Las
razones del corazón | Manuel Soler
Palá, msscc
El ladrón y la ocasión
Es un
hecho. Ustedes pasen las páginas de la historia hacia atrás y observarán que el
deseo general de numerosas sociedades, al menos el deseo explícito, apuntaba a
la honradez. Cristalizaba en la tópica expresión: "pobres, pero
honrados". Pues bien, en distinta etapa, muchos hombres y mujeres de la
misma sociedad encuentran en la pobreza el título de mayor oprobio.
La estadística
no suele ser tan caprichosa ni arbitraria. Algún elemento poderoso precipita la
apetencia de la virtud o del vicio. Este elemento es el caldo de cultivo que el
individuo encuentra en su entorno. Como en un medio séptico proliferan las
bacterias infectadas, de igual modo en un medio corrupto se estimulan las
opciones para el vicio.
Una preocupante espiral
El caldo
de cultivo de la corrupción lo genera —y es un botón de muestra— el mal ejemplo
repetido, constante y escandaloso. Cuando el ciudadano de a pie va adquiriendo
la convicción de que los de arriba y los de al lado se aprovechan cuanto pueden
de las oportunidades que el azar o su cargo les brinda, mal anda la cosa. Sin
pecar de malevolencia cabrá vaticinar que las más íntimas convicciones de este
ciudadano empezarán a tambalear.
Se
preguntará por qué tiene que ser él el único inocente entre tanto delincuente,
pícaro y aprovechado. Objetará que no puede desenvolverse en inferioridad de
condiciones. El estímulo está dado. Sólo falta la ocasión que es la que, como
bien reza el dicho, hace al ladrón. O, al menos, lo hace en un elevado tanto
por ciento.
Entonces
los escrúpulos morales se debilitan e inicia una preocupante espiral. El dinero
cambia su modo de ser, su personalidad, el sentido mismo de la vida. Y aparecen
a borbotones las excusas y los atenuantes...
La espiral crece. Se desvinculan con desfachatez las nociones de trabajo
y riqueza. Se piensa poder vivir con refinada comodidad y ostentación, con
abundancia de dinero, sin contrapartida alguna.
Si el
caldo de cultivo de una sociedad fuera la honradez, difícilmente el corrupto
tendría la desfachatez de presentarse en público. Primero porque no es tan
difícil identificarle. Cuando a una persona no se le conocen grandes
inversiones o negocios, cuando procede de una familia pobre o media y, de
pronto, se metamorfosea en un individuo derrochador, refinado y ostentoso... hay
que interrogarse. Hagan, si no, algunas sencillas operaciones matemáticas.
Observen si con sueldos reales, por muy abultados que sean, o con negocios
honestos, por muy saneados que luzcan, es posible acumular mansiones, lujosos
medios de transporte por tierra, mar y aire.
Inquietar al corrupto
Si la persona
cuestionada resulta que tiene un cargo en la administración pública o se
desenvuelve en la esfera de la política, entonces las sospechas se disparan con
la fuerza de un arma a presión. De ahí que sea del todo preciso aminorar la
dosis de corrupción. Lo cual se conseguirá, al menos en parte, si la sociedad
está vertebrada por las instituciones, si goza de mecanismos para supervisar
las gestiones de sus funcionarios. Entonces quizás logre relegarla hasta
niveles menos inquietantes.
O también
lograría algo parecido una sociedad en la que los medios de comunicación dispusieran
de recursos generosos que les permitieran fiscalizar a los funcionarios,
dejarlos en evidencia si llega el caso y crear una opinión pública capaz de
inducirles a la renuncia. De lo contrario, el futuro que se avizora no será más
radiante que el pasado ni que el presente.
En la
empresa privada, a quien le cogen con las manos en la masa se le inicia un
expediente, se le castiga y despide. Pero en la empresa pública tal parece que
el delito es un título de gloria. En todo caso, se tiende a ser demasiado
benevolente con el dolo, el tráfico de influencias, la prevaricación o el robo
sin más.
No hay
que esperar mucho de la proclamación de los valores morales, pues es verdad, en
buena parte, aquello de que la ocasión hace al ladrón. Pero su proclamación,
completada con medidas administrativas y jurídicas, con castigos públicos y
ejemplarizadores, puede mejorar el comportamiento del ciudadano. Porque el
corrupto es un cáncer que estimula la metástasis en el cuerpo social. Y priva
de unos recursos muy necesarios al conjunto de la población, ya suficientemente
deprimida. ADH 815
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