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    domingo, 22 de julio de 2012

    La Iglesia, cuerpo de Cristo


    Fe y Vida | Juan Manuel PÉREZ




    La Iglesia, cuerpo de Cristo


    Con motivo de la ordenación de presbítero del diácono, que trabaja en la parroquia, se han organizado tres catequesis sobre el significado y las funciones de los distintos ministerios de la Iglesia, fundamentados en los dones o carismas que otorga el Espíritu a los fieles. Como punto de referencia de la catequesis se eligió un texto de san Pablo: Tenemos dones diferentes según la gracia que nos ha sido dada para el bien común (cf Rom 12, 3-13).

    En la exposición se explicaron tres puntos importantes que tenemos un tanto descuidados.

    1.- La iglesia es como un cuerpo vivo

    San Pablo compara la iglesia con el cuerpo que, a pesar de tener muchos miembros, es un solo organismo. Todos los miembros pertenecen al mismo cuerpo y todos trabajan para el bien de todo el organismo. Así también en la iglesia, a pesar de ser muchos fieles, forman un solo cuerpo en Cristo.

    Hubo épocas en que se comparaba la iglesia con la sociedad civil. La iglesia sería la sociedad perfecta. Pero esta comparación, que aún se sigue utilizando en algunos ambientes, distorsiona la naturaleza de la iglesia. Cuando se celebra un acto solemne la prensa informa que “asistieron al acto autoridades civiles, militares y religiosas”. Todas en el mismo paquete. Y no es así. Mientras que en la sociedad civil las relaciones de la autoridad con los ciudadanos (y no digamos en la estructura militar) tienen el sentido de superioridad y subordinación, en la iglesia las relaciones entre los fieles y la jerarquía son de complementariedad y de comunión. Como las relaciones entre los distintos miembros de un organismo. La iglesia, más que sociedad, es una comunidad. “Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; hay diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra todo en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común” (1 Cor 12, 4-6) Con otras palabras san Pedro expresa la misma idea: “que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido como buenos administradores de las diversas gracias de Dios” (1Pe 4,10)

    2.- La iglesia es el cuerpo de Cristo

    La imagen de la iglesia como organismo vivo parece que fue un tema muy meditado por san Pablo, pues lo reproduce en distintas partes. Al final de su vida, en la cárcel de Roma, san Pablo da un paso más y afirma que la iglesia es el cuerpo de Cristo, siendo Cristo la cabeza (Ef 1,22; Col 1,18) Dios no pasa por encima de la historia. Para salvar a la humanidad no lo hizo desde su poder absoluto, sino que se haciéndose hombre en el seno de la virgen María y redime a la humanidad por medio de Jesús de Nazaret. Ahora Cristo glorioso, sentado a la derecha del Padre, se incorpora en la iglesia. Es decir, Cristo toma cuerpo, se manifiesta y actúa a través de los miembros de su cuerpo, que es la iglesia.

    3.- Cristo actúa a través de su cuerpo

    Es una consecuencia. El diácono en la misa de consagración eligió el siguiente canto de entrada: “Quiere ser tu iglesia / una luz en la oscuridad, / un arroyo de agua viva, / un cantar a la esperanza, / quiere ser tus manos, / quiere ser tu voz, / quiere ser tu imagen”. Es la misma idea de otro canto más conocido: Cristo te necesita para amar. Esto equivale a decir que Jesús ya no actúa personalmente en la salvación de la humanidad, sino que lo hace a través de los miembros de la iglesia, cada uno ejerciendo una función específica según la gracia que ha recibido. Dentro de la iglesia, entre los bautizados, Cristo actúa a través de los sacramentos, gestos realizados por los diferentes ministros, que manifiestan y hacen posible el encuentro real con Jesús en los distintos momentos de la vida humana. Y fuera de la iglesia Cristo se da a conocer por el testimonio y el comportamiento de los fieles.

    Una advertencia. Toda esta exposición es muy hermosa, pero no se ajusta a la vida real de la iglesia. No podemos olvidar la crítica actual contra el comportamiento y actitudes de muchos altos funcionarios de la iglesia, que la prensa internacional se encarga de divulgar. La exposición que hemos presentado no es una crónica de la vida y actuación de la iglesia, sino la formulación de los principios que explican su naturaleza. Hemos expuesto lo que debería ser, no lo que es. No podemos olvidar que todo lo que se refiere a los valores que dan sentido a la vida humana -pensemos en la democracia, en la libertad, en la justicia, etc.- y de una manera concreta todo lo relacionado con el ideal de la vida cristiana es una utopía, porque no se da como debería ser; se trata de un ideal que aún no se ha logrado, pues siempre queda más allá, pero es un ideal que atrae y se busca con la esperanza de alcanzarlo un día.

    La Iglesia es objeto de nuestra fe

    “Creo en la Iglesia” es uno de los artículos del credo (símbolo de los Apóstoles). El objeto de la fe en la iglesia no es la estructura visible: Estado Vaticano, conferencias episcopales, parroquias; división territorial, jurisdicciones, etc. Esa estructura no es objeto de fe porque es algo que se ve y se puede estudiar como la de cualquier otra asociación o agrupación humana. La fe en la iglesia se refiere a la presencia del Espíritu que distribuye sus dones para el bien de todo el organismo y la iglesia como cuerpo de Cristo quien actúa a través de sus miembros. La fe en la iglesia se concretiza en el siguiente artículo del credo: “creo en la comunión de los santos”.

    Somos iglesia

    El concilio definió a la iglesia como pueblo de Dios y, “aunque algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos para los demás como doctores, dispensadores de los misterios y pastores, se da una verdadera igualdad entre todos en lo referente a la dignidad y a la acción común de todos los fieles (...) Los pastores y los demás fieles están vinculados entre sí por necesidad recíproca” (LG 32).

    Pero el concepto de iglesia como pueblo de Dios aún no ha sido asumido de forma generalizada en los distintos ambientes eclesiales ni se ha adoptado como norma en las relaciones entre los fieles y la jerarquía. A los laicos se les sigue llamando y tratando como los “simples fieles”.

    Los cursillistas de cristiandad en sus ultreyas semanales proclaman a voz en grito “la iglesia soy yo”. Mejor dirían somos iglesia, aunque, al hacer todos la misma afirmación, viene a ser una confesión colectiva. ¿Cuántos bautizados (y también cuantos miembros de otros movimientos o agrupaciones dentro de la iglesia) podrán afirmar que la iglesia soy yo? La mayoría de los fieles, por desgracia, no tienen conciencia de esta realidad.

    Es evidente la necesidad de que todos, laicos y ministros ordenados, tomemos conciencia clara de que formamos el cuerpo de Cristo, con funciones diferentes, complementarias, pero no exclusivas. Los pastores deben tener claro que los laicos son parte esencial del pueblo de Dios y, por cierto la parte más numerosa, animándoles a vivir como miembros activos en la vida y acción de la iglesia. Y los fieles laicos deben llegar a vivir con alegría y entusiasmo la corresponsabilidad en la vida de la iglesia.


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