piensa es por necesidad indeciso".
    Nuestra sociedad sufre cambios radicales y continuos. En un tal contexto demuestra cordura el que pregunta serenamente, el que investiga las muchas caras del poliedro que es la realidad. La respuesta precipitada no es recomendable.
    Me parece sensato avanzar día a día cargando con un buen fardo de interrogantes sobre los hombros. Por supuesto, las incertidumbres no deben paralizar al caminante, ni la carga doblegarle la espalda. Pero no debieran apartarse a deshora y con prisas, antes de reflexionar a fondo. El reconocimiento de la propia limitación equivale a un baño de sencillez y honradez intelectual, lo cual resulta siempre recomendable.

    Quien poco duda, mucho ignora
    ¿Por qué hay quien transita por la vida con tan seguro ademán y presume de abundancia de respuestas? Aventuro que, en ocasiones, la contundencia en el decir se origina justamente en la pobreza del propio bagaje cultural. En efecto, cuando alguien se siente empujado a realizar un determinado papel y anda escaso de erudición, compensa el desconocimiento con el tono y la potencia de voz. Viste la ignorancia con la mueca más vigorosa de que dispone.
    También daría mucho juego, a la hora de entender el comportamiento que nos ocupa, la conocida frase: "algunos en vez de vivir según piensan, acaban por pensar según viven". Me explico. La acción debe ser una consecuencia del pensamiento y del raciocinio. Nada bueno augura actuar antes de reflexionar. Sin la luz de la razón -nunca mejor dicho- acaba uno tropezando más temprano que tarde. Y si no piensa porque le arrastran sus instintos, mayor será el topetazo.
    Pues bien, se da el caso de que quien presume de ser guía y referente necesita dar la impresión de hombre sabio y seguro. En cuanto abre la boca se pone a declamar sentencias contundentes y precisas. No puede permitirse el lujo de la duda. Arremete contra todo lo que pudiera opacar el rol que ejerce.
    Si no halla otra salida trata de equilibrar la eventual duda teórica con un gesto más recio y alzando con más énfasis la voz. Es preciso evitar, a cualquier precio, que alguien pudiera dudar de lo que dice nuestro hombre.

    Visceralidad contra raciocinio
    Me remito a los hechos. ¿Quién habla con más contundencia y en tono más solemne: ¿el político o el científico? Sin duda que el primero. Cuando el hecho es que las situaciones políticas son de mayor indefinición y menos susceptibles de ser verificadas. La falta de claridad de que adolecen son compensadas con una buena dosis de visceralidad. En cambio el científico no necesita de estos recursos, que se le antojan menos dignos y apropiados. El peso de su afirmación radica en la explicación que es capaz de ofrecer.
    Sucede, en suma, que los intereses intentan manipular la realidad. Y luego el pensamiento se pone al servicio de esta realidad previamente distorsionada. Por descontado, siempre saca las conclusiones que más le apetecen.
    Quien vive de forma insolidaria acaba elucubrando acerca de la insuperable soledad del ser humano. La culpa no es de su egoísmo. Quien no logra ser fiel a su pareja, presume de virilidad y atractivo. De ahí que le resulte imposible la lealtad cuando se halla de tal modo solicitado. Quien vive aprisionado por la comodidad y arropado por las cuentas corrientes, termina diciendo que, si existen los pobres, es porque no quieren doblar el lomo.
    Todo muy coherente desde la lógica del instinto y los intereses creados.
    Las razones del corazón, Manuel Soler Palá, msscc, adh 748

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