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    miércoles, 18 de julio de 2012

    Una fe adulta y consciente

    Evangelización|Jesús ESPEJA. “Una fe adulta y consciente”  
    Si nadie da lo que no tiene, difícilmente podemos dar vida a los demás con amor si antes no avivamos en nosotros la presencia de Dios revelado en Jesucristo que nos sostiene y alienta continuamente. Según las Orientaciones para el próximo sínodo sobre “la nueva evangelización” si queremos transmitir la fe cristiana, es necesario que los bautizados y las comunidades vivan una fe “adulta y consciente”. La Iglesia es visible, tiene una organización jurídica y unas estructuras que necesita para su funcionamiento; la salvación o plena realización humana toma cuerpo en el dinamismo social donde nos relacionamos los unos con los otros. Esa organización visible pertenece al constitutivo de la Iglesia. Pero ha ocurrido durante mucho tiempo y fácilmente ocurre que damos excesivo relieve a la organización jurídica con todas sus estructuras, olvidando la comunión de vida o encuentro personal y comunitario con Jesucristo. El Vaticano II hace ya cincuenta años insistió: “a esta sociedad de la Iglesia pertenecen plenamente quienes, poseyendo el espíritu de Cristo…”. Una Iglesia que pretenda ser evangelizadora, debe ser primero evangelizada, ser una comunidad de vida. Es verdad que las últimas décadas, tiempo de postconcilio, han surgido en el seno de la Iglesia grupos y movimientos que han insistido en la necesidad de vivir la fe personalizada y en comunidad. Hay que dar gracias por estos nuevos brotes,evitanto siempre toda mentalidad sectaria y el peligro de fundamentalismo. Pero ahora me refiero a la necesidad urgente para toda la comunidad cristiana: las personas que la integran y el funcionamiento de las comunidades deben tener como prioridad vivir el encuentro personal y comunitario con Jesucristo, rostro humano de Dios y camino para llevar a cabo la vocación humana. Esta exigencia requiere pasar en las parroquias de una pastoral de mantenimiento quedándonos sólo con ritos, a una pastoral de acompañamiento. No caer en un sacramentalismo vacío sino dar prioridad a la Palabra y formación catequética, para que los sacramentos sean de verdad profesiones públicas de la fe. Con esto no estamos diciendo nada nuevo según la doctrina católica más tradicional. Más bien por ahí nos están orientando esos grupos y movimientos que vienen surgiendo en el interior de la Iglesia y apuntan a la necesidad de una mayor personalización de la fe. Pienso que ahí podemos discernir una llamada del Espíritu, para que no sólo algunos grupos aislados, sino toda la comunidad cristiana vaya madurando en esa dirección. Cada parroquia con su estructura jurídica debería ser ante todo espacio para que todos sus feligreses, tal vez en pequeños grupos, fueran avanzando en esa fe “adulta y consciente”. De no ir por ahí habrá grupos aislados dentro de la Iglesia que crean para ellos un cálido microclima, mientras las actividades oficiales de la parroquia se reducen a mantener las prácticas religiosas y la mayoría de la comunidad se queda sólo en unos cumplimientos. Según el evangelio, los cristianos somos luz de la tierra; necesitamos salir del anonimato y confesar públicamente nuestra esperanza. Pero somos luz siendo sal que se mezcla con los alimentos y lea da sabor. Si pretendemos ser luz sin ser sal, las manifestaciones externas, por grandilocuentes que sea, de poco sirven para la evangelización. Debemos ser sal; y eso no es posible si cada cristiano personalmente y en lo cotidiano de su propia existencia no vive y respira el encuentro personal con Jesucristo que llamamos fe. Si crecemos en ese encuentro, nuestra condición de discípulos nos hace también evangelizadores. Evangelización|Jesús ESPEJA, dominico

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